
Incluso el temible Ecuador, equipo dueño de un juego exquisito y de una delantera que infunde respeto, ha quedado fuera del Mundial, a 5 puntos de la Argentina y a 11 del Brasil. El mérito de la Argentina es haber podido colocarse entre los cinco mejores equipos del continente, que no por casualidad han sido los del Cono Sur.
Sus compañeros de conquista son equipos potentísimos y brillantes como el Brasil de Dunga, el Paraguay de Martino y el Chile de Bielsa. Tampoco se ha de olvidar que de cuatro selecciones clasificada al Mundial en Sudamérica, tres fueron entrenadas por argentinos. La crisis del fútbol argentino es más un deseo de un puñado de envidiosos que una realidad palpable.
¿Es esto injusto o simplemente es fútbol?
Los campeones morales sólo existen en la imaginación de los perdedores; nunca en los libros de estadística. El fútbol se decide por goles y los goles por lo general caen del lado de uno o de otro, no tanto en proporción directa al buen juego de cada equipo sino a su eficacia y acierto. Argentina supo meter los goles y ganar los dos partidos clave que debía ganar para clasificar directamente. ¿Alguien le ha regalado algo?
Lo único que se le puede criticar a la Argentina es su capacidad de jugar al fútbol en condiciones extremadamente adversas, no sólo bajo presión deportiva sino, muy especialmente, bajo presión mediática . Nuestra selección, integrada mayoritariamente por multimillonarios "pechos fríos" adormecidos por las blandas comodidades europeas, puso el rostro, los huesos y los músculos en estadios bravos a donde ningún seleccionado europeo vendría a jugarse la vida, ni aunque hubiera dinero en juego. La "furia" española, que tiembla cada vez que tiene que ir a jugar a un estadio griego o a uno turco, a los que llaman "infierno", se lo pensaría dos veces antes de poner un pie sobre el césped del Nacional de Chile o del Defensores del Chaco. La Argentina y sus aburguesados apátridas estuvieron sin embargo allí, y no pestañaron. Con Messi, peleando cada pelota con jugadores a los que les importaría un pepino partirlo por la mitad. Argentina y Messi aguantaron. Ganaron y perdieron, pero esto es también parte del fútbol.
Con todo respeto, pero vérselas en una eliminatoria cara a cara con Brasil, Uruguay, Paraguay, Colombia y Chile no es lo mismo que jugar andando contra Turquía, Bélgica, Bosnia Herzegovina, Armenia y Estonia, equipos que no han ganado prácticamente nada en casi 150 años de fútbol. A no confundirse, porque un error de cálculo acerca de la potencia del fútbol sudamericano puede dar alguna otra sorpresa como la victoria de Boca Juniors en Tokio (2000) sobre el poderoso y galáctico Real Madrid.
Nadie, excepto quizá los argentinos, pueden arrogarse el derecho de pedir que, además de eficaz, la selección juegue al fútbol como el equipo de nuestros sueños. Salvo el caso del gigante Brasil, los otros "grandes" como Alemania o Italia (7 Copas del Mundo entre ambos) jamás se rasgan las vestiduras cuando sus equipos juegan rematadamente mal al fútbol. Equipos como estos se crecen -y de qué forma- en la fase final de los campeonatos mundiales. Ellos lo saben, igual que lo sabe Argentina, cuya incómoda presencia en la fase final del próximo Mundial es ya, felizmente, una realidad sin retorno.
Por si todo esto fuese poco, los resultados se han alcanzado, además de forma legítima, es decir, sin perjudicar deportivamente a otros. Por tanto hay poco más que decir, y para algunos, mucho para callar.
La clasificación argentina para el Mundial ha provocado una gigantesca erupción de incomodidad (por no llamar de envidia) en cierta prensa, especialmente, española, que llevaba con inocultable felicidad, con júbilo contenido, los sucesivos fracasos de Maradona y se regocijaba públicamente del mal juego del equipo. El cierre perfecto para esta escalada destructiva, la fresa del postre, que era la "lógica" eliminación de la Argentina, no se produjo y estos envidiosos destructivos se quedaron con un palmo de narices, desencantados, desalentados, desmentidos por la realidad, y además vapuleados verbalmente por un zafio Maradona, de quien no es esperable que reaccione con la flema y la educación de Borges.
Pero muy lejos de encajar esta circunstancia de forma deportiva y como algo normal en el juego del fútbol, estos destructores de ilusiones no cejan en su intento de deslegitimar la conquista argentina, ya sea por el mal juego desplegado por nuestra selección, por los infortunios verbales de su entrenador, por el pretendido abismo que ellos mismo pretenden crear entre Lionel Messi y su propia patria, y por muchas otras circunstancias ajenas al deporte. Esto no es ni deporte ni comunicación seria; es simplemente amarillismo deportivo teñido de xenofobia, erupciones propias de una sociedad que exitista, banal e intolerante.