
De a poco la gente empezó a entender también que detrás de la línea de fuego acechan problemas micro, trasuntados en el desabastecimiento en grandes supermercados o en el almacén de Doña Lola (que es donde fían cuando el salario languidece). No encuentro otra lectura para entender la nueva ola de cacerolazos. Millones de compatriotas, muchísimos de los cuales votaron a Cristina, han ido inquietándose progresivamente pero el solo hecho de percibir -aunque sea brumosamente- que la economía crece pero no derrama, que la inflación se combate desguazando al INDEC, que las góndolas vacías son incompatibles con nuestro pancismo criollo. En suma: está a la vista que no es lo mismo crecer que desarrollar. Al menos este no es un cacerolazo como el del corralito; tiene algo altruista, aunque también esconde la secreta propensión a despertar furias.
¿Cuáles furias? Para empezar, las viejas rémoras argentinas tan bien retratadas en ese librito imprescindible y olvidado de Víctor Massuh La Argentina como sentimiento (Ed. Sudamericana, Bs. As. 1983); en este caso: ciudad vs. campo, Buenos Aires vs. Interior o su variante federales vs. unitarios, gorilas vs. peronistas, oligarquía vs. pueblo. Lo interesante ahora es que la primera fue aventada precisamente desde las mismas ciudades. Más allá de la cantidad de gente reunida, esa bendita clase media urbana se puso al lado del campo, lo redescubrió. El otro enfrentamiento inquietante, que llevan a flor de piel chacareros del litoral o del NOA, se advertía cuando algún cronista de televisión porteña los reporteaba. La siguiente está a flor de piel y se da justo cuando don NK decidió que el PJ sea la columna vertebral del proyecto matrimonial para los próximos ¿veinticinco años? Pero la peor de las antinomias es la última puesto que, ya lo sabemos, siempre termina enfrentando pobres contra pobres o pobres contra empobrecidos, que es lo mismo. Y ahí está para comprobarlo el inefable DElia, titular de la guardia republicana parapolicial del gobierno, reeditando la lucha de clases setentista que la Casa Rosada reedita con sus maníacos palimpsestos.
Sin embargo, en política, la antinomia en sí no es mala. En una anterior ocasión comenté en esta columna la propuesta de Chantal Muffe, de rescatar el sentido agonal de la política. La política es lucha, confrontación, pero de ideas y quien está en el gobierno lo mejor que puede hacer por su propia subsistencia es promover el debate, facilitarlo. Todo lo contario a lo que hizo la presidenta con su discurso del martes, de tan poca altura: lo contario a un estadista que -por sobre cualquier interés de facción- debe preservar la unidad nacional. En la reunión de Parque Norte del jueves a la noche, CFK rebobinó esa soberbia que nos puso al borde del despeñadero, al convocar humildemente al diálogo.
Cristina Fernández de Kirchner no representa hasta ahora ningún cambio; es la versión edulcorada del estilo de mando que sostiene el modelo político-social-económico que pergeñó su marido antecesor y unos pocos amigos, sin el concurso del partido que ahora desean rescatar, de ningún otro partido ni sector social. El mandato de la esposa, sí, ha variado de la inmanejable transversalidad primigenia a la más pragmática concertación all uso nostro. Este no es un gobierno de proyección de futuro, apenas una variante mal leída del carpe diem.
Entre las constataciones salidas a luz, y esto es positivo, están las siguientes: 1- hay un campo rico (latifundista, dicen los desaforados) y están los chacareros, 2- los chacareros constituyen las pymes agrarias y son miles de miles, 3- las famosas retenciones no se coparticipan, 4- las retenciones no se vuelcan ni siquiera en parte para tecnificar el campo y abaratar insumos, 5- las pymes agrarias mueven miles de empleos y de actividades agroindustriales. La problemática agropecuaria ciertamente es compleja, y como toda cuestión compleja posee varias lecturas y hay que respetar entonces las distintas miradas. Frente a tal panorama no hay otra salida que el diálogo franco, amplio y sin dobleces. Y acá aconsejo otro librito, un poco más viejo que el otro pero de asombrosa vigencia, titulado precisamente El problema agrario argentino (Ed. Desarrollo, Bs. As. 1965), de varios autores, compilado por Arturo Frondizi. En uno de sus capítulos el ex presidente dice Nuestro problema es convertir o transformar las explotaciones agrarias en verdaderas empresas, cuya diferencia con la empresa propiamente industrial no sea otra que el objeto a que están dedicadas. En otras palabras, en la Argentina el problema agrario es un problema de incremento de la productividad. De modo que todo lo que se haga en contra de esa línea, atenta contra el interés nacional.
Consecuencia de las inevitables tensiones que produciría el manejo de la cuestión militar, Ricardo Alfonsín tuvo una inolvidable Semana Santa. Zarandeadas las fuerzas armadas, Cristina nunca se habrá imaginado que -apenas iniciado su mandato- padecería su propia Semana Santa a causa del reclamo de los pequeños y medianos agricultores, en especial aquellos de la Federación Agraria surgida luego del Grito de Alcorta en 1912, que parió la pampa gringa. Por cierto las condiciones de los chacareros por aquel año eran distintas a las del mundo globalizado. Para ambos presidentes, luego de los incidentes, el país ya no sería el mismo. ¿Aprenderá ella la lección?