
Por otro lado, el diario La Nación de Buenos Aires, que con la firma de Marcos Aguinis, dedica hoy mismo un extenso artículo titulado "Un Tesoro Escondido" a la biblioteca semipública fundada por Caro Figueroa y dirigida actualmente por su esposa Lucía Solís Tolosa y que lleva el nombre del fallecido senador nacional J. Armando Caro.
Se trata de dos caras de la misma moneda: por un lado, el sobrio elogio de Aguinis a un esfuerzo personal de cuatro décadas, que desde la humildad más profunda y sin aspavientos se proyecta al mundo como un activo cultural de extraordinario valor, y, por el otro, el inútil intento de menospreciar la misma trayectoria y el mismo esfuerzo personal, en cumplimiento de "estándares editoriales" dictados exclusivamente por el odio y ánimo de revancha política.
Quizá no haya mejor medida para el ridículo que provoca un ninguneo fallido de El Tribuno que la cantidad de hiel que uno calcula han debido de tragar quienes, por convicción o por obediencia debida, despliegan a diario las mezquinas estrategias de la ingeniería del odio, cuando leyeron el bien documentado artículo de Aguinis y sus interesantes conclusiones. Éstas, por cierto, eluden cualquier frivolidad y exaltan el valor de una obra más que el acierto de una persona.
La diferencia entre ambas visiones es muy simple: Así como El Tribuno y las personas que lo gestionan sueñan con una sociedad en donde no existan activos culturales como los que representan Caro Figueroa y su prodigiosa biblioteca, La Nación, así como otras instituciones y personas imbuidas de un espíritu tolerante y amante de la libertad, trabajan para forjar una sociedad en la que quepan todas las manifestaciones culturales posibles, incluidas las más intolerantes y descaradamente sectarias como El Tribuno.