La Iglesia, el lavarropas y un bebé

La familia del niño curado con las células de su hermanoSoy mujer y creo en Dios. A pesar de ello comprendo cada día mejor las razones por las que la Iglesia – que no es Dios – vive en un mundo que nada tiene que ver con esa mayoría de seres humanos que somos buenas personas y que, con nuestras contradicciones, luchamos en pleno siglo  XXI por sobrevivir sin abandonar unos principios básicos fundamentados en el respeto, el amor y la comprensión.
Todo esto viene a cuento de dos noticias que han tenido lugar esta semana. La una tiene poco que ver con la otra, la primera podría ser “frívola y poco trascendental” y la segunda “de gran calado para la humanidad”, pero ambas tienen como protagonistas de fondo a la Iglesia y la mujer. Y hay millones de seres humanos, mujeres, que desean seguir creyendo en Dios y vivir en paz.

La primera noticia es la “ocurrente” celebración que el Vaticano decidió efectuar el pasado Día Internacional de la Mujer. Lo hizo con un elogio al lavarropas, al que señaló como “el gran hito de liberación de la mujer”. Si… han oído bien.

Partiré  pues de una hipótesis inicial: si para el Vaticano la gran “conquista” de la mujer ha sido el lavarropas, es que el Vaticano da por supuesto que quienes debemos lavar la ropa somos las mujeres ¿no? ¡Toma ya!… ¿querías siglo XXI e igualdad?, pues aférrate a tu lavarropas y da “gracias a Dios” todos los días por permitir que se inventen “artilugios” especialmente para ti, “mujer”.

Como considero que la Iglesia tiene aún mayores “barbaridades” por las que pedir perdón a la humanidad, celebré “mi día” haciendo oídos sordos al hito liberador del Vaticano y traté de disfrutar y compartir en familia – como hago cada día  – el lavarropas y las tareas del hogar. Creo que aunque no soy yo la que limpia y lava siempre… el Señor no me “condenará”.

La segunda noticia es mucho más complicada y tiene una gran dificultad “moral y religiosa”. Por encima de todo ello, y como hice con la anterior, trataré de analizarla con ojos de mujer. Y esta vez esa mujer, que también protagoniza esta historia, es una madre española.

Durante la semana se ha sabido que Andrés, un niño de siete años con una enfermedad genética grave y mortal, por fin había sido curado por su hermanito Javier. Javier es quien hace meses, fue dado en llamar el primer “bebé medicamento” español.

Andrés sufría beta talasemia, una anemia severa congénita que ponía en peligro su vida. Gracias a la aprobación de la Ley de Reproducción Humana Asistida en 2006, a la que la Iglesia Católica se opuso con furor, se abrió la puerta a su curación. Así, su hermanito Javier fue seleccionado genéticamente para que no sufriese esa grave enfermedad hereditaria y el trasplante de la sangre de su cordón umbilical ha servido para curar a su hermano, al permitirle fabricar células sanguíneas libres del trastorno.

Yo me pregunto, tratándome de poner en el pellejo de la madre en cuestión, si tuviera un hijo enfermo que camina hacia una muerte segura y una posibilidad científica y humana que me permitirá salvarle y además traer al mundo a otro bebé sano y fuerte, si la respuesta “cristiana” sería dejar morir a mi hijo y decir “no” resignadamente a la evolución y los avances de la humanidad. Y me pregunto todo lo anterior, basándome en un sentimiento muy básico que es el de la compasión: compasión por esa madre, por su hijo enfermo y por el sufrimiento que ambos han debido padecer.

Javier ha sido el primer “bebé medicamento” español, pero Javier no ha nacido sólo para curar, sino para vivir y hacerlo junto a su hermano Andrés. Un hermano que ya está sano y que espero sea feliz.

Me he planteado con esta noticia, la de la curación de Andrés, cuántas personas habrán hecho en el mundo y nada más nacer, algo tan valioso como salvar la vida a otro ser humano. Me he planteado que Javier no vino como otros bebés “con un pan debajo del brazo” sino con el remedio para una auténtica tragedia humana, la de Javier.

Quisiera creer que la Iglesia, aún está a tiempo en pleno siglo XXI, de encontrar algún punto en común con la ciencia; al menos esa ciencia que sirve de consuelo a todos aquellos que sufren y que salva a los que están en este mundo tan sólo con siete años y condenados a morir.

Creo que debe producirse una mínima evolución en la Iglesia Católica, en este y otros temas, que evite que tantos y tantos católicos nos preguntemos  porqué las iglesias ya no se llenan, porqué nos sentimos a kilómetros de distancia emocional de la Jerarquía Católica  y porqué algo de felicidad aquí en la Tierra, no puede ser también honrar a Dios.

Andrés se ha curado y lo celebro. Ahora esperan en España una “salvación”, 46 familias más.