La meteorología enseña que una tormenta en el mar provoca olas de distinta longitud: las olas de poca longitud de onda se van deshaciendo pero las de mayor longitud persisten. Estas últimas pueden llegar a costas relativamente alejadas de su origen, produciendo lo que se denomina mar de fondo. ¿Cómo se reconoce el mar de fondo? Para empezar no es necesario que haya viento en la costa, ya que las olas se generan mar adentro y, como están bastante separadas entre sí, producen un vaivén que perturba la navegación y la pesca; provoca, además, movimientos peligrosos en las profundidades y enturbia el agua. Para concluir esta reseña, cabe señalar que las olas lejanas transportan una carga de energía capaz de voltear lo que encuentre en su camino. En fin, siento esto que sucede en la política argentina: hay mar de fondo.

Y el gobierno nacional huye para adelante. Al haberle cedido la iniciativa al PJ para contestar los agravios de la calentura rosarina, se autoexcluyó como interlocutor, siendo ese su primer e inexcusable deber. Tal vez la errada decisión no lo hubiera sido tanto si el presidente del partido no fuese el ex presidente de la Nación, esposo y elector de la actual presidente. Cerrada toda posibilidad de diálogo, sobrevinieron las tibias medidas que anunció el jefe de gabinete rodeado de gobernadores leales, el nuestro entre ellos. Mientras, los partidos de oposición querían llevar el debate al Congreso (de donde nunca debió salir); pero la bancada oficialista negó el quórum. Los productores, cualquiera fuese su dimensión de escala y ubicación geográfica, más que nunca se mueven entre la bronca y el desconcierto, conscientes del desgaste de su causa. Todas estas son las olas generadas por una tormenta en alta mar, o sea la ya lejana resolución del 11 de marzo pasado, dictada por un ministro renunciado a causa de ella. Lo curioso es que quienes lo sobreviven la siguen sosteniendo a rajatablas.
A partir de ahora todo será acción sicológica, usinas de rumores, marchas y contramarchas, lealtades y deslealtades, realineamientos, alianzas y rupturas. ¿Y después qué? Este es el panorama actual que percibo en el justicialismo doblemente gobernante. La mejor manera de salvar la ropa es escudarse en los epítetos desestabilizadores, golpistas, antidemocráticos. Pese a que mucha, muchísima gente busca afianzar la cohesión nacional atraída por la fuerza convocante de los bicentenarios, hay fuerzas ingobernables que por su propia dinámica apuntan a la disgregación. Y todo eso en los umbrales del 2010. En verdad, el verdadero mar de fondo es un proyecto que no termina de explicitarse, diseñado desde la revancha histórica y en base a encuestas, no lamentablemente sobre un noble legado de 200 años sino mirando apenas la coyuntura y nunca el largo plazo.
Si este mar de fondo político debe seguir las secuencias de la naturaleza, las olas han de romper su fuerza en la playa. Una gran macana, vea. Ya hemos arriesgado demasiado nuestro destino nacional en los pocos años de democracia que llevamos, como para seguir tensando la cuerda y al puro vicio, por no decir una grosería. La única posibilidad de cambio, difícil pero no por ello menos intentable, es que cada gobernador y los legisladores nacionales impongan la agenda del reencuentro y la concordia, del impostergable rediseño federal, del desarrollo equilibrado de las regiones, de la transparencia y la buena fe. Todo lo cual exige diálogo, respeto por las ideas contrarias y espíritu de superación. Al fin y al cabo así como estamos parece que seguimos en 1850.