
La unificación social a través de la estructura de la dictadura del proletariado es uno de los más claros exponentes de una forma de globalización. Proletarios del mundo uníos es la frase más globalizadora de la Historia y con ella se movilizó a los trabajadores de todo el mundo occidental y oriental hacia una unidad política organizada por el Partido Comunista; es decir, por una organización dirigida por un líder y una clase dirigente que en la práctica se decantó por la persecución, la tortura y la desaparición física de los adversarios o los simplemente disidentes. Los comunistas y activistas del socialismo real que proceden de la globalización inspirada por Marx y Engels, ahora están en contra de la globalización porque está inspirada en las doctrinas económicas del liberalismo capitalista. Esto quiere decir que la globalización o su contrario la antiglobalización, dependen en todo caso de la ideología, lo que le resta toda certeza en tanto que valor absoluto, porque mayor relativismo es difícil de imaginar. Esta globalización socialista pretende convencer con argumentos o garrote, que nada es mejor que una salud social que destierra cualquiera individualidad a favor de una total colectivización lo que, de un punto de vista teórico no es reprochable.
No obstante, sus consecuencias prácticas son desvastadoras. Esta globalización que pretendió sin lograrlo la unión de todos los proletarios del mundo, es la unificación de una clase social, no de personas, aunque así lo proclame el lema político, porque en su enunciado teórico, el resultado no sería la liberación de los trabajadores oprimidos, sino la liberación de una clase y en consecuencia, se lograría la igualdad por la salud social de la clase trabajadora como tal, no de sus individuos, pese a que sus logros recaerían o debieran recaer en los seres humanos como consecuencia de tercer orden ya que, en primera instancia, el beneficio sería absorbido por la clase, en segundo lugar por el partido y en tercer lugar por los trabajadores individualmente considerados. Esta tendencia globalizadora ha fracasado en la práctica por una multitud de causas que no es el caso estudiar aquí. Quedémonos con el hecho cierto: es una globalización que oprime a los liberados., por la necesidad de un disciplina férrea que sustituye a la adquisición del convencimiento.
Otra globalización es la que propone el liberalismo, que va camino de globalizar el dinero de los Bancos, las teorías y prácticas presupuestarias de los distintos Estados, las claves de la financiación multinacional y demás asuntos que tienen que ver con la riqueza y el poder; del ser humano, ni una sola palabra. Es decir, globalizar también la democracia o para decirlo mejor, la manera de llevarla a la práctica. Lo que se pretende es afianzar leyes similares para pueblos dispares. El pensamiento único en lo político para que ponga su poder al servicio del pensamiento económico y financiero únicos. Esta globalización parece tener futuro a juzgar por lo conseguido hasta el momento y la omnipotencia de quienes la promueven y se benefician de ella; tiene además la colaboración del dinero, lo que le da una perspectiva alentadora. Es otro pensamiento único de características similares a las del socialismo real, aunque en otra dirección y dirigida a otros beneficiarios.
Los argumentos del liberalismo son tan mendaces como los del socialismo real. La señora Emma Bonino, política italiana se ha preguntado: En el mundo hay islas de exclusión pero, ¿cómo es posible que alguien piense realmente que produciendo menos riqueza puede resultar más fácil el combate contra la pobreza? Nosotros, por ejemplo, lo pensamos y ya mismo lo explicaremos. En realidad, da exactamente igual quienquiera que se lo haya preguntado porque nosotros citamos a la señora Bonino nada más que como un ejemplo tomado al azar y muy actual, y no por ser (que no lo es) un icono del liberalismo. Siendo claros y sin ánimo de faltarle el respeto esta señora nosotros a nuestra vez nos preguntamos si es ignorante o hipócrita, porque su pregunta que sólo admite una respuesta, es tramposa por lo siguiente. Es absurdo, y en ello tiene razón, pensar que produciendo menos se combate la pobreza, ya que a menos producción menos reparto. La cuestión, sin embargo, no está en la producción sino en el reparto, por eso es una pregunta tramposa. Si seguimos los dictados del liberalismo, a más ganancia más enriquecimiento de los propietarios del capital y en tales condiciones, por supuesto que no vale la pena para los obreros una mayor producción. ¿Qué beneficio obtendrían los miserables de la tierra? Ninguno. Producir más para enriquecer más a los poseedores de la riqueza sin provecho alguno para quienes ponen su esfuerzo personal en la producción, no es algo que entusiasme a los trabajadores ni responda debidamente a la pregunta aparentemente inocente de la señora Bonino.
