
Algunas posiciones deberían sincerarse y acordar, de algún modo, que si la "cosificación", esto es, la desubjetivación de la mujer, es negativa y lesiva de su dignidad como ser humano, y mala para la sociedad en general, lo es en todas las circunstancias y no sólo cuando la mujer presta su imagen para la publicidad machista o su cuerpo para ciertas actividades como el sexo de pago, que son indeseables pero no delictivas. Sería preciso empezar por reconocer que no todos los intentos de degradación de la condición femenina tienen un sujeto activo masculino y que la lucha contra la discriminación no debe hacer diferencias por razón del sexo del promotor o la promotora de aquellos intentos de degradación.
Sería muy bueno también -ahora que los antidiscriminadores a sueldo se han animado a meterse con los medios de comunicación- que noticias tan tristes como la utilización del cuerpo femenino para el tráfico de drogas, por lo menos no fuesen ilustradas con chocantes fotografías de mujeres exhibiendo corpiños hinchados de estupefacientes, como si hubiesen sido diseñados por el Cártel de Medellín para el próximo Salón de Lencería de Milán; o con la imagen de una pobre mujer, en ropa interior y con las piernas abiertas, rodeada de rayas de cocaína. Que las crónicas fuesen más precisas y renunciaran explotar la bajeza y el morbo que produce la idea de la introducción de objetos en el canal vaginal; que se evitara, hasta donde fuese posible, el costado "cómico" de la noticia, evitando decir que las delincuentes llevaban alojada la droga "en su aparato reproductor" o en "sus partes íntimas" y que, con una descripción más acertada de los métodos y los modus operandi, se pusieran de manifiesto, con rigor, los peligros que entraña para la salud de estas mujeres la portación de droga en partes tan críticas de su humanidad.