
Hasta el día de hoy muchos líderes del PP han emitido declaraciones oficiales pero sólo uno, Esperanza Aguirre, ha actuado de forma explícita y contundente. Ha ido apartando de sus cargos y responsabilidades a todos y cada uno de los imputados - todavía no juzgados por tanto en no culpables hasta que se demuestre que se iban conociendo y que pertenecieran al PP madrileño.
La presunción de inocencia existe; es más, es un principio y derecho básico en un estado democrático. Lo debe ser para cualquier ciudadano y también para los políticos. Si se es inocente o culpable debe ser dirimido en los tribunales. Pero los políticos, que ya gozan de muchos privilegios, tienen una responsabilidad que no tenemos el común de los mortales: la responsabilidad política en sus cargos.
A ella ha apelado la señora Aguirre. Ha hecho lo que creo debe hacerse: forzar la dimisión y desvincular oficialmente del partido a los imputados. Algo que suena a normal y lógico pero que ha sorprendido a prensa y ciudadanos. Se ve que las buenas costumbres hace mucho tiempo que se habían olvidado. Lo normal, ahora es casi épico.
No digo que con su actuación Aguirre no persiga también otros fines: dejar en mal lugar o poner en evidencia a Mariano Rajoy, líder máximo de su partido, que habla pero de momento no hace dimitir a nadie; o pensar en ella y su particular futuro político más que en el de su partido. Me es lo mismo: como simple ciudadana aplaudo y agradezco su ejemplar comportamiento.
Es cierto que está por demostrar que los imputados hayan cometido realmente actos delictivos, pero ya ha quedado acreditado a estas alturas que abrieron las puertas de su partido a personas indeseables que aunque no eran del mismo, lo usaron para hacer negocios privados. Hay evidentes responsabilidades políticas que asumir y Rajoy, la máxima cabeza del PP duda y no se atreve a cortar por lo sano. Me parece que no es consciente de la decepción y pérdida de votos que su comportamiento puede ocasionar entre sus votantes habituales y en el resto de ciudadanos que quizás pensara en votarle. Ese coste va a ser mucho mayor que perder a tal o cual dirigente.
Después de una trama de corrupción, sea en un partido político o en un gobierno, el problema no se acaba sólo dimitiendo o haciendo dimitir a alguien de su cargo; eso lo sabemos todos. El problema se soluciona cuando un tribunal juzga y aplica un castigo a los culpables. Pero mientras, y precisamente porque antes he mencionado a los estados democráticos, - no por ley sino por respeto y ética ante el ciudadano se debe apartar de su cargo a todo aquel que haya podido no ser honrado.
El ciudadano, el votante, ocurre en España y en otros tantos países, también en la Argentina, está cada vez menos implicado y más apático ante la política y los políticos. Las razones seguro que son múltiples y podrían ser objeto de un exhaustivo análisis, pero estoy convencida que una de las principales es la frustración ante tanto privilegio frente a la casi nula exigencia de responsabilidad y escaso castigo que reciben todos aquellos políticos que son corruptos.
Como hizo en su columna Raúl del Pozo, un excelente analista político de España, yo también cito hoy a Tocqueville, que dijo: no conozco más que un medio para impedir que los políticos se degraden, el de no conceder a nadie, con su omnipotencia, el poder de envilecernos.