Hay que destacar sin hipocresías, que para combatir la pobreza es menester que se produzca más y ese plus se reparta mejor entre todos, capitalistas y trabajadores, propuesta que no comparte el liberalismo porque defiende sin grietas la propiedad privada o lo que es lo mismo decir que la ganancia del dueño del capital debe ser suya por ser quien pone los medios para producir, sin negar que los obreros tienen derecho a un salario, incluso justo, si ese día los empresarios amanecen generosos.
Producir más para combatir la pobreza es un argumento válido, siempre que la distribución de lo producido sea más solidaria por no hablar de justicia, algo que no tolera el liberalismo y que el socialismo excediéndose en sus propósitos, no se conforma con el reparto solidario pues se embandera con la necesidad de apretar la garganta de los capitalistas hasta que dejen de respirar. ¿Qué nos queda entonces?, se preguntaba un amigo con el que debatíamos esta cuestión. Lo que le queda al hombre contemporáneo es encontrar otro camino en el que no quepan las ideologías, ninguna de ellas, y la actividad política se reduzca a la proposición de solución de los problemas y que la elección de los gobernantes lo sea por sus cualidades personales y no por la tendencia ideológica de los partidos que no debieran servir para otra cosa que para aglutinar a los candidatos sin alentar el uso del garrote sobre el lomo de los adversarios.
Es posible que no hubiera un movimiento antiglobalización con una distribución solidaria, dando a cada uno lo que necesite para llevar una vida modesta y digna. Y ello, sin intentar la socorrida igualación de todos los habitantes del planeta porque el sólo plantearlo ya repugna al sentido común y a la recta actividad de cualquiera inteligencia. Todos los hombres nacen libres y todos nacen iguales son los postulados de un racionalismo rancio que aunque se estira década tras década, ya no da para más porque ha perdido toda elasticidad a causa de la falacia que propone como verdad socialmente necesaria. Está probado que no todos nacen iguales porque mucho o casi todo depende de la familia y del país donde se nace. En cuanto a que todos nacen libres que es otro de los emblemas teóricos del liberalismo racionalista, es otra mentira no superada por algún régimen político dado que la libertad depende de los principios que se sustentan y que difieren respecto de los de otras latitudes, y son esas diferencias los pretextos de que se sirven los codiciosos para promover las guerras. Estas teorías mágicas del racionalismo, no son más que deseos incontrolados de pensadores optimistas que confunden lo que es (nacer no siempre libres y nunca iguales) con lo que se desea como corolario de una decencia social, hoy ausente.
El germen del movimiento social antiglobalización se puede fijar en la manifestación que protestó contra la celebración en Madrid, año 1994, del cincuentenario del Fondo Monetario Internacional. Desde entonces el movimiento ha crecido y es reconocido con diversos nombres y propósitos. En una palabra, se ha convertido en una amalgama de movimientos diversos, distintas clases de grupos y asociaciones unas más organizadas que otras y cada cual agitando sus propias banderas y arengando con sus propios lemas a una heterogénea masa de exaltados.
Caben en este movimiento pacifistas, antimilitaristas, anticapitalistas, anarquistas, comunistas, socialistas, nacionalistas radicales, movimientos de okupas, gays, feministas, ONGs de toda índole, esperantistas, indigenistas, movimiento de medicamentos génericos, protectores de plantas y animales en vías de extinción, ecologistas de variada estirpe, obreros, estudiantes, sindicatos, justicieros a favor de la erradicación de la pobreza y algunos más, y otros que seguramente con el tiempo se irán sumando a esta confusión de propósitos.
