
Esta semana 30 años después, un empresario vasco de 70 años, Ignacio Uría, moría asesinado de tres tiros en plena calle. Los valientes, dos etarras que interceptaron al señor Uría, sólo y sin protección ni capacidad de defensa alguna cuando descendía de su automóvil y se dirija a almorzar. De nuevo ETA celebraba así nuestra democracia constitucional.
Si me dejara llevar por el apasionamiento, diría que esta panda de asesinos de tres al cuarto que disfrazan su dictadura, si, la de ellos, de consignas libertarias, no tienen la hombría suficiente para conseguir su tan ansiada independencia como se han conseguido tantas otras cosas en este país a lo largo de estos 30 años: formando un partido político legal, no utilizando métodos mafiosos y asesinatos, ejercitando la convicción de las ideas y la palabra, y esperando luego el apoyo de los votos.
Si mantengo la cabeza fría, diría que en tantos años de extorsión, mafia y vil asesinato, los etarras han hecho del terrorismo su profesión, su modus vivendi, su razón de existir. Sin ello, estoy segura que serían seres absolutamente mediocres que no destacarían ni en su tierra ni fuera de ella por ninguna virtud o carisma especial. Por interés propio, sólo por eso y nada más, atentan en esta ocasión contra un empresario que inició su vida profesional como albañil, y tras años de trabajo esforzado, dirigía una empresa que participa ahora de la construcción del tren de alta velocidad vasco. Un proyecto que está dando y dará enorme riqueza y modernidad a Euskadi, y que representa actualmente por su volumen de inversión, el 1,3% del PIB vasco a la vez que sostiene laboralmente a más de 13.000 trabajadores.
La Constitución vio la luz hace 30 años. España en ese tiempo ha cambiado tanto que no la reconoce ni la madre que la parió, antológica frase perteneciente al político socialista Alfonso Guerra, y eso es justo lo que celebramos, un camino de lucha silenciosa, un camino que se construye día a día, donde respetando el derecho fundamental a la vida todo cabe si se hace de modo democrático y legal.
Ayer sábado en el Congreso de los Diputados y tras la celebración del treinta aniversario de nuestra Constitución, de nuevo hubo que suspender el cóctel que las autoridades políticas suelen compartir. Se suspendió en señal de duelo. Lamentablemente el año pasado ocurrió exactamente igual. Las victimas entonces fueron dos guardias civiles asesinados en Francia.
Debemos recordar y aferrarnos hoy más que nunca a nuestra Constitución. Ella será nuestro principal arma contra el terrorismo. Si de armas hablamos, usémosla. No tenemos miedo a reformar lo que la mayoría democráticamente acepte, lo que plantee quien lo haga legal y honestamente, pero es insostenible que a estas alturas asesinos y matones a sueldo, se sigan disfrazando de pobres victimas de una represión inexistente.
Las víctimas, señores de ETA, son otras. Son sus conciudadanos vascos, y también el resto de ciudadanos españoles que no compartimos con ustedes su pureza racial. Escuchen alguna vez el silencio de los muertos, deténganse a oír el lamento de las familias, piensen sobre lo que antes de ayer los obreros vascos de la empresa del señor Uría les dijeron a la cara con cámaras y micrófonos para hacerse oír más: No os necesitamos, nos estáis haciendo daño.