
El cumplimiento del derecho de las niñas a la educación es, ante todo, una obligación y un imperativo moral. También hay pruebas abrumadoras de que la educación de las niñas, sobre todo en el nivel secundario, es una poderosa fuerza que transforma a las sociedades y a las propias niñas; es un elemento positivo que permanece constante en casi todos los resultados previstos para el desarrollo, desde la reducción de la mortalidad y la fecundidad hasta la reducción de la pobreza y el crecimiento con equidad, el cambio de las normas sociales y la democratización.