El peronismo que no ha seguido la 'huella resta'

Una de las diferencias más notables entre la política europea y la argentina consiste en que, en la Europa de hoy, ningún líder político con responsabilidad de gobierno (o con posibilidad de tenerla) se animaría a justificar sus políticas, actuales y de futuro, en el pensamiento doctrinario o en las directrices de personajes políticos muertos hace más de tres décadas.
Aníbal Fernández, jefe del Gabinete de MinistrosEn España, por ejemplo, pocos -por no decir nadie- hablan de Franco en buenos términos; no parece haber gente dispuesta  a tomarlo como ejemplo político, como guía moral o agitarlo como icono de una determinada línea de pensamiento. Pero lo mismo sucede con Azaña, con Largo Caballero, con Indalecio Prieto y con tantos otros que tuvieron amplio protagonismo durante la Segunda República española. Aun en el caso de Adolfo Suárez, que comenzó a gobernar en 1977, su figura goza de un amplísimo respeto, pero no es objeto de veneración ni hay quien postule una obediencia ciega a sus dictados.
 
En el Reino Unido no hay partidos ni corrientes políticas importantes que juren eterna fidelidad a Neville Chamberlain, a Winston Churchill o al menos popular Harold Wilson. Incluso, la que podría ser un símbolo de un país que volvió a surgir con fuerza en la arena internacional tras el ocaso de su gran imperio, la señora Margaret Thatcher, es hoy una apacible viejecilla con toda la pinta de dedicarse a hornear pasteles de fresa y cornish pasties en los rincones más rústicos del reino. Nada, salvo las hemerotecas, nos indicaría hoy que fue la Thatcher quien apretó el botón de aquel submarino nuclear que hundió a un viejo barco argentino en la guerra de 1982.
 
En Francia, De Gaulle es un símbolo la grandeur y, a la vez, el inspirador de un variado ramillete de partidos que ocupan casi todo el arco ideológico. Desde el gaullismo conservador de Pompidou o Chirac, hasta el gaullismo de izquierda de René Capitant y Louis Vallon, pasando por el reformista socialcristiano de Philippe Séguin y Nicolas Dupont-Aignan. El mismo presidente Sarkozy, líder de Union pour un Mouvement Populaire, es un gaullista que no va proclamando por la vida que su guía y mentor es el viejo militar que lideró la resistencia francesa durante la segunda guerra mundial.
 
En Italia, en donde el sistema de partidos ha estallado una y cien veces desde la posguerra, sucede otro tanto con De Gasperi, Fanfani o Segni. Ni Berlusconi ni quienes aspiran a reemplazarlo en el gobierno tienen ya ninguna conexión ideológica con los viejos líderes, en un país visceral en el que los liderazgos terminan abrasando a quienes los ejercen.
 
Para qué hablar de Alemania, en donde por razones legales, no son posibles los partidos hitlerianos, y la política respeta -pero no idealiza- a figuras como Konrad Adenauer, Ludwig Erhard o, incluso, el muy influyente Willy Brandt.
 

Don Aníbal Fernández

 
Este breve repaso por la política de algunos de los países europeos más conocidos entre nosotros, tiene su razón de ser en la afirmación efectuada ayer (subrayo, ayer, no hace cuarenta años) por el flamante Jefe de Gabinete de Ministros, don Aníbal Fernández, de que su jefe, Néstor Kirchner, es quien "mejor interpreta y ejecuta" el pensamiento del general Perón.
 
Kirchner ya no gobierna, pero sí Fernández, todo lo cual lleva a pensar que él, como disciplinado militante de "la causa", también está interesado en llevar adelante, en la mismísima segunda década del siglo XXI, las políticas (postulados, sueños, ilusiones, etc.) del general Perón, que no sólo vivió cuando vivió, y gobernó como lo hizo, sino que experimentó desde la política, y tal vez ayudó a construir, un mundo que ha cambiado por lo menos unas tres veces, y de forma muy profunda, desde su fallecimiento.
 
