
El radiante sol, que salió después de unas jornadas gélidas y nubladas, alegró los espíritus y permitió a aquel famoso anciano mezclado entre el público mentar la consabida frase: Este es un día francamente peronista.
Sin embargo, la ubicación del escenario condenó a las autoridades civiles, eclesiásticas y militares a permanecer, durante las casi tres horas que duró el acto, en un cono de sombra lejos del abrigo de ese sol peronista. A punto tal que el señor Gobernador debió colocarse el sobretodo azul de reglamento en pleno palco y a ojos vista, reparando así la imprevisión de la persona que atiende su vestimenta.
Desde este singular pero expresivo punto de vista, el de la vestimenta, los altos funcionarios exponían rupturas y continuidades con el régimen anterior.
La atildada sobriedad del señor Urtubey y de alguno de sus Ministros (trajes oscuros, camisas lisas y corbatas satinadas con diseños setentistas) contrastó con algunos trajes claros y brillosos, de esos que abrían puertas, aceleraban carreras y granjeaban simpatías durante el decenio sultanístico.
En materia de atuendo de las damas oficiales, nada sobresaliente. Salvo que su vestir desabrido hizo añorar las elegancias rojas y negras y la mayestática sonrisa de la anterior Primera Dama.
Por esas cosas del destino, los pocos descamisados que disfrutaron del privilegio de acceder a los palcos oficiales son, además, panzones y de calvicie incipiente. Eran, probablemente, legisladores progresistas del interior que expresan con ambos atuendos su fidelidad al ideario de moda en la América bolivariana.
Fiel a aquel principio periodístico que manda cronicar lo singular, debo referirme, una vez más y con los debidos respetos, al señor Presidente de la Cámara de Diputados que en varios pasajes de la jornada perdió la marcialidad a causa de mensajes de texto que recibía en su teléfono celular. Debieron de tratarse, con seguridad, de misivas graciosas en extremo a juzgar por las risas enormes que sacudían el cuerpo legislante.
Somos, casi todos, prisioneros de rutinas, de costumbres y de hábitos. Lo es al menos el señor ministro de Gobierno que no trepidó en aprovechar el acto para obsequiar a las autoridades militares presentes objetos muy parecidos a agendas, que el discreto ministro extraía de sus bolsillos y los Generales recibían sorprendidos. Seguía, de este modo, la vieja tradición de distribuir volantes, libros, estampitas, panfletos y pegatinas en un pasado donde don Antonio fue protagonista y que nadie quiere ni puede olvidar.
Cabe añadir aquí que fue en este acto donde muchos de los presentes se enteraron de que Salta cuenta con un himno que se ejecuta inmediatamente después del Himno Nacional.
La canción de la patria chica, plena de versos redundantes y cuya música es una extraña mezcla de aires marciales (lejos de la Marcha del Teniente Donovan) con ritmos de chacarera, fue interpretada por una esbelta señora que hizo notorios esfuerzos por transmitir calidez y convicción y por emular a la Calandria Boliviana, esa maravillosa voz que por años entonó el Himno antes de que subiera a los altares oficiales.
Algunos de los presentes en el palco oficial tuvieron la precaución de llevar la letra escrita en llamativos papeles y se animaron a musitar la letra, en contraste con un concejal descamisado, nacido en Tucumán, que la cantó a voz de cuello y con un entusiasmo envidiable.
Si la ejecución del Himno de Salta no lució, la idea de cantar el "Cumpleaños Feliz" con el acompañamiento de la Banda de Música de la Policía fue una expresión de la estética de la Colonia Santa Rosa de tanta influencia en el municipio de la Capital.
El discurso del señor Intendente de Salta me pareció, desde el punto de vista puramente formal, algo mejor que el plomizo mensaje leído el año pasado.
Sin embargo, el contenido resultó sorprendente. Era, en realidad, una carta a los reyes magos que hablaba de todas las cosas que faltan en la ciudad y que los ciudadanos desean ver incorporadas a la vida cotidiana: pavimento con menos baches, más semáforos, mejores desagües, espacios verdes, felicidad, tránsito ordenado, autobuses amables, escuelas y hospitales excelentes. Lo curioso era que quién exponía las carencias no era un líder opositor, sino el mismísimo Intendente en funciones que, acto seguido, omitió asumir compromisos de mejoras concretas.
