La planificación centralizada, la geoestrategia y los objetivos de la política (Parte I)

La más reciente intervención del doctor Gustavo Barbarán en el debate que él y yo hemos entablado a propósito de la necesidad de que la Provincia de Salta cuente con un "plan estratégico de desarrollo", me ha terminado de convencer de que las mejores energías intelectuales salteñas están inexplicablemente desaprovechadas. La agudeza de juicio, la erudición, la capacidad de relacionar conceptos complejos y hasta la fina intuición política de que hace gala el enjundioso escrito de Barbarán no son frecuentes entre nosotros. Menos aún lo es la demostración de ese elevado sentido cívico que empuja a las personas a prescindir de la descalificación personal y del insulto para defender las ideas propias (cuando se las tiene) o refutar las ajenas. Zbigniew BrzezinskiPor esta razón es que, antes de abocarme a analizar su compleja y extensa respuesta a mis "diez razones", resulta para mí obligado agradecer el esfuerzo del doctor Barbarán, al igual que las últimas aportaciones de los doctores Luis Guillermo de los Ríos y Santos Jacinto Dávalos, los que con su acostumbrada serenidad y claridad de juicio, han ampliado de modo muy provechoso los horizontes de este debate.

Después de leer con atención la respuesta de Barbarán y la intervención de Dávalos, me ha quedado la impresión de que el alcance de mi escrito inicial no ha sido total o suficientemente comprendido.

Mi intención no era otra que la de poner de relieve la ligereza intelectual y el oportunismo electoralista del anuncio gubernamental del "encargo" de un plan estratégico para Salta. Una tarea, por cierto, que me ha sido facilitada al máximo por la manifiesta obviedad de las inconsecuencias, grandilocuencias y contradicciones de aquel anuncio. Sólo en este contexto debería ser interpretado aquel escrito.

{xtypo_rounded_left2} {/xtypo_rounded_left2}Me ha sorprendido comprobar que la práctica totalidad de las opiniones que he tenido ocasión de leer y escuchar, incluida, por supuesto, la de Barbarán, coincide en señalar la debilidad estructural de aquel anuncio del gobernador, su inutilidad práctica y su carácter mesiánico. Es decir, que sobre este punto -fundamental para mí- no hay debate ni contradicción, al menos por ahora.

Las divergencias de opinión entre las posturas de Barbarán y las de quien esto suscribe -que a simple vista parecen muchas- se ciñen en realidad a dos temas: la vitalidad y actualidad de la llamada "geoestrategia" y la necesidad de una "planificación". Es por ello que sólo me detendré a examinar estos dos temas para, a continuación, ensayar una muy breve reflexión entre la incompatibilidad de los "grandes planes" con la política.

Para facilitar su lectura a nuestros usuarios, lo haré en artículos separados.


Sobre la geoestrategia


Afirma Barbarán en su escrito: "no coincido para nada en que hablar en términos de geoestrategia sea una rémora decimonónica, absurda para un mundo globalizado. Una estrategia de desarrollo -o geoestrategia (...)- dista de ser una antigualla".

No creo haber dicho eso. Al contrario, lo que he dicho -y me ratifico en ello- es que "que todas estas cuestiones 'geoestratégicas' están sobreimpregnadas (influidas excesivamente, quizá) de elaboraciones teóricas decimonónicas y que los mecanismos de la globalización política y económica, fenómenos propios de finales del siglo pasado y comienzos del actual, han convertido a aquellas teorías en auténticas antiguallas intelectuales".

En otras palabras, que no pienso que los planteamientos geoestratégicos sean una "rémora decimonónica" como afirma mi distinguido colega; es decir, no pienso que sean "una cosa que detiene, embarga o suspende", que es como el Diccionario define a la palabra "rémora".

Al contrario, pienso que aun las elaboraciones más actuales del pensamiento geoestratégico están todavía demasiado influenciadas por las construcciones teóricas de la llamada "era dorada" del pensamiento geopolítico (1890-1919) y, por ello mismo, bastante desfasadas en un escenario internacional caracterizado por el final de la Guerra Fría y del equilibrio militar entre bloques hegemónicos.

Tampoco he calificado de "absurda" a la geoestrategia en relación con los procesos de globalización. Simplemente me he limitado a decir que, en sus formulaciones más primitivas, los planteamientos geoestratégicos se han convertido en un "uso o estilo" intelectual antiguo (éste es el auténtico significado de la palabra "antigualla").

