No (se) ponga pretextos: vaya y vote

No es verdad que el país se vaya a derrumbar si el domingo 28 no se plebiscita la gestión de los Kirchner. No es cierto que si ellos llegasen a retener la mayoría automática, que hasta ahora detentan en el Congreso Nacional, nos sumiremos en el caos. Toda campaña necesita sal y pimienta, y cuando se llega al final de ella oficialismo y oposición se sacan los ojos en una dinámica que no deja de ser un riesgo para la institucionalidad misma. Tampoco debe soslayarse el fogoneo de los intereses creados, que en forma solapada suelen operar en cada elección. Gustavo BarbaránDicho esto, señalo que mi vieja, respetada e impecable libreta “de enrole”, registra veintiún sellos desde el 11 de marzo de 1973; o sea me parece que vi bastante pero no dejo de aprender. Voté con convicción muchas veces, a regañadientes otras, tapándome la nariz quizás; me desilusioné con algunos candidatos, critiqué feo a otros, aplaudí a los menos. Y todo eso me sirvió para entender que en la política no existen los tonos absolutos, blanco o negro, sino que prevalecen los grises: todos los gatos son pardos y no solo de noche.

Por lo demás, con solo pensar un poco, se advertirá que el sistema democrático es gris. Eso está en su naturaleza, asentada en la presencia de los partidos políticos como intermediarios de deseos, intereses y aspiraciones populares. Dicho de otro modo, en la lucha política no hay una sola verdad, sino varias. Y cuanta mayor conciencia cívica haya en una sociedad habrá más respeto y tolerancia para escucharse y construir consensos o disentir con altura. Cuanto mejores y dinámicos los partidos, sus debates doctrinarios se hacen más provechosos y eficaces para una gestión de gobierno. Esto no excluye los frentes electorales: está visto que nuestros problemas son demasiado serios para un solo partido. Igualmente en materia de alianzas electorales tenemos mucho que aprender todavía.

Ninguna sociedad ha pulido su régimen electoral sin cultura de participación ciudadana, estén o no los electores afiliados a algún partido. Ello agrega un beneficio: a mayor participación, mayores exigencias. Por eso en nuestro país hay electorados “indóciles” como el de la ciudad de Buenos Aires, que reacciona de manera distinta en cada elección, donde el clientelismo prebendario y otras rémoras que no logramos desterrar (aún eficazmente utilizadas en provincias como la nuestra para coartar la libertad de elegir) tienen menor cabida. En este aspecto la responsabilidad de la dirigencia política es primordial e inexcusable.

La nuestra es -como se dice- una democracia aún frágil, con todas las cargas y beneficios de la adolescencia. Pero no me gusta que haya quienes -en su propio nombre- la sigan maltratando. ¿Y usted qué va ha hacer? Infórmese, consulte, reflexione, que nunca es tarde. No se olvide que son elecciones legislativas y de mitad de mandato, o sea no caerá el cielo sobre nuestras cabezas. Verifique quien lo desilusionó, quien tiene para exhibir credenciales de cambio sincero, quien mira por sus hijos y no la coyuntura o –peor- lo pliegues de su ombligo. Pero tampoco olvide que los elegidos quedarán posicionados para la madre de todas las batallas, que se dará en 2011 cuando debamos elegir nuevo presidente y gobernadores.
 
Mi voto está hace rato decidido; no me condicionan ni agoreros ni cantos de sirena. ¿Será convencido o en contra de? Qué más da, si en la soledad del cuarto oscuro, a la vez que vigilo la limpieza del comicio, puedo usar esa formidable herramienta de cambio, como mejor me parezca y venga en ganas.