
Ha vuelto a pasar hoy con la designación de Barack Obama como Premio Nobel de la Paz 2009.
Como todo mundo sabe, este premio universal no es discernido por votación de todos los países del mundo, ni siquiera por votación de un solo país. A diferencia de premios Nobel de otras disciplinas, el de la Paz se decide por votación del Comité Nobel Noruego, cuyos miembros son designados por el parlamento noruego, no por el "soberano universal".
Siendo así, sus decisiones deben ser acatadas siempre del mismo modo, guste más o guste menos la figura del elegido. Todas las críticas que se producen en relación con el Nobel de Paz (sólo comparables en cantidad con las del Premio Nobel de Literatura) provienen de personas o países a los que no le gusta que sea un comité noruego el que decida un premio tan universal e importante. Esto sencillamente comporta romper las reglas del juego y el consenso existente alrededor de la elevadísima estatura y prestigio de estos premios.
El Nobel de la Paz sigue siendo lo que es aunque lo reciba el primer presidente negro de los Estados Unidos, a sólo nueve meses de asumir, y después de no haber solucionado ni una sola guerra o conflicto en el planeta.
Tal vez el Comité Noruego esté pagando con estas críticas una política de varias décadas orientada a la regionalización de los premios, mediante la distinción de personalidades abocadas casi exclusivamente a la lucha contra injusticias dentro de las fronteras de sus países. Lo cual no está mal, por cierto.
Pero ya hay quien ha destacado que el "espíritu original" de Nobel era el de premiar con este galardón a la persona que haya hecho el mejor trabajo "para la fraternidad entre las naciones, por la abolición o reducción de los ejércitos y por la realización y promoción de congresos de paz". Según el testamento de Alfred Nobel, es la concordia y la fraternidad entre las naciones lo que dio origen a este premio. En esta línea, premiar al hombre más importante del mundo, después de sus históricos discursos de El Cairo, Berlín y Praga, en los que se anuncia la vuelta al multilateralismo y una clara vocación antinuclear, no parece ni exagerado, ni prematuro, ni inoportuno, ni voluntarista, ni desproporcionado ni "horroroso", como se ha escrito por ahí.
Tampoco tiene importancia que un premio tan importante lo haya decidido un comité "al que no elegimos" los ciudadanos de los países menos trascendentes del planeta y que ni siquiera contribuimos a pagar. Desde luego, los españoles no ponen un centavo para los Nobel, como para ponerse a criticar cual si se tratase de un premio propio.
Así funcionan las cosas en este mundo injusto.