Entre los grupos, movimientos y asociaciones que integran el movimiento antiglobalización los hay más o menos organizados y los desorganizados. No obstante, integrados en este movimiento aglutinante, ninguno tiene la suficiente fuerza como para imponer un líder o diseñar una organización de la que surja una clase dirigente, una jerarquización del movimiento, y unos estatutos y reglamentos. En este sentido, el movimiento mantiene su característica más notoria: ¡la desorganización horizontal hacia la victoria!
Y no es posible organizar este montón de principios, lemas y propósitos a veces divergentes, porque existe una incoherencia sustancial, imposible a la vez de ser combatida y desterrada del movimiento, que no tiene fuerza para excluir lo que perturba y aclarar lo que confunde, precisamente por la falta de jerarquización. Un cada cual a lo suyo sería una buena frase para entender lo que se cuece en el interior del movimiento. Los que salen mejor parados de este revoltijo son los anarquistas porque son por naturaleza anti-jerarquización, anti-Estados, anti-gobiernos y antiglobalización. Los anarquistas dentro de este movimiento no hacen más que saborear las mieles de la desorganización que genera una libertad sin límites al menos en sus multitudinarias concentraciones. Hasta ahora dan la impresión de ser los que se llevan la victoria aunque con la salvedad de que ha pasado para ellos el tiempo de las bombas y el sabotaje; les resta sólo la protesta, que no es poco cuando es constante.
Tiene sus incoherencias este movimiento, y no pocas. Por ejemplo, habría que preguntarle a los integrantes del movimiento gay, que suelen sumarse a las protestas y manifestaciones del movimiento antiglobalización, qué entienden por globalización y qué sentido tiene para ellos el oponerse. Porque, ¿han pensado qué conviene más al movimiento gay, si mantener viva una acción disgregada por la que cada Estado establezca sus propias normas más o menos permisivas o prohibitivas de la homosexualidad, o un sistema globalizado de normas jurídicas que reconozca sus derechos? La globalización posibilitaría llevar adelante una sola protesta, una sola lucha contra el organismo globalizador, en Europa, por ejemplo, la Unión Europea o, extendiendo más las pretensiones, las Naciones Unidas. Bastaría lograr un solo reconocimiento jurídico para obtener un resulto extendido a la totalidad de países concentrados en sus leyes globalizadoras, y no como ocurrirá con la antiglobalización que, disgregando la fuente de la homofobia, la lucha, obviamente, se les multiplica. Ocurre que en las concentraciones que se convocan, los antiglobalización, en su mayoría gritan sin saber qué ni por qué. Pero gritan, y eso atrae a los medios de comunicación, que es lo que ganan en la calle porque no los dejan acercarse a los despachos oficiales.
A propósito de las contradicciones se puede apuntar otra nada despreciable. Si no fuera por la existencia y gratuidad de las nuevas tecnologías, este movimiento jamás hubiera crecido y quién sabe estaría ya extinguido. En efecto, la globalización del ciberespacio es lo que les permite a estos bulliciosos manifestantes citarse utilizando la red, para formalizar sus marchas ruidosas y sus manifestaciones de manera que, si fueran consecuentes con lo que pregonan debieran renunciar al uso constante de internet para sus convocatorias y demás actividades que alientan y para las que se relacionan. Es que parece ser que una cosa son los principios y otra el hacerles caso. La globalización de las comunicaciones es algo intocable porque sirve para movilizar a personas de distintas latitudes, incluyendo a los violentos, que aprovechan la protesta para destruir las ciudades con el rostro cubierto y una tea en la mano. El aprovecharse de las posibilidades que ofrece el enemigo aunque fuere a costa de violentar los principios, es propio de este movimiento, y ello no habla a favor de una pretendida dignidad de principios.
