
Esta semana un diario nacional calculaba, basándose en los casos que están en los juzgados a la espera de juicio, el dinero de la corrupción política en los últimos diez años: unos 4.100 millones de euros. Como señalaba el mismo diario, todo un lustro y una cantidad exorbitante de dinero de todos que habrían permitido por ejemplo, la construcción y equipamiento de unos 50 hospitales públicos de última generación.
Es absolutamente bochornoso que casi todos los partidos tengan entre sus filas algún escándalo y varios ladrones a sueldo. Es más bochornoso aún que se hayan mostrado asombrados cuando, supongo, todos sabían lo que estaba ocurriendo y hacían la vista gorda. También todos, estoy casi segura, hubieran seguido callados si la policía y los jueces no hubieran destapado esta caja de los truenos.
Dicen que mientras que la economía funcionaba y España crecía, la abundancia de dinero permitía que tanta corruptela continuara sin que se apreciaran las consecuencias. Dicen que ha sido ahora, en plena sequía de la crisis, cuando la marea de billetes se ha retirado y ha quedado al descubierto toda esta basura.
Si es así, bienvenida sea hasta la crisis. Espero no sólo que se juzgue y condene a todos y cada uno de los protagonistas de estos casos sino que además se reaccione rápida y contundentemente para que la ley posibilite que se devuelva todo el dinero robado que sea posible y que existan nuevas normas que impidan que estas situaciones a gran escala se repitan en un futuro.
He de decir que tengo mis dudas. Las tengo en base a dos síntomas muy concretos. El primero ha sido una entrevista televisiva en la que el ex presidente de Cataluña Jordi Pujol, calificó la corrupción política casi como un hecho normal que todos conocían; el señor Pujol remataba con un si se tira de la manta, van a caer casi todos. Pues que se tire señor Pujol, y que caigan. Que caigan todos los que tengan que caer: será mejor quedarnos sin partidos o con partidos políticos diezmados que no hacer una buena limpieza y seguir con esta mierda. Disculpen el término, no encuentro ningún otro mas ajustado para describir lo que estamos conociendo.
El segundo síntoma ha sido la indignación que han mostrado los estamentos políticos por la difusión de unas imágenes en los informativos en las que los dirigentes detenidos por el caso Pretoria aparecían esposados y con el rostro al descubierto, camino de la Audiencia Nacional para ser interrogados.
Sé que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Se también que en la detención y traslados de presos preventivos éstos tienen sus derechos y debe procurarse el menor daño para su honor e imagen privada o pública. Pero también sé que debería producir más indignación en el estamento político, el robo de 45 millones de euros de los ciudadanos que ver a unos colegas de profesión esposados.
Urge revisar y dejar muy claro qué nos indigna en política; urge revisar si a los políticos les indigna lo mismo que a los ciudadanos. Si no acordamos nuevas y estrictas normas que impidan situaciones absolutamente vergonzosas, el sistema democrático basado en estructuras partidarias, líderes políticos y cargos públicos perderá su sentido: votamos a personas que deben representarnos y trabajar para nosotros, no robarnos e indignarnos.
Esto no puede pasar ni una sola vez más en este país ni en ningún otro. Al menos en ninguno que luego pretenda calificarse a sí mismo como moderno, justo, progresista y democrático.