
Desde luego que puede haber formas de trabajo infantil aún más degradantes, como el que tiene lugar cuando se fuerza a los niños a ejercer la prostitución o se los convierte en sicarios.
Y aquí reside ese pequeño matiz que en cualquier sociedad diferencia al fascista puro y duro de un ciudadano normal con sentimientos humanitarios. El fascista por su condición castradora y refractaria a cualquier placer sexual que no sea el propio, rechazará visceralmente el ejercicio de la prostitución, pero admitirá con el pecho inflado de aires de "padre de la patria" el que los niños sepan portar y utilizar armas "desde su más temprana edad".
El trabajo genera alienación, insatisfacción y estrés, tanto para los adultos como para los mayores. En las sociedades avanzadas, es el trabajo y no el ocio el principal propiciador del consumo de drogas. Pensar en el trabajo como un sucedáneo del ocio con drogas es desconocer la esencia misma del trabajo y su íntima relación con el progreso social y actividad creadora del hombre. Lo mismo sucede con el deporte. Ningún deportista de elite ha llegado a ser lo que es por haberse "caído" del mundo de las drogas. El deporte y el trabajo pueden ayudar a paliar determinadas situaciones sociales, pero no cuando se los instrumentaliza y se los erige como el "último refugio" de los valores morales.
El fascismo, sea el comunicacional o el confesional, se rasgan las vestiduras frente a fenómenos, como el de las adicciones juveniles, que arraigan en la profunda y casi irreversible desestructuración de nuestras familias. Es decir, se asombran de su propio fracaso, pero al mismo tiempo pretenden deshacerse de las culpas propias, como de incómoda impedimenta, y las trasladan al resto de la sociedad, especialmente a los jóvenes.
Los que han cometido el error de defender un solo modelo de familia están haciendo pagar su inoperancia a toda la sociedad. A los que aplauden y financian esperpentos como la policía infantil, habría que preguntarles por qué motivo su prédica fascista de "patria, orden y disciplina" no ha logrado calar en el resto de nuestros jóvenes, y si acaso son "sus" jóvenes los únicos privilegiados por gozar de salud moral y física. Esto demuestra que nuestros fascistas de andar por casa tienen una doble moral: policía infantil y cofradías para los pobres que son ideológicamente afines; trabajo infantil para los pobres "ociosos y drogadictos".
Este enfoque olvida que existe algo que difusamente se llama "sistema educativo", que obliga a padres y a hijos a cumplir con una determinada formación hasta una cierta edad (éste es el verdadero "servicio civil a la patria"). Es al fortalecimiento del sistema educativo y de su capacidad para generar una auténtica igualdad de oportunidades que deben de aplicarse los mejores recursos. De una adecuada articulación entre los esfuerzos del Estado, a través del sistema educativo, y de las familias, cualquiera sea su base y su opción religiosa, saldrán las soluciones que la sociedad espera para nuestros jóvenes.
Educación para todos. No sólo para los hijos de los comunicadores parapoliciales.
Y para finalizar, me gustaría conocer la opinión del señor Arzobispo de Salta sobre las declaraciones de un prelado de su diócesis a favor del trabajo infantil. Tengo la ligera sospecha que en ciertos pasillos de Roma no están muy de acuerdo con esta forma de pensar.