
La siguiente satisfacción fue observar entre la concurrencia a personas de toda la geografía nacional, a una importante cantidad de jóvenes no solo como asistentes sino en carácter de expositores. Los debates entre panelistas y el público resaltaba la variedad de orígenes, experiencias y propuestas. Pero lo que flotaba en el ambiente, y diría que sucedió en todos los paneles, comparando la posición de la Argentina en 1910 respecto de 2010, fue la imposibilidad de explicarnos, de entender, por qué retrocedimos al punto en que nos encontramos. Las expectativas que había generado la República Argentina cien años atrás, son diametralmente opuestas a las que hoy generamos. ¿Qué fue lo que nos pasó? ¿Qué fue lo que hicimos mal? Porque algo debemos haber hecho para estar como estamos, al extremo que muchas mentes lúcidas han hablado de disolución y decadencia. ¿Es así, para tanto?
El Congreso tenía como lema Memoria, Identidad y Reconciliación; tan obvio como adecuadamente elegido. En efecto, si estamos dedicando tiempo y esfuerzo para meditar sobre los primeros doscientos años de vida independiente que han pasado, es porque queremos prepararnos para otros dos siglos más. Si no, ¿qué sentido tiene? Hay en esto subyace- vocación de proyectarnos otro tanto más: queremos ser Nación. El drama es que padecemos múltiples prevenciones y recíprocas desconfianzas y tal vez por eso asusta la aventura de acometer otros doscientos años: porteños - provincianos, campo - industria, alpargatas - libros, laica - libre, público - privado, peronismo antiperonismo, conservador - progresista, izquierda - derecha, y así siguiendo y sumando sin sentido hasta el desangre. Pero no se puede reflexionar los bicentenarios, escudriñar el futuro y diseñar un nuevo proyecto nacional acorde a los tiempos si seguimos apoyándonos el íntimo cuchillo en la garganta. No se puede alcanzar la meta del re-diseño de una nueva Argentina sin reconciliación (el constitucionalista Pablo Garat decía con razón que no podemos hablar de refundar la Nación porque no corresponde: ella está fundada aunque desfigurada). ¿Es que puede construirse - reconstruirse nada en el estado de exasperación en el que hoy vivimos?
Basta de echar la culpa a los demás o de hacernos los distraídos. Empecemos por asumir las responsabilidades propias por acciones u omisiones, que es deber de cualquier buen ciudadano, punto de partida indispensable para concretar la reconciliación que nos debemos. Nunca podrá haberla si cada cual nos sentimos libres de culpa y cargo. Si me predispongo a re-conciliarme (conmigo mismo y los demás) me desarmo frente a los otros, mis conciudadanos. Y desarmado de prevenciones, odios, rencores y rechazos mutuos, me coloco en un nuevo punto de arranque. Eso no implica de ningún modo perder la memoria. Al contrario, tener memoria significa reconocer, recordar y perdonar. O sea superar todo lo mal que hemos hecho y dicho en el pasado mediato e inmediato, de manera individual o colectiva, que nos haya perjudicado o nos haya confundido y extraviado como Nación. Una vez que recordemos -es decir, revisemos- el pasado (lejano, mediato e inmediato), seguramente habremos de ver con nitidez las constantes de nuestra identidad, los ejes inmutables de nuestros tiempos y espacios: ¿quiénes somos?, ¿qué queremos?, ¿a dónde vamos? Las respuestas a estas tres preguntas nos habilitan para recuperar, limpiar y separar lo anecdótico y secundario de lo principal.
Por la simbología de ambas fechas y la carga emotiva que conllevan, es tiempo más que oportuno para mirar para atrás, para adelante y para adentro. Sí, el tiempo es oportuno pero además apremia: la limitante coyuntura -ese árbol mal ubicado que distorsiona la visión del bosque- conspira contra una visión generosa en perspectiva de futuro. Los bicentenarios están encima y no parecen haber encarnado aún en la mera gente; y el pueblo no debe ser un convidado de piedra en las celebraciones (tampoco hay que reducirlas a nivel de verbenas). Se trata nada menos que de rescatar Nación y a sus instituciones fundamentales. Pueblo somos todos y debemos movilizarnos detrás de consignas sanas, responsables, solidarias y perdurables.