Derechos Humanos propios y ajenos

Una de las cuestiones que apasionan hoy en Occidente es la de los Derechos Humanos, a punto tal que ha generado una especialidad entre los temas académicos. Se le dedican esfuerzos y conocimientos, y sus servidores ganan reputación entre los ciudadanos libres del mundo. Un fenómeno de protagonismo tan evidente merece algunas reflexiones porque la dimensión del derecho con el que se lo protege es una tarea noble por lo que tiene de custodia de los aspectos esenciales de la persona; la actividad de los promotores y servidores de este movimiento humanitario es otra cosa. ImageMuy ligado a este tema ha surgido una expresión cursi que involucra lo más estrictamente personal. Se trata de saber cómo ha prendido con tanta fuerza lo que se ha dado en llamar “la persona humana”, tantas veces dicha y repetida. Los prebostes de las esencias jurídicas han acuñado una expresión incorrecta por donde se la mire. Hoy todo el mundo habla de “la persona humana”. Lo hace el Secretario de la ONU (éste y el otro y todos), lo hace el Papa; lo hacen los Presidentes y Jefes de Gobierno de las potencias occidentales, lo hace cualquier político que se precie y hasta el aprendiz, en fin, periodistas, maestros de cualquiera disciplina humanista, y el resto de los mortales, tal como si la persona pudiera ser algo más o algo distinto a lo humano, pues que se sepa, no se conocen personas vegetales o animales o minerales. Aquellos prebostes (que son los de siempre), así lo han puesto en el documento oficial, como que está expresado en el “Considerando” quinto del Prólogo de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, donde se lee: “Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres; y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”.

Es decir que constando en tal documento de alcance mundial, esta expresión ha tomado la iniciativa y no habrá quien la destrone. Parece que el pleonasmo lleva la intención de remarcar con vigor la especie de derechos de que se trata aunque es un propósito inútil pues los derechos no pueden ser más que humanos, sean los dictados para los humanos, o los que los dictan para los animales, o para la Naturaleza o el medio ambiente, o para regir los experimentos de los viajes espaciales. Tal vez en ello consista la razón de ser de esta expresión; es decir, el derecho que dictan los humanos para los humanos, lo que podría aclarar el significado de esta frase, pero no su justificación, porque sigue siendo una cursilería utilizada por los seres supuestamente cultos. Son los mismos que acuñaron la expresión “yo personalmente pienso” como si fuera posible pensar con la mente de otro.

No es posible abordar en este breve estudio el análisis de todos los fundamentos y artículos de esta Declaración; sólo acudiremos a ella para afianzar nuestros puntos de vista, dejando para mejor ocasión el tratamiento general de la Declaración. Tal vez convenga aclarar nuestra posición al respecto.

No creemos ni por poco que todo lo que declaran, proponen o sugieren las naciones que están aparentemente unidas en esa institución residente en Nueva York, tenga tan alto grado de neutralidad, objetividad y certeza como para merecer nuestro respeto, pues nos basta con recordar las guerras autorizadas por estar en juego intereses económicos poderosos, y en otros casos mirar para otro lado cuando en países débiles se organizan matanzas sin que las naciones que dicen estar unidas entre otras cosas para la defensa de los derechos humanos, muevan un dedo para detener los genocidios del siglo XX y XXI, especialmente en África y algunos espacios geográficos de Asia. Así, pues, la hipocresía de estos tecnócratas al servicio de intereses indignos y los resultados que producen no nos mueven hacia un mínimo sentimiento de admiración. Por lo demás, es una organización mundial en la que la mayoría de sus miembros son países gobernados por regímenes totalitarios, corruptos y genocidas, que no tienen ningún inconveniente en preguntar dónde hay que firmar lo que se les ponga por delante en la ONU para retornar a sus pequeños Estados y seguir asesinando a los miembros de las tribus que consideran enemigas o a las personas que se oponen a sus bajos designios.

A propósito de lo dicho, queremos contribuir a una mejor comprensión de este tema tan manoseado por cualquiera que lo tiene a mano para que lo auxilie en sus pretensiones políticas. Porque pese a que no debiera serlo, el tema de los derechos humanos está absorbido completamente por los intereses económicos y políticos de países, grupos empresariales o políticos de moda.

