25 de junio de 2009: El día en que se apagaron los ecos de tu reír sonoro

El 25 de junio de 2009 pasará a la historia como el día en que se apagaron, casi simultáneamente, varios ecos. Se apagaron, por ejemplo, los chisporroteantes sorteos de don Alfredo Olmedo y con ellos tal vez una irrepetible etapa de la demagogia preelectoral; se apagaron los gastos incontenibles del aparato que sostiene la candidatura del senador Yarade; se apagaron las sosas caminatas y los actos desangelados del candidato Folloni, su pulovercito salmón y el pañuelo al cuello; se apagaron las artes de esgrima federalista de don Walter Wayar, a quien tampoco le faltó -cuando le fue necesario- el pañuelo de seda; se apagó, como una llamita que no había terminado de encender, la candidatura de doña Nora Giménez, que dejó a los suyos practicamente esperándola en vano en el altar y con el banquete ya servido. Farrah FawcettY porque no quedaran focos de incendio sin apagar, en la siempre ardiente tierra de don Arnold Schwarzenegger, el tercer gobernador más incendiado del mundo, detrás del nuestro y del de Carolina del Sur, se han apagado, triste y prematuramente, las fulgurantes vidas de la exquisita Farrah Fawcett y del flamboyante Michael Jackson.

¡Vaya día el que tuvimos ayer!

La pesadumbre por el recuerdo de estos dos iconos de la cultura popular universal estará presente en las dos jornadas de reflexión que se vivirán en Salta a partir de hoy, un tiempo que la Ley presume suficiente para que los electores puedan pasar a un modo "unplugged" y olvidarse de tamaño bombardeo de imágenes y del continuo refregarnos los millones por la cara a que nos sometieron los políticos, los pudientes y los otros.

Cuesta vincular a Fawcett (a quien nosotros conocimos como Fawcett-Majors, por su matrimonio con Lee Majors, The Six Million Dollar Man, o el Hombre Nuclear) con la política local. Entre otros motivos, porque el auge de la actriz se produjo en plena dictadura militar, cuando su belleza no era del agrado de censores como don Miguel Paulino Tato. Pero podemos suponer que si aquella belleza cedió, en los años setenta, a los encantos del "hombre de los seis millones de dólares", quizá -y de estar en Salta- hubiera hecho lo mismo hoy con "el hombre de los diez millones de dólares", que no se sabe muy bien si es el senador Yarade, el señor Daniel Isa o el mismo gobernador Urtubey. Sólo se sabrá cuando el responsable del Tomógrafo les practique un TAC para determinar cuál de ellos tiene en realidad "un miembro biónico".

Las relaciones de Michael Jackson con la democracia argentina son, si acaso, más visibles. Nada más reconquistada nuestra libertad, Michael sorprendió al mundo grabando, con cuarenta colegas suyos, estrellas todas de primera magnitud, la canción "We Are The World", cuyos royalties se dedicarían a luchar contra el hambre en el continente africano. Cuenta la leyenda que cuando se emitió por primera vez el vídeo de la canción en Salta, una emocionada militante de los años sesenta y setenta exclamó frente a la pantalla: "Lo que es la democracia, que hasta los negros pueden cantar". Lo dijo en referencia a Stevie Wonder, que también participó de aquella pionera experiencia llamada USA For Africa, y como si en la Argentina de "don Videla" se hubiera practicado el apartheid.

El estribillo de aquella canción -que fue coreado entre otros por el finado Jackson, por Bruce Springsteen, por Bob Dylan, por el citado Wonder y por otro ciego genial, Ray Charles- decía: "Nosotros somos el mundo, nosotros somos los niños", un lema que podría haber encajado como un guante en la campaña de Urtubey y Yarade, dos niños que, en el fondo, piensan que "son el mundo".

En esta canción hay otro pasaje profético que parece escrito para la política de Salta. Esta parte dice: "There's a choice we're making, we're saving our own lives", que significa -literalmente- "hay una elección que estamos haciendo, estamos salvando nuestras propias vidas". Los anteriormente citados podrían cantar esta parte a coro, sin desafinar, ni musical ni políticamente.

Los salteños persistimos en el error de vincular las campañas electorales a nuestros procesos políticos, cuando en realidad tendríamos que vincularlas a nuestra cultura, como sucede con el carnaval.

Al igual que esta fiesta pagana, las campañas electorales cada vez duran más entre nosotros; en ellas, como en los corsos, participa cada vez más gente, hay más bullicio irracional, y cada vez son más abundantes los indios -como Godoy- que se pintan la cara; aunque en el caso citado hay que decir en beneficio del así llamado "indio" que cada vez lo hace con un color distinto, sin perder la vergüenza. Ayer un juramento, mañana una traición.

Si el calendario indica que la cuaresma debe poner fin al desenfreno del carnaval, el Código Electoral Nacional tiene señalada su propia cuaresma política. Pero así como los carnavaleros ignoran la cuaresma, los políticos ignoran las reglas electorales sobre gastos, fastos y otras transgresiones. Son el carnaval y su desmedida influencia entre los salteños los que explican el hecho de que un gobernador, a pocos minutos del advenimiento de la cuaresma electoral, trasponga los mefistofélicos umbrales de un canal de televisión ilegal para ensalzar desde allí a su candidato y pedir para él el voto.

Algún día, tal vez con la ayuda de estos dos grandes ídolos muertos, Salta pueda unir el carnaval con las elecciones; autorizar el juego con aguas floridas y pintura durante el acto electoral; permitir que los fiscales de las mesas femeninas bailen cumbias con los de las mesas masculinas o, aun más, que los fiscales masculinos puedan montar su propia "fiesta", en libertad, sin ataduras y con el orgullo 'arco iris' por bandera; que el escrutinio definitivo se realice en la Carpa El Chañarcito, que las comparsas en vez de registrarse en la Municipalidad lo hagan en el Juzgado Federal; que las reinas del carnaval sean elegidas por el circunspecto Presidente de la Corte de Justicia, que las futuras diputadas desfilen con falditas de caporales o con bastones de cheerleaders, que los caciques sean candidatos y los candidatos caciques, y que algún político aficionado al travestismo, se anime a interpretar electoralmente el papel de otro finado ilustre, don Juan Ripoll, que caminaba los corsos enfundado en su disfraz de Beba, la irresistible.