Periodistas españoles se ponen a la cola para que Maradona los insulte

El ya famoso exabrupto de Maradona estuvo dirigido a una "franja" -bien determinada y conocida- de periodistas argentinos, muchos de los cuales se hallaban presentes en el mismo lugar de la rueda de prensa llevada a cabo tras el partido de Montevideo. Es harto improbable que Maradona hubiese querido extender su infortunada exhortación "a chuparla" a los periodistas extranjeros y especialmente a los españoles. Sin embargo, resulta increíble la forma en que algunos periodistas españoles han mordido este anzuelo envenenado y por estas horas escriben y vociferan, contra el entrenador de la Selección Argentina y contra la Argentina, cosas muchísimo más duras que las que pudieron haber dicho los periodistas argentinos que se llevaron aquel formidable rapapolvo maradoniano.
Maradona, el invitadorNadie se metió con ellos, pero algunos periodistas españoles entraron al trapo de una forma bestial, muy propia de ese carácter de mihuras y victorinos que les es propio y de su visceral idiosincrasia. Desataron contra Maradona, su selección, el fútbol argentino y los argentinos una carga feroz, desproporcionada y sobre todo asimétrica, teniendo en cuenta el escasísimo interés que despierta en la Argentina -y en el mundo en general- la señorial aunque insulsa figura del entrenador nacional don Vicente Del Bosque y el abúlico perfil de los jugadores de la selección española, muy buenos, pero no por ello menos sosillos.

Cualquier aficionado español, espoleado por las críticas de sus periodistas hacia la Argentina, también se siente valiente hoy para hablar con soltura y en términos sumamente despectivos, no sólo de Maradona (lo cual es comprensible teniendo en cuenta su enorme popularidad), sino de Verón, de Otamendi, de Sergio Romero, de Mario Bolatti y de jugadores a los que ni siquiera conocen por los cromos. Hasta Mancuso y Lemme han caído en la volteada mediática.

Ni los aficionados ni los periodistas españoles a los que me refiero parecen haberse percatado de que el negocio de Maradona es estar en el candelero, por cualquier motivo, no importa cuál sea, a cómo dé lugar. Lo importante es que hablen de él, permanentemente. No le duele en absoluto que le llamen "drogata" y menos los españoles que, según él, lo introdujeron en el vicio.

Lo que están haciendo con este absurdo contrapunto de insultos quienes hoy atacan ferozmente a Maradona es inflar aún más el ego del entrenador argentino y darle aún más importancia a sus arrebatos y pataletas. No saben que a Maradona no le van a doblegar ni llamando a un "comité de sabios" para que escriba un artículo en contra del entrenador y monte una tertulia definitiva contra el astro. No es rizando el rizo de la intelectualidad como van a mortificar a Maradona, a quien los destellos de algunos intelectuales cercanos al fútbol "se la sudan", literalmente. Sucede en este caso como en un viejo chiste en el que un japonés frente a una pecera dice aquello de "mente superior domina mente inferior". Un listillo de Villa Fiorito propone el juego y una legión de pardillos del Barrio de Salamanca juegan a este juego, que, según se conoce, tiene un solo ganador.  Realmente no es muy inteligente.

Maradona no es un ser normal. Si logró clasificar a la Argentina para el Mundial de la forma dramática en que lo hizo, no fue de casualidad. Es difícil pensar que lo haya hecho a propósito, pero no es descabellado pensar que la menguada popularidad del ex jugador necesitaba un revulsivo de esta naturaleza, un éxtasis entre deportivo y mediático que le devolviera a las primeras planas de los diarios del mundo. Este ser a-normal lo ha conseguido otra vez, y me temo lo ha hecho a expensas de estas "mentes inferiores" que han entrado por el aro como caballos desbocados y se han lanzado a escribir ensayos sociológicos para refutar con aires de suficiencia un simple insulto y que además no fue dirigido a ellos. Muy pobre impresión es la que produce leer estos escritos cargados de hiel y de razones tan superficiales, al fin, como la propia pasión de Maradona.

Quieren verlo tumbado a Maradona, a sus restos esparcidos por el suelo, a su equipo estrellado y diezmado, a Messi nacionalizado español, pero no quieren ver a la Selección Argentina en la fase final de la Copa del Mundo y menos aún tener que enfrentarla en un partido de fútbol. Escribir se escribe mucho, pero la eventualidad de un once contra once entre Argentina y España, con Maradona en el banquillo y en terreno neutral, acojona a más de uno por aquí. Así sea que Maradona juegue con once estrellas multimillonarias o con once argentinitos de a pie rejuntados para la ocasión en un bar de Villaverde Bajo.

No es posible pedirle a Maradona que no insulte. Y menos esperar que cuando insulta lo haga con la ironía de Borges o la finura de Bioy Casares. Maradona es producto de una especie de agregación sedimentaria de todo lo peor de nuestra cultura, incluida la hispana (que si algo sabe es de insultos), que ha venido acumulándose en él por capas, de forma si acaso inconsciente. No se le puede juzgar fuera de este contexto.

Pero en el otro extremo está el considerar -como están haciendo algunos iresponsables- que el insulto felacional de Maradona hacia sus críticos constituye un desdoro para los argentinos o que los argentinos todos participamos de esa esencia barriobajera de la que ha hecho gala el entrenador. Es como poner en duda la virilidad, el honor y el nivel intelectual de todos los españoles sólo porque Míchel le tocó repetidamente los genitales al Pibe Valderrama en un partido contra el Valladolid,  Es tan estúpido llegar a identificar a Maradona y a sus excesos con la Argentina y con los argentinos, como pensar que el estándar cultural y estético de las y los españoles está encarnado en la muy poco sofisticada figura de la señora Belén Esteban. No nos confundamos, por favor.

En mi humilde opinión, hay algunos señores y señoras en España que frente a la invitación de Maradona "a seguir mamando", han respondido aquello del chiste: "Mira, pues parece que quiere arreglar por las buenas" y están aceptando de buen grado la desfachatada propuesta del Diez.