El movimiento tiene continuidad, no cabe duda. Desde aquel lejano 1994 en Madrid, se sucedieron Seattle, Bangkok y Washington en 1999, Praga 2000, Génova, Gotemburgo, Barcelona y Salzburgo en 2001, la protesta en numerosas ciudades del mundo contra la invasión de Irak en 2005 y la de Rostock en 2007. La única hasta la fecha que no tuvo una localización única fue la de 2005 contra el propósito claro de EE.UU. de invadir Irak, porque se hizo oír en no pocas ciudades del mundo. Las demás manifestaciones estuvieron localizadas en las ciudades donde se llevaba a cabo alguna reunión de propósito globalizador.
¿Qué futuro tiene este movimiento que cuenta con radicales violentos que siembran el pánico allí donde van bajo el lema de la antiglobalización, cuando lo único que les moviliza es el odio contra el sistema social que privilegia a los ricos y castiga a los pobres? Es hora de reconocer que no hay para esta gente términos medios. De lo que se trata es de hacer daño o destruir todo lo que tenga que ver con los poderosos. Se podría decir que la cosa queda reducida a lo que en términos populares se expresa como derecho al pataleo. Un derecho bastante cuestionable porque esa pataleta causa estragos en las ciudades donde se reúnen los ricos, a quienes, también hay que decirlo, poco les importa la destrucción del mobiliario urbano de sus anfitriones, ni el temor que provocan entre la gente pacífica, porque al fin y al cabo lo destruido lo pagan los ciudadanos con sus impuestos.
Al margen de los aspectos prácticos de esta lucha desigual, este movimiento tiene sus ideólogos entre los que se cuentan Naomí Klein, Susan George, Ignacio Ramonet, Noan Chomski, Michael Moore, Diane Mate, Hazel Henderson, Jean Ziegler, Trevor Wanek, Walden Bello, y muchos más. Sin embargo, ninguno de ellos logra encandilar a los activistas que van a lo suyo, incluso los más moderados. Es que, sea que obren con sabiduría o por intuición casi adivinatoria, el elegir al ideólogo del movimiento lleva el germen del peligro de dar nacimiento a una organización jerarquizada y bajo la voluntad de un líder, experiencia que no se quiere repetir con sano juicio, habida cuenta las enseñanzas de la Historia.
La perdición de este movimiento sería su jerarquización y obligatoria disciplina, ajustada a estatutos y reglamentos. Su fuerza viene dada por la desorganizada senda de la protesta, aunque muchos de los que protestan no saben muy bien qué sentido tienen sus conductas vociferantes o si van a servir de algo. Tal vez por ello casi todas las manifestaciones evidencian un carácter festivo con gente disfrazada vistiendo ropa multicolor, bandas de música y cantos alegres. Más parece un acto de reafirmación de la reunión que están celebrando los ricos que de verdadera protesta contra ellos. Seguramente que los atinados y moderados no comparten este modo de proceder consistente en desfiles animados por quienes van vestidos de payasos, trasvestidos o sobre altos zancos, pero como el movimiento no les pertenece porque a nadie pertenece, deben callar y tragar lo que cada grupo lleva a cabo.
Tan horizontal es el movimiento que ni siquiera los violentos pueden adueñarse de él. Sólo les está permitido compartir las manifestaciones o actos de protesta. Es un movimiento anarquizado que perdura a causa de su desorganización y que no tolera con carácter oficial ni la existencia de ideólogos ni la presencia voluntarista de jefes o líderes. Tiene, sin embargo, un substrato unificador que se evidencia como una protesta contra un mundo que se encamina sin perturbación alguna hacia el crecimiento de la discriminación, de la división entre pobres y ricos, y la afirmación de un sistema en el que unos pocos son los propietarios del poder, de la riqueza, de la justicia y de la vida de las personas que no están integradas en el núcleo de esos pocos. Los antiglobalización protestan por necesidad porque intuyen lo que se les viene encima a sus descendientes, aunque tampoco se puede descartar que estén persuadidos de que es una fatalidad y como tal, imposible de torcer o desterrar de ese futuro tan poco prometedor para el ser humano. Sin embargo, este mundillo ensordecedor y multicolor ejerce el derecho al pataleo y nos recuerda con sus gritos la iniquidad de este mundo perverso.