
Al Intendente de Salta, o mejor dicho a sus
merchandisers y asesores de campaña, les gusta jugar con las letras de su breve apellido. Tal vez los expertos hubieran preferido que el Intendente se apellidara
Jaureguiberri o
Taritolay, porque -ya se sabe- la gente malintencionada asocia los apellidos breves a ciertas cortedades; especialmente las de ánimo, pero sin descartar las anatómicas. Y esto no es bueno para alguien que aspira a ser Gobernador.