De otro punto de vista, quiérase o no, desde su formulación oficial estos derechos fundamentales presumen de consistir en principios universales en el sentido metafísico del concepto, y nada está más lejos de la verdad.

Lo primero que habrá que decir es que calificar a los derechos humanos como universales es ridículo además de falso. Se podría admitir y con reservas, según se verá, que tales derechos sean “mundiales” o si se quiere, “planetarios”, pero nunca “universales”, pues es mucho pretender por los funcionarios bien alimentados de la ONU, que su Declaración de 1948 sea atendida por todas las galaxias, estrellas y planetas de la Creación. No les basta el ámbito mundial. El título mismo de la Declaración lleva inscrita la palabra “Universal”, algo que ruboriza porque por lo visto no se toman en serio su trabajo bien pagado.

La declaración del artículo primero en cuanto que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” es un enunciado de un falso Derecho natural que no se inscribe en la realidad humana. Lo verdadero es que todos los seres humanos nacen asistidos por circunstancias diversas que determinan su existencia futura. Más bien debiera proclamarse que no todos los seres humanos nacen iguales en dignidad y derechos y que en todo caso, a lo que gobiernos e instituciones internacionales debieran dirigir sus esfuerzos sea en buscar los medios y métodos para convertir en certeza ese regocijado propósito. No obstante, está claro que los enunciados enfatizados ganan espacio en detrimento de la verdad.

En este sentido es más adecuadamente descriptivo el artículo primero de la Declaración de Virginia de 12 de junio de 1776 al expresar:

“Que todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes, y tienen ciertos derechos inherentes, de los cuales, cuando entran en un estado de sociedad, no pueden ser privados o postergados; en esencia, el gozo de la vida y la libertad, junto a los medios de adquirir y poseer propiedades, y la búsqueda y obtención de la felicidad y la seguridad”.

Como se observa, aquí se distingue entre lo que constituye lo que es propio de la naturaleza de todo hombre y lo que ocurre cuando “entra en sociedad”, que es la ámbito donde se producen las desigualdades. Es la diferencia entre el ser y el deber ser, entre el hombre como entidad independiente de toda otra, y el hombre puesto en su realidad social.

Sigue siendo una utopía la posibilidad de llevar a efecto alguna clase de sanción para corregir a los gobiernos que adhieren a estas Declaraciones veneradas y actúan infringiendo sus contenidos. Las Naciones Unidas prefieren sobre valorar su importancia recostándose en la cantidad más que en la calidad. Si tanto importan los Derechos Humanos, debieran actuar con más consecuencia y excluir de la institución mundial a los países gobernados por torturadores y genocidas, algo desgraciadamente impensable si se repara en China y hasta hace bien poco en la Unión Soviética, dos Estados miembros gobernados por una clase de jerarcas deplorables, por nombrar sólo a dos de los tantos Estados comunistas que pregonando la defensa y protección del pueblo no hacen otra cosa que someterlo a coacciones y prohibiciones de toda clase incluyendo el mínimo derecho de poder salir y entrar libremente en su territorio nacional. Esto quiere decir que desde su origen, la Declaración “Universal” peca de hipócrita porque dos de los cinco países con derecho a veto incumplen lo que se declara como derecho universal.

Habrá que convenir en que a poco de concluir la II Guerra Mundial, la mala conciencia de los países aliados que la ganaron, se vieron impulsados a formular una declaración más solemne que eficaz, por haber permitido a los nazis asesinar casi hasta el exterminio a una raza de religión varias veces milenaria. Para que nunca más volviera a ocurrir, dijeron los burócratas de las Naciones Unidas, y mientras lo proclamaban ya estaban en marcha nuevos genocidios africanos y el corsé de hierro de los regímenes chino y soviético. Con estos antecedentes cómo quieren que se los tome en serio. La respuesta de los funcionarios y diplomáticos (que también son funcionarios que deben cuidar de sus ingresos) es la misma de siempre: mejor esto que nada. Esta muy claro que esto es la nada. Tenemos el guión, el teatro y los actores, pero el espectáculo no comienza jamás. Eso es lo que tenemos y por eso tenemos la nada.

