La película de los piratas

Los marineros del pesquero Alakrana secuestrados durante 47 días en Somalia a manos de piratas, han regresado hoy a España. Su historia ha sido larga y complicada, resumirla no será tarea fácil. Las últimas novedades sobre este asunto, me han hecho sentir muy defraudada. Los tripulantes del atunero vasco, ni son todos vascos, ni son todos españoles: hay, sólo por citar un ejemplo, gallegos y extranjeros. Ayer nos enterábamos que las familias de los marineros vascos, después de haber pedido una y otra vez ante los medios que el gobierno se diera prisa, que aceptara lo que hiciera falta, que no se olvidara de sus familiares y los liberara, se negaron a volar hacia las Islas Seychelles en el avión de las Fuerzas Armadas que trasladó al resto de familiares a reunirse con los marineros. El Alakrana, atunero vasco atrapado por piratas en SomaliaUnos días antes al conocerse la liberación de los secuestrados, habían expresado su alegría con estas palabras: “esto es España, sabíamos que el gobierno les traería de vuelta sanos y salvos”. Supongo que ahora “esto es España para unas cosas y no para otras”; de otro modo, me resulta imposible explicármelo. 

La mayoría de españoles hemos seguido el secuestro a través de la prensa y el resto de medios. La mayoría, sin entrar en disquisiciones jurídicas, económicas, jurídicas o políticas, apoyábamos cualquier gestión que tuviera como resultado salvar y liberar a esos marineros. Ahora, cuando lo hemos conseguido, los familiares vascos desprecian un vuelo fletado para ellos; un vuelo del mismo ejército que patrulla en aguas somalíes para intentar proteger a los marineros; un vuelo que pagamos todos; un vuelo en el que han viajado a Seychelles, solos, otras personas familia de compañeros de trabajo y de secuestro.

Las gestiones oficiales, la presión de los medios, el trabajo a veces disperso del gabinete gubernamental de crisis (compuesto por la Vicepresidenta Fernández de la Vega, Defensa y Exteriores), las a en ocasiones extrañas negociaciones y actuaciones judiciales – como traer a España a para ser juzgados a dos de los piratas detenidos el día del secuestro – han  descoordinado y complicado todo este asunto. Un asunto ya muy complejo en sí mismo para cualquier Estado y su gobierno: eran 36 vidas las que estaban en juego. En Somalia, uno de los países más corruptos del mundo, se manejan piratas, mercenarios, señores de la guerra, clanes tribales e incluso prestigiosos despachos internacionales de abogados que viven de “esto”: resolver esa situación tiene precio y ese precio no suele ser barato.

Los medios dan por confirmado que si de dinero hablamos, el precio han sido unos 2,7 millones de euros. El gobierno ha negado una y otra vez que el “el Estado español o su gobierno como tales, lo hayan pagado”. Se sabe que existen fórmulas para hacerlo: se puede prestar dinero al armador del barco y que sea su empresa quien pague; se puede pagar a través de un gobierno amigo que colabore, el de Kenia por ejemplo. Al final, supongo, lo que más importaba era salvar la vida de 36 personas.

El pasado martes el presidente, José Luis Rodríguez Zapatero nos anunciaba el final del secuestro. Ni confirmó ni desmintió nada, dijo tan sólo: “el Gobierno ha hecho lo que tenía que hacer en el marco de la legalidad”. Una legalidad, la de los Estados de Derecho, que debería poder dar soluciones claras a un problema transnacional como la piratería en el mar; algo, creo, para lo que no está preparada.

Toda la oposición, no sólo la del Partido Popular, permaneció en silencio durante los días más delicados de las negociaciones. Antes, pero sobre todo después, los “palos”, las críticas al Ejecutivo, han sido constantes y en aumento. Es cierto que el gobierno no inició de forma correcta y coordinada el asunto, como me creo cierto que ante la presión, logró reaccionar y salvar el asunto. ¿Pagar o no pagar rescate?: habría que ponerse en los zapatos, del que tiene bajo su responsabilidad 36 vidas en peligro de muerte.

Hoy la Fiscalía tomará declaración a los marineros tras su llegada, Su objetivo es investigar toda la trama jurídico- financiera que tenga relación con los secuestradores. Dos de ellos siguen presos en España aunque se rumorea que podrían haber sido parte del “pacto” al que se ha llegado para liberar a los marineros secuestrados. Veremos si estos declaran reconocerles y qué pasa luego.

En cualquier caso, la situación en aguas del Índico es cada vez más peligrosa. Hay no sólo barcos de otros países todavía secuestrados; incluso el mismo día de la liberación del Alakrana, a minutos de que los piratas abandonarán la cubierta del barco, otro clan ya esperaba a escasa distancia  para secuestrarlo de nuevo. Fue la Armada la que les impidió hacerlo mientras perseguía a los que se retiraban. Con esto nos hacemos clara idea de la situación que viven los que faenan en esas aguas. Es evidente que la piratería no es un problema de España o de otra nación en concreto: es un problema de toda la comunidad internacional y de momento, esta no se encuentra en situación de resolverlo.

Volviendo a mi punto de partida, a esas familias que ahora se despegan del gobierno, del ejército, de los mecanismos oficiales y extra-oficiales que han logrado traer de vuelta a casa a sus marineros e incluso de la opinión pública y de los medios a los que han apelado desesperados para que “no nos olvidáramos de ellos”: ni comprendo su actitud, ni entiendo su ingratitud. Tanto ellos como el armador del barco para el que sus familiares trabajan, deben asumir su responsabilidad en todo esto y no olvidar además que, como dice el refrán, “ser agradecidos, es de bien nacidos”.

Esta película, la de los piratas, ha tenido un final feliz: hoy, ya están todos en España, Muchos, sin embargo, nos hemos quedado con un sabor de boca agridulce y nos sentimos algo tristes.