'Néstor' y 'Verónica', dos caras de la misma censura

La dirección ideológica de las sociedades es uno de los rasgos más salientes de los totalitarismos conocidos. Un objetivo que normalmente los asesinos de la libertad persiguen mediante el control estricto de los medios de comunicación, que, a juicio de los liberticidas, sólo deben propalar lo que el poder totalitario decide que es bueno y saludable para el consumo de los ciudadanos. Medio escalón más abajo de estas prácticas se sitúa la figura histórica de "Néstor", tal era el nombre artístico del más famoso de los censores de la cultura que conoció la República Argentina, que no era otro que el señor Miguel Paulino Tato. Miguel Paulino Tato y el abrazo de la dictaduraLa historia de "Néstor" es larga y llena de episodios interesantes, pero no fue sino hasta 1974 que el implacable hombre de las tijeras fue nombrado Interventor en el Ente de Calificación Cinematográfica de la Argentina. Sí. Fue un gobierno constitucional el que encomendó a Tato que decidiera, casi en soledad, qué películas debían ver los argentinos y cuáles les debían ser ocultadas como si nunca se hubiesen filmado. Aquella tarea no consistía, como se pudo en algún momento suponer, en una guerra abierta contra las nalgas y los pezones, sino que fue una operación de un singular calado cultural e ideológico.

“Yo quiero un cine positivo, limpio, decente, un cine que sea cultural y no sólo industrial. El cine se ha convertido en una mercadería de intoxicación: se está apelando al recurso fácil, y en eso incurren desde los que venden cine y les importa poco lo que venden, hasta los intelectuales y pseudointelectuales y los mismos artistas que sustituyen el ingenio por el fácil recurso de la pornografía”, dijo en algún momento el severo censor.

La censura desapareció oficialmente -cuando menos del cine- diez años más tarde. Sólo tras la recuperación de las libertades democráticas la Argentina se convirtió en un país abierto a la cultura cinematográfica universal.

Pero la televisión -el otro gran vehículo de transmisión de la cultura audiovisual, incluido el cine- padeció y sigue padeciendo ataques más o menos organizados.

Los epígonos de "Néstor" profesan ahora ideologías si acaso ligeramente diferentes pero coinciden en la necesidad totalitaria de "moralizar" a nuestros medios de comunicación, y en colocarlos al servicio del "régimen".  Como viene siendo habitual, el polivalente y polifacético Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), partidario de imponer a los argentinos sus propios criterios morales, sea que se coincida con ellos, o no, viene teniendo un protagonismo descollante en esta tarea.

En esta línea de ejemplar ejercicio de los supremos valores de la salud republicana, la delegada-representante en Salta del INADI, señora Verónica Spaventa, se ha dirigido -con toda la pompa de membretes, sellos y lenguaje de cursillo de DD.HH- a los operadores de televisión Cable Express y Cable Visión, para "advertir sobre publicidades de servicios de SMS con contenido sexual".

Y es que el INADI está en todo: desde el matrimonio gay a la pobreza estructural, pasando por el trabajo infantil y el derecho inmanente de nuestros travestis a ejercer, no sólo de travestis, sino también de prostitutos y prostitutas; desde los supermercados, la droga y la televisión... de todo podemos encontrar en las sobreactuaciones de Spaventa y en su intenso afán de protagonismo.  El INADI apunta a todo lo que se mueve en la sociedad y ha encontrado su auténtica razón de ser, no en el combate contra la discriminación, sino en la anticipación, en la interepretación de los deseos de un cierto sector de la sociedad, antes de que las situaciones discriminatorias se produzcan. Demasiado ruido... muy pocas nueces.

Pero en el caso de la censura a los anuncios publicitarios de la televisión, los argumentos de Spaventa son tan sospechosamente parecidos a los del mítico "Néstor", que resulta imposible pasar por alto este detalle. Si para éste el cine de su época era "mercadería de intoxicación" (de argentinos que debían mantenerse saludables), para aquélla, los que "promueven el envío de mensajes sexuales vinculados a las colegialas (...) se contraponen al trabajo que se viene realizando desde el Estado, en conjunto con la sociedad civil, para erradicar estas prácticas aberrantes".

