
A mi por el contrario, lo que me venía gustando de Barack Obama era justamente que no me parecía un americano más. Quizá hablo de ciertos estereotipos, lo sé, pero aunque así sea, lo que me gustaba de Obama es que me parecía un americano diferente. Eso me daba esperanza.
Las campañas electorales, las convenciones americanas, todo ese gran circo que se organiza, tienen características algo particulares, que en el resto de países del mundo no se producen.
En cierto modo, la presidencia de los Estados Unidos parece un puesto colectivo en vez de individual. Se compite casi por parejas, se exhibe un peculiar estilo de política en familia. Justamente por eso, ayer en la primera noche de la convención del Partido Demócrata, la estrella fue Michelle Obama.
Este particular rito protagonizado por las esposas de los candidatos a la presidencia americana, fue inaugurado por Eleanor Roosevelt en 1940. Desde entonces, esposas de variada tipología han saltado a la arena electoral con la misión de reforzar la imagen de sus esposos ante los electores. La de sus esposos y la suya propia. El éxito en esta tarea, ha sido tan diverso como ellas mismas, claro está.
Michelle es cien por cien negra, tiene 44 años y es abogada. Parece, estoy segura de que es así, que tiene ideas, y quizás por haberlas expresado en un tono directo y abierto, ha sufrido diversas intoxicaciones procedentes de los adversarios políticos de su esposo. Les guste a los americanos o no, Michelle Obama no responde al tipo de mujer callada y sonriente que tan bien cumple Cindy McCain, esposa del candidato conservador, por eso y dada la mentalidad del votante medio americano, es ahora cuando Michelle se mide con la nación. Una nación que escruta a las primeras damas especialmente cuando piensan y hablan casi como si ellas, fueran a gobernar.
Espero no obstante, que a pesar de las estrategias normalizadoras, que me temo Michelle y Barack Obama, tendrán que adoptar para asegurarse un posible triunfo electoral, tanto ella como él, sigan manteniendo ese aire, esa mentalidad que a mi me transmitían, la de unos americanos diferentes.