El doctor Dávalos, por su parte, afirma que "nunca ha visto en sus escritos (los de Barbarán) asegurar que existe un determinismo histórico geográfico que permita a Salta alcanzar tal sitial sin un proyecto abarcador y con el esfuerzo y el intelecto humano". Lo cual es tan cierto como que nunca pudo haber visto en los míos cualquier referencia al doctor Barbarán como un "determinista geográfico". Simplemente, porque nunca he calificado ni al doctor Barbarán ni a su forma de pensar de esta manera.

Sobre este punto, quiero afirmarme y ratificarme en que no creo en determinismos geográficos de ninguna naturaleza, y refugiarme, sólo parcialmente, en la razón que generosamente me concede el doctor Dávalos cuando con agudeza apunta: "si así fuera, Japón sería Argentina y Argentina sería Japón".

La crítica al determinismo geográfico se dirige, de un modo abierto, al gobernador de Salta porque en su lamentable discurso de anuncio del "plan estratégico", dijo "estar convencido de la potencialidad que tenemos"  (¿cuál es la potencialidad tenemos?) y consciente "del grado de exclusión" que padece Salta. Sorprendentemente, añadió que un problema tan grave como éste es algo que se resuelve "a partir de la posición geográfica estratégica que tiene Salta". Lo cual me hace pensar, seriamente, de que no es el catecismo, ni la Doctrina Peronista, ni la Novena del Señor del Milagro el libro preferido del gobernador sino que lo es el de Geografía de Cuarto Año del maestro Alberto Dassis, o -quizá peor- el Manual "Salta" de cuarto grado. ¡Ésto es fe en la geografía y no pamplinas!


La geoestrategia es ideología y yo prefiero a la política


Según Zbigniew Brzezinski, uno de los máximos teóricos de esta materia, la geopolítica refleja la combinación de factores geográficos y políticos que determinan la condición de un Estado o de una región, y que pone énfasis en el impacto de la geografía sobre la política. Para Brzezinski, la estrategia, en cambio, se refiere a la aplicación, planificada y comprensiva, de medidas que permitan alcanzar un objetivo central o un activo vital de relevancia militar. Por tanto, la geoestrategia es -según este autor- una teoría que combina consideraciones estratégicas con geopolíticas (1986 - Game Plan: A Geostrategic Framework for the Conduct of the U.S.–Soviet Contest. Boston: The Atlantic Monthly Press).

Si esto es realmente así, lo verdaderamente absurdo y preocupante es no valorar adecuadamente que, en el mundo en que vivimos, ni la política ni la geografía son las mismas de antes; que han sufrido profundos cambios y que por tanto no es posible seguir pensando que la recíproca influencia entre ambas disciplinas sigue intacta hoy igual que antaño.

No viene al caso repasar aquí las grandes transformaciones operadas en la política desde aquella era dorada del pensamiento geoestratégico, que son muchas y muy profundas.

Sí me gustaría puntualizar que la geografía ha cambiado dramáticamente, no porque los continentes se alejen, se aproximen o cambien de forma, sino porque la gran revolución tecnológica de finales del siglo XX, especialmente en materia de telecomunicaciones, ha modificado sustancialmente el peso relativo del "factor geográfico" en la gran mayoría de los intercambios entre naciones. Las Nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones han contribuido a moldear "un nuevo globo", más integrado, más próximo, más y mejor comunicado. Han difuminado las fronteras, derribado mitos y acercado las culturas por encima de los condicionantes y obstáculos geográficos.

Y no sólo eso. Desde el auge de las teorías geoestratégicas, se han producido y se siguen produciendo fenómenos como la creciente desertización, el calentamiento global, el cambio climático o los grandes movimientos humanos producidos por catástrofes naturales, que están reduciendo a papel mojado algunas teorías que, aun hoy, se empeñan en considerar al factor geográfico como "inmodificable".

Para decirlo de un modo más claro y con ejemplos más próximos, los salteños no sabemos, en realidad, si dentro de un cuarto de siglo los campos de Anta seguirán siendo tan feraces como hasta ahora, si nuestra Puna no se convertirá súbitamente en un vergel, o si Pichanal dejará de ser un infierno tropical para convertirse en un territorio casi siberiano.

Tiendo a ver también en el pensamiento geoestratégico un cierto exceso de militarismo. Y no puedo olvidar que fueron consideraciones de esta naturaleza las que llevaron a los señores Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski -ardorosos defensores ambos del pensamiento geoestratégico y fieles practicantes de la doctrina durante los gobiernos de Richard Nixon, Gerald Ford y Jimmy Carter- a considerar dignos de encomio y de apoyo los golpes militares perpetrados en 1973 y 1976 en Chile y la Argentina, respectivamente.

