De Warhol a Cristina

Haber titulado “De Gardel y Evita, a Cristina”, hubiera sido seguramente más propio. Elegí a Warhol porque ayer, revisando la prensa, pude ver un afiche de una agrupación peronista en la que – con la estética pop de Warhol – se mezclaban imágenes de Evita Perón y de Cristina Fernández de Kirchner. La Presidente ha hablado estos días de “incipiente vocación artística”, lanzando sus dialécticos dardos contra varios artistas que han cuestionado duramente a su gobierno. Es curioso, Evita fue antes de líder político de masas, artista; Cristina es en demasiadas ocasiones más artista que político, y Mirtha –una de las destinatarias de los dardos– mantiene intacto casi desde hace un lustro, su popular rating televisivo. Cristina, cosas de la vida, ha perdido la mayor parte de su rating antes de cruzar incluso el ecuador de su mandato; mientras a ratos posa sonriente ante el Taj Mahal o la tumba de Tutankamon. Cristina Fernández y la imagen de Eva PerónLa señora Fernández se ha quejado de que  “si no estás en TV, no existís”. Si hablamos de eso, de la política teatral y televisiva, el rey de los líderes mediáticos latinoamericanos es sin duda, Hugo Chávez; su programa “Aló Presidente” es una suerte de “almorzando con Mirtha” pero en bien bolivariano y macho. Cristina, más doméstica, cuida su vestimenta, estética y lenguaje corporal como la propia Mirtha, pero por desgracia sus audiencias en canal 7, ese del Estado que pagan todos, no traspasa las fronteras como las del general bolivariano. Es lógico: no tiene el mismo tirón mediático anunciar calefones o retrasar un partido de fútbol para hacer duelo ante los telespectadores, que cantar en directo mientras se llama a George Bush “pelotudo”. Hacerlo además, sobrado de peso y enfundado en camisa de color rojo pasión intenso, es mucho más “pop” que lo era el propio Warhol.

Casi todo en la política argentina se dirime desde hace cierto tiempo en escenarios erróneos; las tramas del guión, se han enredado demasiado. Los discursos se dan más por televisión que en el  Congreso o el Senado; las letras del tango parlamentario iban a ser interpretadas hasta por la propia Nacha, esa Evita artística de la patria. Ahora, no: Nacha, dice que “ya no tiene ánimo”. La oposición real, la gente elige cuando vota, no logra reencontrarse con la inspiración para interpretar un buen cuarteto de bandoneones afinados. De allá para cuando un solista semi-decadente y algo trágico, Néstor Kirchner, intenta hacer un solo.

Los artistas han devenido en políticos y los políticos se han vuelto artistas: recuerden a aquellos candidatos confrontando televisivamente con sus clones en una suerte de “bailando por un voto” de Tinelli. Los sindicalistas llenaban plazas que ahora les piden dejar libres: ha irrumpido, según cuentan, una “zurda loca” que está agitando demasiado el patio de butacas del teatro. Mientras la Presidente, en el centro de la escena, declama guiones varios: el último muy parecido al de la película “el bueno, el feo y el malo”. Metafóricamente, el “feo” casi está esquinando en el escenario a la “buena”. Obviamente la “buena” es Cristina y el “feo” es Néstor; permítanme, por fastidiarle un poco, negarle el protagonismo que tanto añora: ser el “feo” y además el “malo” sería exceso de papel para esta obra. 

Mucho showman para tan poco escenario; demasiado prócer para tan poca batalla; exceso de personajes protagónicos, poco diálogo y abundancia de sordos monólogos. El público, los ciudadanos, asisten cual convidados de piedra a esta representación que, poco tiene de guión fastuoso con final feliz para todos y mucho de drama y tragedia de las operas italianas.

Si fuera una película yo no diría que es “lo que el viento se llevó”, dónde aquella frase: “juro que jamás volveré a pasar hambre”, hace vibrar a los espectadores ante la pantalla. A mí me recuerda mucho más al “tócala otra vez Sam” de Bogart y su “Casablanca”; incluso aunque sepa que allí, la Casa es Rosada.