El poder y la grandeza no son incompatibles

“La Nación requiere gestos de grandeza”. Este es el título del documento preparado por la Conferencia Episcopal Argentina este último 5 de junio en su reunión de urgencia ante el “peligro de crisis social”. Guillermo López Mirau (h)Esta declaración es quizás la única coherente y constructiva en medio de las muchas y continuas acusaciones, diatribas y monólogos –por oposición al “diálogo”- cruzados en la actual crisis política.

Entre sus varios acertados y sutiles dardos a la dinámica política del conflicto, quizás el que mejor identifica la base del problema sea la afirmación de que “la magnanimidad en el ejercicio del poder no es signo de debilidad”.

¿Por qué? Porque la mentalidad del actual gobierno y de Néstor Kirchner –verdadero dueño del poder real- es que todo reclamo o problema es una lucha política de suma cero: conceder es igual a perder, retroceder es lo mismo que conceder, y como para lograr un verdadero arreglo hay que conceder los “acuerdos” sólo son políticamente aceptables si el adversario está arrodillado y pidiendo perdón por su supuesta falta de disciplina. El lema podría ser: Retroceder nunca, solucionar jamás. Para qué perder energías y pagar costos políticos, si el desgaste ante la opinión pública y el tiempo se encargarán mágicamente de evaporar los problemas y eliminar a los díscolos…

¿Y qué lleva a la Presidente y a su marido a pensar de esta manera? El convencimiento de que cualquier reclamo es un desafío a su poder, de que cualquier sector desencantado es un potencial adversario político esperando la oportunidad para sacarlos del juego.

Es decir, el matrimonio Kirchner es incapaz de diferenciar entre una lucha de espacios de poder –natural en la contienda política- y los problemas que la sociedad necesita resueltos (¿Qué debería ser un gobierno sino la gestión de los problemas y desafíos de una sociedad?).

En el juego del poder, siempre hay individuos y sectores con aspiraciones políticas, y la lucha es entonces por ocupar espacios. Así fue y será siempre. Por el contrario, en la gestión de gobierno de una sociedad, los reclamos legítimos no son aspiraciones políticas sino signos de ausencia de soluciones. Aunque el gobierno y el juego del poder estén íntimamente ligados, construir poder –y mantenerlo- no es lo mismo que gobernar.

Es justamente esa incapacidad para marcar una línea separadora entre reales adversarios políticos y legítimos reclamos la que impide cualquier gesto de acercamiento, de diálogo y, menos aún, de solución de la actual crisis política y social.

Así, en la lógica de poder kirchnerista, la magnanimidad en el ejercicio del poder sí es signo de debilidad. La grandeza y el poder son entonces, bajo esta línea de acción y pensamiento, dos realidades totalmente opuestas e incompatibles.

Pero se equivocan. La grandeza -de acción y de visión- y el poder no son incompatibles. Eso sí, no cualquiera sabe conciliarlos. Los que lo logran, se llaman estadistas (y sí que los tuvimos). Los que no, bueno, salen todos los días en los diarios del país y en alguna que otra foto en primera fila, pavoneándose en su aparente destreza en el juego del poder y dejando en evidencia su falta de grandeza.

Y el alto precio de esa falta de grandeza, lo paga Argentina y nosotros, todos los argentinos