Tampoco puedo pasar por alto el hecho de que el pensamiento geoestratégico, a diferencia del geopolítico, plantea una aproximación a los problemas internacionales desde una visión cerradamente nacionalista y excluyente. No en vano uno de los máximos exponentes de la "nueva" geoestrategia en nuestro continente es el presidente de Venuezuela Hugo Chávez Frías, a quien el mundo democrático avanzado considera -a pesar de su legitimidad formal- como un clásico dictador populista latinoamericano.

Ninguno de los grandes teóricos geoestratégicos, sea de la corriente anglosajona, sea de la corriente germánica de la teoría orgánica del Estado, ha acertado a actualizar sus pensamientos después de la gran transformación sufrida tras el derrumbe del bloque soviético y la caída del Muro de Berlín. Sólo Brzezinski se ha animado -y con grandes dificultades- a publicar The Grand Chessboard (1997) y The Choice (2003).


No estoy en contra de la planificación


Mi rechazo por el pensamiento doctrinario geoestratégico no supone, sin más, un rechazo a la planificación como instrumento de gobierno.

Pienso que Salta no necesita una planificación tal como la conocimos en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, así como no necesitamos de "comandos tecnológicos" para llevarla a cabo (el doctor Dávalos sabe exactamente a lo que me refiero). Al contrario, soy partidario del pensamiento estratégico, alejado de todo determinismo geográfico y despojado de cualquier connotación militarista, y, en tal sentido, pienso que Salta necesita -más que una planificación pura y dura- lo que llamaré aquí una "programación flexible", como la que impone la Unión Europea a los Estados miembros y a sus regiones.

La planificación diseñada o ejecutada con criterios geoestratégicos anula la creatividad y la libertad de la política; supone someter a los ciudadanos a un 'gobierno ideológico' y yo pienso que la política existe, entre otras razones, para prevenir las crueldades y decepciones del gobierno ideológico. Nuestras sociedades necesitan -¡qué duda cabe!- avanzar y superar los atrasos estructurales, pero hay que reparar en el pequeño detalle de que la política libre, la de la conciliación, el acuerdo y el consenso, no puede plantearse objetivos absolutos sin, al mismo tiempo, destruir a la propia política, que es un bien que debemos preservar a toda costa. La planificación o la geoestrategia, ya sea como método o como sustento moral, pueden señalar la dirección de las acciones de un gobierno, pero nunca podrán colocarse por encima de la política.

La planificación busca, en gran medida, una respuesta estable a las incertidumbres del futuro, pero es necesario saber que la búsqueda de certezas desdeña las virtudes políticas de la prudencia, la conciliación, los acuerdos intermedios, la variedad, la adaptabilidad y la vivacidad en favor de una seudociencia del gobierno que tiene visos de ética absoluta o de una ideología o visión del mundo supeditada a la economía o a la raza.

El verdadero estadista político sabe que mientras subsista el poder político no existe la seguridad absoluta y que, por tanto, ningún tema es totalmente innegociable, ninguna estrategia política es irrealizable.


Conclusión


Soy partidario de trazar escenarios de futuro (no uno, sino varios) y de avanzar de forma ordenada y metódica hacia determinados objetivos valiosos, pero asequibles. La promesa de felicidad -inscrita con trazo imperecedero en el "Sermón de la Montaña" peronista- conduce al desencanto y al fracaso, promueve la manipulación de las masas a largo plazo, favorece la corrupción y el clientelismo, y desnaturaliza la actividad política, que sólo se ocupa de las metas posibles y que no promete la felicidad de nadie, sino que podamos vivir en paz sin matarnos los unos a los otros, creando permanentemente las condiciones para perpetuar nuestra propia supervivencia sobre bases racionales y, en definitiva, humanas.

Quisiera decir, finalmente, que, en mi opinión, cualquier planificación a largo plazo, basada en consideraciones geoestratégicas, estará condenada al fracaso en la medida en que tienda a considerar estática y no dinámica la relación entre los factores políticos y los geográficos. Que el enfoque geoestratégico puro acarrea el riesgo de sobrevalorar el peso específico del factor geográfico y, consecuentemente, de minusvalorar el peso del factor político.

Que, por tanto, un plan de desarrollo regional basado exclusiva o mayoritariamente en consideraciones geoestratégicas conlleva el riesgo de adoptar decisiones equivocadas.

Y que, en la medida en que las nuevas elaboraciones teóricas de esta disciplina no acierten a tomar distancia debida de los componentes nacionalistas y militaristas que han caracterizado a sus predecesoras, será mejor prescindir de este tipo de enfoques por ser difícilmente conciliables con los modernos sistemas democráticos basados en el pluralismo y en la política libre.