Preparándonos para el primer balance del Gobierno Urtubey

Aunque falta bastante para los míticos primeros "cien días", ensayamos aquí algunos criterios de evaluación. Juan Manuel Urtubey, gobernador de SaltaEl que el cuerpo electoral, la opinión pública, los analistas e incluso la propia oposición concedan a los nuevos gobiernos un plazo prudencial para formular una primera evaluación de su rumbo, es una práctica generalmente aceptada.

No es la intención de esta columna quebrar aquella regla no escrita dictada por la prudencia, ni pretende emitir apreciaciones categóricas (menos aún definitivas) respecto de un gobierno que lleva poco más de 60 días en funciones.

Nos proponemos, antes bien, esbozar algunos lineamientos que, en su día, puedan contribuir a que los debates, que inexorablemente y por pura lógica democrática habrán de producirse en el futuro, transcurran por carriles constructivos.

De la gran variedad de puntos de vista posibles, elegiremos aquí aquellos centrados en las medidas y en los comportamientos que muestren cambios respecto del régimen anterior y valoraremos sí tales modificaciones (de existir) nos acercan a nos alejan de las metas de libertad, igualdad, transparencia e integración en el mundo.

Para refrescar algunas memorias, recordaremos las principales características del régimen que lideró el señor Juan Carlos Romero en su largo ciclo al frente el poder provincial. Estas características pueden presentarse y resumirse del siguiente modo:

a) Discrecionalidad: Entendida como proliferación de “listas” (negras, blancas, rosas) que dirigían la concesión (o la denegatoria) de beneficios públicos. Una práctica que podría expresarse en esta cruda frase: “Primero los amigos y parientes, después los conversos, por último los independientes. Y al enemigo ni justicia”.

b) Absolutismo: Entendido como subordinación de todos los poderes del Estado (jueces, legisladores, administración, órganos de control) a la voluntad autocrática del Gobernador, y correlativa pretensión de someter a la sociedad civil (sindicatos, empresas, asociaciones, partidos políticos, expresiones de la cultura y del deporte) a los dictados de la misma voluntad única.

c) Opacidad: Entendida como reinado del favoritismo y del clientelismo; como mezcolanza de lo público y de lo privado; y como lisa y llana corrupción alentada por las restricciones a la libertad de prensa y a la independencia de los jueces.

d) Egoísmo visceral: Entendido aquí como supremacía del interés privado (de los epígonos del poder) por sobre el interés general; como fomento de los superbeneficios concedidos por el Estado para que determinados particulares “amigos del poder” lucraran con fondos públicos (de los contribuyentes) o con recursos privados (de consumidores o usuarios).

e) Boato rastacuero: Entendido como el montaje de ceremonias, rituales, vestimentas, reglas protocolares, gestos distantes que, desde la cultura de los nuevos ricos, pretendían homologarse con las prácticas de las monarquías europeas cuando no de los sultanatos orientales.

f) Desprecio por el futuro: Entendido en una cuádruple dimensión: a) Como apuesta por el aislacionismo provinciano (compatible con la proliferación de viajes turísticos y de placer al exterior) frente a un mundo que se “aplana”; b) Como ignorancia de todas las pautas de conservación del equilibrio medioambiental para poner recursos estratégicos (nuestros y de la humanidad) al servicio de los mismo “amigos del poder”; c) Como voluntad de mantener la pobreza (que era utilizada como masa de maniobras del clientelismo), desinteresándose por el desarrollo del Estado democrático de Bienestar (que nada tiene que ver con la red asistencial montada, opacamente, para satisfacer mezquinos intereses electorales); y d) Como desprecio por la educación en todas sus manifestaciones.

Es pronto, insistimos, para emitir pronunciamientos valorativos.

Sin embargo, hay ojos avizores que perciben ya algunos intentos (en su mayoría incipientes y escasamente audaces) de desmarcarse del régimen anterior y, de esta manera, cumplir con la voluntad de la mayoría. Se trata de los mismos ojos, a veces cargados de pesimismo, que advierten también áreas de improvisación, conductas vacilantes, funcionarios que se dejan abrumar por los “expedientes” (enormes cartapacios donde reina la peor burocracia y muere todo cambio), estériles combates ideológicos, incapacidad para romper rutinas, y hasta un cierto esnobismo.