El gran espejismo del 'demócrata inteligente', a punto de evaporarse

Desde hace algún tiempo, a los ciudadanos de Salta se les ha dado por poner en duda, y muy seriamente, dos cualidades aparentes del gobernador de la Provincia de Salta (una política, otra personal) que, en principio, parecían muy firmemente inherentes a su propia personalidad. Urubey, seductor de intendentesEstoy hablando, cómo no, de su carácter democrático (cualidad política) y de su inteligencia (cualidad personal). Hablo también de que esa imagen de "demócrata inteligente" fue la que le ayudó en algún momento a convencer al electorado de Salta de que él -y sólo él- estaba investido de las cualidades necesarias para dirigir la nave del Estado.

Muchos le suponíamos rápido, imaginativo, capaz de dejarse llevar por la inspiración instantánea o de dibujar con sólo tres trazos magistrales sobre una servilleta la solución a un problema matemático (o político) sumamente complejo.

Los acontecimientos -qué duda cabe- han dado un vuelco gigantesco, tal como si el Primer Mandatario hubiese escuchado en algún círculo muy íntimo aquel consejo que Maquiavelo destinó al Príncipe: "si no eres amado, sé al menos temido". Y que después de ponerlo en práctica con poca fortuna, alguien con menos ínfulas maquiavélicas, pero igualmente perverso, le hubiera contraaconsejado: "si no te aman ni te temen, procura al menos que te envidien, porque la envidia de la plebe es también una fuente de poder".

La imagen del "demócrata" está emborronada desde que el gobernador, lo mismo que hizo su antecesor durante su larguísimo mandato, no ocultó sus deseos de gobernar sin oposición y comenzó a dar los pasos necesarios para que ésta no exista en Salta.

El primer paso consistió en llevar como candidato a vicegobernador al líder de la que fue primera fuerza opositora en la Provincia, con lo cual no sólo neutralizó a aquél sino que dispersó a ésta, hasta colocarla al borde de la extinción. El segundo paso fue "reconvertirse" al justicialismo, con lo cual, el partido derrotado en octubre de 2007, y que debía de ocupar la oposición, se transformó en gobierno, por arte de encantamiento. El tercer paso, fue avanzar sobre los legisladores que se habían mostrado más belicosos contra su figura, dejando a la oposición legislativa en manos de un puñado de diputados y senadores incapaces de superar el bloqueo mayoritario. El último y quizá más reprobable de todos los pasos, fue desarbolar a la oposición territorial, es decir, cambiar el color de los poderes locales, seduciendo a intendentes de diferentes signos partidarios.

Con estos datos sólo es posible concluir en que al actual gobernador de Salta no le gusta hacer su trabajo con oposición. Sus movimientos indican que no le gusta, no porque no pueda lidiar con una oposición sólida y bien implantada, sino simplemente porque no sabe cómo hacerlo. No está preparado para ello.

Ser inteligente en este aspecto no es exprimirse la mollera dibujando mil estratagemas para borrar a la oposición del mapa. Lo inteligente -y a la vez democrático- es encontrar las soluciones políticas y el ánimo necesario para poder gobernar con una oposición fuerte, y, en muchos casos, a pesar de ella.

La prueba del nueve de la democracia es saber coexistir pacífica y provechosamente con la oposición política y saber aceptar con "democrática resignación" el veredicto popular cuando manda que la oposición se convierta en gobierno y viceversa. Este objetivo democrático se consigue -aunque muchos no lo sepan- con un gran sacrificio de la eficacia de los gobiernos. Son las dictaduras, no las democracias, las que por carecer de oposición y de sujeción a las leyes funcionan más fluidamente. No es bueno, por tanto, que un gobernador -cualquiera que éste sea- tome nota de la mayor eficacia política de las dictaduras y no repare en su infinita inferioridad moral.

La oposición, en forma de partidos fuertes y bien diferenciados, de bloques parlamentarios adversos, de organismos de control no integrados por adeptos y de poder municipal bien repartido entre diferentes opciones, es un fenómeno que un demócrata debe estimular hasta donde sea posible y no mirar con desconfianza. Lo contrario no será sino sublimar impúdicamente la frustración de mucha gente y transmitir la impresión a los ciudadanos de que la oposición molesta y que debemos quitárnosla de encima como quien se aparta de la nariz una mosca pegajosa.

Parece ser que no se puede ser "auténticamente peronista" sin rechazar muy ínimamente a la democracia y a sus reglas. No en vano, los peronistas más folklóricos, cuando ven a todo el arco opositor en contra de ellos, gustan de calificarlo peyorativamente como "Unión Democrática", esto es, la forma más perfecta del gorilismo organizado.

Un gobernador empecinado en que la democracia es una calle de sentido único, con un solo propietario, y en la que no tiene lugar una oposición fuerte, actuaría inteligentemente si en vez de andar pregonando "el enorme valor estético" de la operación de seducción y conquista de los intendentes opositores para "sumarlos al proyecto", al menos se callara este detalle e hiciera estas operaciones de forma clandestina.

En este y en otros detalles se advierte que nuestro gobernador tampoco está en posesión de esa segunda cualidad (la inteligencia) que se requiere para conducir la nave del Estado.

Recién emergidos de los bostezos del sultanato, los salteños no esperábamos otra cosa que el nuevo gobierno sentara las bases de una moderna democracia de corte republicano. Sin embargo, al paso que vamos, con esa pasión tan encendida por el mando, que parece amplificarse a medida que desciende la edad de los gobernantes, y con tan escasa vocación por convivir con el disidente, hacia 2050, nuestros gobernadores no serán investidos en la Legislatura Provincial con las solemnes pero austeras pompas de una república de iguales, sino que lo serán en la plaza pública, mientras el elegido esté recostado en un triclinio con un racimo de moscatel colgando de la oreja y una vestal vestida de gaucho ofreciéndole uvas una a una con la boca.