De lo que se deduce con facilidad que, tanto para "Néstor" como para Verónica, el sexo es una forma de intoxicación de la que deben mantenerse ajenos los jóvenes, y que los medios de comunicación deben ignorar y, en cualquier caso, negarse a promover. Quizá la diferencia entre ambos discursos estriba en que mientras para "Néstor", el sexo era igualmenta malo porque "cosificaba" a ambos partícipes, para Verónica el sexo sólo "cosifica" a la mujer.

Esta forma de ver las cosas es la que ha propiciado en la Argentina que algunos señores pensaran (y sigan pensando todavía) que lo mejor que podría suceder es que no se nos permitiera acudir más a las urnas, porque en ellas -algunos... muchos- tenemos la mala costumbre de depositar el papel que nos gusta. Y no el que les gusta a ellos.

Lo real y concreto es que, frente a la certeza de anuncios que ocultan situaciones de explotación sexual de niñas y adolescentes, sólo cabe la interposición de una denuncia penal. La sociedad salteña (y menos los operadores de cable) no necesitan los sermones del INADI, que sólo los pronuncia desde su profunda convicción de estar dirigiéndose a una sociedad desvertebrada, moralmente dispersa e inmadura, como pensaba "Néstor" que era la sociedad argentina en 1974 para enfrentarse al decadente espectáculo de unas nalgas abultadas y unos pezones difusos.

A Verónica no le salen las cuentas, como no le salían a "Néstor", en su momento. Si un adolescente de Salta quisiera reivindicar su derecho (consagrado por la Suprema Corte) de intoxicarse con marihuana en la plaza pública y choca por ello con la moral de alguno que pretenda desconocer este derecho, Verónica no tardaría en poner en marcha su maquinaria de membretes, sellos y lenguaje de cursillo para defender al fumador.

Si el mismo adolescente, en vez de fumarse un mix de lechuga con uña de vaca molida, decidiera utilizar su teléfono móvil celular para enviar un SMS de contenido sexual, Verónica tardaría aún menos en propalar su monserga, pero esta vez en contra del comunicador, que no podrá expresar sus deseos de yacer con alguien por estar cometiendo con ello el pecado de "cosificar" a la mujer.

Si la publicidad anatematizada por Verónica, en vez de estar dirigida a adolescentes, lo estuviera a travestis de pelo en pecho y en uso de carnet de conducir, ¿aplaudiría el INADI el contenido de la publicidad y el de los mensajes que se estimula a enviar?

"Néstor", el censor, estaría desconcertado con los continuos rebotes de bipolaridad moral que desdibujan la tarea del INADI en Salta, por mucho que Néstor, "el mentor", los apruebe a libro cerrado.

Lo mejor de todo este paripé es que tras una década de intenso activismo y de "intervenciones preventivas" como las que proactivamente protagoniza la inquieta delegada del INADI en Salta, la sociedad salteña es cada día más injusta. Las situaciones discriminatorias se multiplican como microorganismos y no se ha avanzado ni un palmo en el objetivo de reducir las desigualdades más flagrantes. El INADI no comprende que cada vez que se mete en asuntos que no son de su competencia, o que aborda los que realmente lo son desde una óptica moral que ninguna ley le autoriza a emplear, lo que está haciendo es exteriorizar su desprecio por la libertad de los individuos y la autonomía de las sociedades. Y es sabido que el desprecio por las libertades trae más males que remedios.

Por ello es que llama la atención ese orgullo inflamado con que se propalan las consignas ideológicas de un organismo que sólo ha demostrado hasta aquí una alarmante carencia de coherencia institucional y una ausencia total de eficacia en la consecución de sus propios objetivos.