Lo sorprendente no es que un político contemporáneo sienta el llamado a realizar ideas y sueños de un líder muerto hace 35 años, sino que estos señores son perfectamente capaces de hacerlo, es decir, capaces de atrasar el reloj de la historia argentina hasta la llamada década infame o, incluso, antes.
 
Nuestros historiadores conocen bien el fenómeno por el cual la que podríamos llamar "vida útil" de un personaje público, en la Argentina se extiende inusualmente a través de las generaciones, y ya no son los valores o principios que el personaje sustentó en vida los que inspiran las acciones presentes y futuras, sino que son los acciones pasadas -en la medida que sean repetidas, tal cual fueron (o se supone) ejecutadas por el prócer muerto- las que nos devolverán el esplendor pasado e irradiarán de modo automático aquellos valores y principios.

Desde la desaparición física de Perón, todos los gobiernos han asumido que, para ser exitosos, debían imitar las acciones de Perón, lo mismo que después de 1986, todas las selecciones argentinas de fútbol pensaron que "jugar como jugaba Maradona" iba a asegurarles la eterna superioridad futbolísitica universal. Desde entonces, el fútbol ha cambiado de una forma increíble. Y no digamos ya el mundo.
 
Es muy triste comprobar que quien ha sido designado para "coordinar al gobierno" anuncie que su objetivo es interpretar y ejecutar el pensamiento de Perón, que si por algo se caracteriza es por haber quedado clara y manifiestamente desbordado por los acontecimientos que transformaron al mundo desde la grave crisis del petróleo de 1970-73.

Quizá lo más grave es que este llamado a levantar a los muertos de sus tumbas, y a encarar los tremendos problemas que plantea el futuro a una sociedad desvertebrada como la nuestra, con herramientas forjadas en nuestro pasado más esteril, se realice por una corriente política que ni siquiera en vida de su líder y fundador fue objeto de una "actualización doctrinaria".
 
Porque si a algo en concreto ha convocado el señor Fernández, es a hacer realidad el pensamiento más rancio y recalentado de Perón, no el de los escasísimos libros en que pudiera estar contenido, sino el que surge de la caricatura popular. Para Fernández da igual que Perón se haya contradicho a si mismo miles de veces. Un peronismo que bien se precie -como el que encarna el nuevo Jefe de Gabinete- aspira a realizar hasta las contradicciones del General, aunque sean en sí mismas irrealizables.
 
Y a ésto, sólo cabe lamentarlo, no aplaudirlo.
 

El predominio político de los canosos

 
La proverbial humildad provinciana siempre nos ha empujado a mirar con cierta fascinación las luces del puerto. Nos ha llevado a maravillarnos por la rectilinealidad del Obelisco, por los destellos de neón de la calle Corrientes, por los escaparates de Florida o por los cines sin cesar de Lavalle. Así ha sucedido también en la política, una actividad en la que los morochitos que bajamos de los valles subandinos tendemos a ver con cierta reverencia a esos señores canositos, con portafolios de cuero fino, apellidos raros y con quinta en el gran Buenos Aires, que impresionan por la asertividad de sus juicios, sus vozarrones y sus trajes de Giesso, de impecable plancha.
 
Todo esto está cambiando, por supuesto, pero los últimos movimientos políticos de la Argentina están indicando que los peronistas más retrógrados, anticuados y menos informados, se encuentran hoy en el superpoblado conurbano bonaerense, en esas quintas típicas de la clase media pampeana, y no, como podría suponerse de modo arbitrario, en los pueblos de montaña más ocultos de nuestros valles calchaquíes.
 
Todavía es una incógnita el hecho de que el peronismo haya podido evolucionar, si acaso ligeramente, en La Poma o en Santa Victoria, y que, en cambio, se haya quedado petrificado en Lomas de Zamora, La Matanza, Vicente López o Ramos Mejía.

