Una vida política signada por las becas y las agendas

Tiempo atrás, leí sobre la participación de don Antonio Marocco, ministro de Gobierno de Salta, en el acto de lanzamiento de un ambicioso programa nacional de becas, que beneficiará a 26.000 estudiantes salteños. Antonio Oscar Marocco, allá por 1975Hoy, a través de la crónica de Juan V. Cino, me entero de que el ministro obsequió a los oficiales superiores que compartieron con él el palco de autoridades en el acto de ayer con unas agendas.

Ambas cosas, las becas y las agendas, trajeron a mi memoria algunas imágenes y vivencias de la campaña interna que el justicialismo salteño, convulso y dividido como de costumbre, vivió durante los meses del lluvioso verano 1975/1976.

Tuve el privilegio de compartir algunos momentos de aquella campaña con el hoy ministro Marocco, quien en un gesto de condescendencia y simpatía con quienes trabajábamos en el castigado Departamento de Cerrillos, un buen día -todavía democrático- de marzo de 1976, visitó nuestra circunscripción y nos ayudó a convencer personalmente a algunos de los dirigentes más renuentes.

Aquella campaña interna fue especialmente accidentada en la localidad de La Merced. Hasta allí tuve la suerte de acompañar al mítico Poncho Marrupe -que era nuestro candidato a senador- hasta los umbrales mismos de la casa de doña Corina Martiñuk de Demboreynsky, quien por entonces era lo que se dice hoy "un referente" de la Lista Verde. Con tanta mala suerte, que Marrupe, a causa de las sombras de la noche, no alcanzó a ver el último escalón que separaba el pasillo por el que transitaba con el patio de macetas de doña Corina y dio con toda su enorme humanidad en el suelo de aquel patio sembrado de malvones, azaleas y geranios.

Corina y yo no tuvimos más remedio que acunar al maltrecho Poncho al son de sus versos favoritos: "Cuando la luna lloraba, astillas de plata la muerte del sol".

Al día siguiente, con el sol ya resucitado y Marrupe respuesto del porrazo, visitamos con Marocco a una conocida peluquera de la localidad, famosa por su mal carácter y por su abundante prole. Allí, entre lacas, bigudíes y secadores, "el gringo" iba tomando nota en su agenda de las necesidades de la peluquera y apuntando el nombre y fecha de nacimiento de sus descendientes, que, según yo entendí, "debían darse todos por becados", casi por arte de magia.

Lo cierto es que, beca va y beca viene, Marocco dejó olvidada su agenda en casa de la peluquera de La Merced y cuando se dio cuenta y quiso recuperarla, ya los blindados del coronel Mulhall se habían hecho con el control de las calles y erigidos sus conductores en amos de la libertad de los ciudadanos.

La consumación del golpe de Estado, el 24 de marzo de 1976, tras aquel fatal anuncio de que la Junta Militar había asumido "el control operacional" del país, provocó el lógico desbande de los que participábamos de aquella democrática contienda interna, hasta el punto de que convirtió en papel mojado la promesa de aquel dirigente que, en una unidad básica de la calle Rioja, entre lágrimas, había asegurado a sus incondicionales que se reunirían en aquel lugar "todos los viernes de nuestras vidas".

Poncho Marrupe y doña Corina nos dejaron. Pero el ministro y la peluquera todavía están entre nosotros. Quizá a ellos corresponda aclarar qué fue de aquellas becas y, sobre todo, qué suerte corrió la agenda, entre tanta inquisición organizada desde los cuarteles.

Si nadie levanta la voz, no habrá más remedio que creer que, como los panes y los peces, Marocco obró el prodigio de multiplicar becas y agendas, hasta poder darse el lujo de elevar el número de las primeras de 14 a 26.000 y de regalar las segundas sigilosamente a los mismos militares (o a casi los mismos) que hace 32 años no hubieran vacilado en lanzar a todo un Batallón de Inteligencia a la incautación de la que dejó olvidada en La Merced.