En Irak se derrotó, juzgó y ahorcó conforme a la ley, al genocida de un país productor de petróleo. Se podría decir que la invasión valió la pena, aunque en el fondo el propósito era otro, sencillamente los contratos petrolíferos. En los países africanos pobres, carentes de riquezas naturales, la matanza es el pan diario para los infelices africanos que a nadie importan porque son desgraciados al no tener bajo sus pies recursos naturales deseados por los países poderosos. En estos casos no interesa derrocar, juzgar y ejecutar a los genocidas porque lo son de un país de escaso interés estratégico. Mientras tanto, los funcionarios de la ONU extendidos por todo el planeta, siguen cobrando por sus buenos oficios.

En estos días se está preparando el escenario para los Juegos Olímpicos de Pekín, coincidiendo con el ataque chino a las pretensiones tibetanas de libertad. Muere gente en las calles y se reprime con firmeza. Europa y el Norte, Centro y Sur de América, no se atreven a boicotear los juegos porque se trata de China. Si los acontecimientos se llevaran a cabo en un país débil organizador de los JJ.OO. todo el mundo occidental se rasgaría las vestiduras proclamando y alentando el boicot. Con China no se atreven por temor a represalias, entre las que se contaría la pérdida de un mercado de millones de personas ávidas por comprar productos occidentales.

Los políticos occidentales son los apologistas de derechos que luego no se atreven a defender. El argumento dado es simplón: es preferible acudir a los juegos e intentar que las dos partes del conflicto dialoguen buscando una salida negociada. Es el argumento de los desvergonzados y corruptos, que siempre tienen a bien presentarse con la careta de personas tolerantes, para encubrir sus propósitos políticos o sus ventajas económicas. ¿De qué pueden hablar dos partes cuando la una tiene la porra en la mano y la otra la espalda lista para recibir los golpes?

Hasta aquí, lo que se puede decir, en parte, de los DD.HH. en Occidente. Hay sin embargo un aspecto que vale la pena destacar y que da título a este breve estudio del tema. Estos derechos proclamados exageradamente como universales, ni siquiera son mundiales porque no pasan de ser occidentales. Quiere decir que la pretensión de los funcionarios de la ONU en la práctica se ve reducida notablemente; a tal reducción han quedado sus pretensiones universales. Asia y África reaccionaron con vehemencia bastantes años después. La Declaración de Túnez de 6 noviembre 1992, proclamó que en orden a estos derechos no puede darse un contenido único sin tener en cuenta la tradición y valores de cada pueblo. En el mismo sentido la Declaración de Bangkok de 23 de abril 1993 para los pueblos asiáticos. Por su parte y en orden a factores político-religiosos, también buscó su propio lugar la Organización de la Conferencia Islámica de El Cairo en 5 de agosto 1990, que se niega a aceptar una catálogo de derechos y principios jurídicos que son ajenos a sus costumbres y prácticas religiosas.

Como es fácil de observar, la Declaración de las Naciones Unidas no tiene alcance ni siquiera mundial y pomposamente pretende ser Universal. Hay que decirlo con claridad: el contenido de los DD.HH. de la Declaración de 1948 de la ONU no pasa de ser una trascripción de algunos de los tipos penales que contienen con escasas diferencias los Códigos Penales de los países occidentales. De suerte que, querer imponer sus códigos penales a todos los países del planeta bajo el argumento de que se trata de derechos supra nacionales, es un engaño que los países asiáticos y africanos no están dispuestos a tolerar, y con razón, porque lo que se pretende en definitiva es una colonización cultural bajo el disfraz de principios elevados a la categoría de sagrados aunque, quienes los proponen, en su mayoría, son políticos laicos y promotores de la persecución, precisamente, de todo lo sagrado.

Por ello, sería más noble admitir que existen derechos humanos propios o nuestros (los occidentales) y derechos humanos ajenos (africanos, asiáticos, musulmanes, etc.), que pueden dar lugar a pisar aunque sea parcialmente terrenos comunes. En tal caso se estaría trabajando por una paz sincera y sin propósitos colonizadores. Todo derecho es derecho humano y como tal, relativo en su cualidad, en cuanto que está dado para regir parcialmente en una ubicación geográfica concreta, y es relativo en su existencia, pues de ordinario con el tiempo es sustituido por otras normas jurídicas apropiadas a los hombres de otros tiempos.