El contador Fernández es, tal vez, el más claro ejemplo del alarmante descenso de la calidad de los líderes políticos de aquella parte del país.
 

Es en Salta donde se sigue la "huella resta"

 
Otro hecho que está llamando la atención de algunas personas con un determinado nivel de desarrollo de su conciencia política histórica, es el embate, aparentemente feroz, que está protagonizando, entre otros, un exdiputado nacional sesentón, contra el presidente del Partido Justicialista de Salta, el senador Juan Carlos Romero. A veces ocurren cosas inexplicables que llevan a las personas a mudar de lealtades como de calcetines, pero estamos aquí frente a un hecho que tiene toda pinta de ser la base de una película cómica, al absurdo estilo de las de Mel Brooks o Louis de Funes.
 
Sucede que el enérgico censor de la conducta partidaria del presidente del PJ fue diputado nacional gracias a que supo entregar, con sentido de la oportunidad y una buena dosis de astucia, su alma y su cuerpo a ese gran hacedor de hombres que fue don Roberto Romero, padre del anterior; un político que hacia finales de los años ochenta ya no tenía grandes contradictores (ni pequeños) dentro del Partido Justicialista, ni rival en el férreo monopolio de los medios de comunicación.
 
Hoy, el sesentón de marras, esgrime en contra del presidente del PJ el tan llevado y traído argumento de "no haber seguido la huella recta" (huella "resta", que solía decir una muy veterana dirigente justicialista de Cerrillos para referirse a otro feloncillo, de gran porte, que en los años sesenta había abandonado, junto a su padre, las huestes peronistas seducido por los cantos de sirena del partido provincianista de don Ricardo Durand).
 
Lo curioso del caso es que, en su momento, ni el que lo impulsó hacia el Congreso Nacional, ni el impulsado, eran producto de la más "resta" de las huellas. El primero, porque venía de una sinuosa trayectoria empezada en el Partido Comunista y continuada en la UCRI; el segundo porque él mismo (y no digamos ya su padre, una pluma mordaz del durandismo) se habían pasado con armas y bagajes al más exitoso de los partidos neoperonistas que conoció Salta, el que fundó y lideró hasta su muerte el doctor Ricardo Joaquín Durand y con el que consiguió gobernar la Provincia de Salta entre 1963 y 1966 gracias, entre otros factores, a que el peronismo salteño (el genuino representante de la "huella resta") fue despojado y proscrito por los militares que organizaron las elecciones de 1962 y 1963.
 
Pero al senador Romero no sólo "le salen ranas" como ésta. El croar de los pequeños batracios se le está volviendo insoportable. Sus antiguos pupilos se han dividido en dos: por un lado, aquellos a los que "les alcanza" para llegar a fin de mes (y que pueden llegar, con lo que consiguieron, al final de sus vidas y la de sus nietos, sin volver a ocupar un cargo público); por otro lado, aquellos a los que "la militancia" les ha resultado escasa para conseguir el "colchón suficiente" para afirmar sus existencias y que sufren el denominado "efecto autopista" que consiste en ver con indignación que otros son más ricos que uno y avanzan más rápido por el carril de al lado. Los que se consideran "hechos" (porque tienen generosas bodegas, extensas y feraces fincas en Rivadavia y crían caballos peruanos) siguen siendo leales al senador. Los que tienen -apenas- unos cuantos chalets en San Lorenzo, una pequeña huerta en La Isla y se dedican a la cría de cariñosos perros, son los que han traicionado al senador, porque éste no se muestra sino apenas dispuesto a seguir repartiendo felicidad entre sus incondicionales, por lo menos, con la misma esplendidez con que lo hizo antes.
 
Ahora bien; todos tienen en común la pasión por "interpretar y ejecutar" algún día el más prístino y original de los pensamientos del General Perón.