El discurso abundó en afirmaciones extrañas o polémicas. Como por ejemplo la convicción del señor Isa en el sentido de que la explosión demográfica es un fenómeno que esta presente en todas las ciudades del mundo. O aquella que explicó la presunta crueldad de la historia con don Hernando de Lerma por el hecho de que nuestro fundador careciera o carezca de descendientes capaces de defender su augusta memoria. O, por último, aquella donde insinuó que la actuación del maestro Mariano Mores borraría los efectos de las inundaciones sobre los barrios pobres. Al fin y al cabo, "Uno busca lleno de esperanzas..."
Pero nuestro Lord Mayor no es hombre que se achique frente a los grandes desafíos. Defendió audazmente su polémica gestión en el sonado caso del Centro Municipal; expresó que contaba en este asunto con el aval del Gobernador Urtubey y subió a los altares al señor Jorge Brito, el mismo banquero (gran acreedor de la Provincia y pronto del Municipio) que en su día fuera ferozmente criticado por el anterior Presidente de la República.
Antes había impuesto un homenaje al menos conocido de los tantos secretarios privados del General Perón, don Ramón Landajo.
Y lo homenajeó en un alarde de independencia política pese a que don Ramón había puesto en duda el peronismo del señor Néstor Kirchner señalando que Si el presidente dice que es peronista, que lo demuestre. No creo que Kirchner sea peronista, si lo fuera no habría creado un partido para la Victoria, hubiera entrado con una línea dentro del Movimiento. Ojala que el presidente que ahora dice que está logrando éxitos económicos los traslade a la familia argentina para su felicidad, dignificando al trabajador».
Una rápida mirada al público presente en los alrededores del monumento a don Hernando de Lerma permitió identificar a muchos jubilados, a personal retirado de la policía de la provincia (de esos que siempre critican el dispositivo de seguridad montado para este tipo de actos), a familiares de los alumnos que desfilaban, a un prestigioso martillero conocido por su oposición a este y a todos los regímenes, a ex campeonas del concurso de la empanada, al primer líder de la agrupación Dale Santo, y a una estupenda señora rubia, vestida de bacana, enfundada en amplia capa color café con leche, que escondía sus encantos detrás de unos anteojos negros de esos que luce Sofía Loren, y que fumaba provocativamente trepada en una columna del alumbrado público.
Los esfuerzos de este cronista por identificarla no dieron sus frutos, pese a ser ambos de la clase 1944. Se trataba, probablemente, de una de esas antiguas jóvenes salteñas que se dan una vueltecita por el terruño huyendo de la vida de San Isidro o de esos barrios privados en los que se aburren sin remedio, en busca de emociones fuertes y de caserones abandonados. Visitan a tías ancianas, saludan a antiguos novios y se encomiendan a los santos patronos de Salta.
La presencia de las colectividades extranjeras con banderas de sus respectivos países puso, una vez mas, una nota simpática y fraterna. Aún cuando los rostros, las pieles y los cabellos de quienes integraban esas delegaciones poco y nada tenían que ver (salvo en los casos de Bolivia y Japón) con los rasgos fisonómicos de los naturales de aquellos países que celebran con nosotros (criollos, descendientes de europeos, mestizos y aborígenes) la Fundación de Salta.
De entre estas delegaciones sobresalió la de un país asiático (autoritario en el interior y liberal en el extranjero) cuya bandera era portada por dos bellas jóvenes que, con escuetos trajes de odalisca, desafiaban el protocolo y gratificaban a su descubierta piel con las caricias del sol salteño.
Sólo dos acontecimientos rompieron la monotonía de un acto excesivamente largo y con un programa recargado y lo situaron en una senda de solemnidad y emoción.
En primer lugar la presencia del Arzobispo de Salta (ausente en años anteriores) y su discurso poblado de sutilezas, de mensajes constructivos y de advertencias que el poder estatal y los poderes fácticos no debieran desoír.
En segundo lugar, la presencia emotiva y marcial de nuestros héroes de Malvinas, únicos en recoger el aplauso unánime de los asistentes a la Plaza.