
En alguna ocasión hemos escrito que, entre nosotros, la pobreza es un fenómeno "más allá de lo que se ve". Es decir, que no sólo es cosa de pobres. Sería muy largo repetir aquí todo aquel razonamiento, pero estimo suficiente decir que la pobreza a la que me refiero poco tiene que ver con la capacidad de las personas para "llegar a fin de mes" y para satisfacer sus "necesidades básicas". Tiene que ver, si acaso, con un concepto más amplio de "riqueza".
La "riqueza", por lo menos la que yo he tenido ocasión de estudiar y analizar de cerca, entre otras muchas externalidades negativas, propias del sistema capitalista, produce algunas positivas como ciertos comportamientos culturales valiosos, entre ellos, la limpieza personal, de los hogares y del entorno urbano más próximo.
Lo que en Salta llamamos "ricos" son, en su inmensa mayoría, "falsos ricos" porque no son capaces -desde la opulencia- de producir valores y comportamientos socialmente imitables (más bien todo lo contrario) y porque son especialmente incapaces de erradicar la suciedad (personal, doméstica y urbana) de nuestras prácticas más cotidianas. Ciertos ricos se llaman a sí mismos "cultos", cuando la primera cultura es la limpieza que no practican.
Quizá sea excesivo tacharlos de "sucios", pero sí sería proporcionado hablar de personas insolidarias, de aquellas que esconden la basura debajo de una alfombra, que muchas veces no es la propia sino la de todos: la ciudad.
Pobre, entonces, no es tanto una sociedad en la que hay un 70% de personas con problemas diarios para comer en forma sana, suficiente y satisfactoria, sino en la que el 30% restante demuestra que la posesión de determinadas riquezas quizá le resulte suficiente para ciertas necesidades materiales pero no para otras que exceden el ámbito de la supervivencia. Desde este punto de vista, podríamos invertir el razonamiento del ministro Parodi y decir que no es el dengue sino la pobreza "la más democrática de las enfermedades", porque en Salta afecta a ricos y pobres por igual.
Pero se equivoca el ministro cuando tras romper el nexo causal entre la pobreza y el dengue, a renglón seguido agrega que su gobierno se gastó una millonada en el "descacharrado". Si nuestra sociedad estaba "escacharrada" y no lo sabíamos, es decir, si estaba trufada de objetos inútiles y peligrosos en cantidades que se pueden medir en toneladas, es porque existe entre nosotros una pobreza extendida más allá de cualquier apariencia y no por otra razón.
Vaya sabiendo el contador Parodi que las sociedades opulentas, pero las verdaderas, no son repositorios de porquerías. Me gustaría pagarle un billete de avión (o mejor, tomar prestado el avión sanitario de la Provincia) y enviarlo con una carretilla como observador a Qatar o a Luxemburgo, a ver si es capaz de "descacharrar" el emirato o el gran ducado. Dudo de que pudiera llegar a llenar la carretilla.
Las porquerías de la pobreza se acumulan en casas pobres y en casas ricas por igual. Tal vez más en las segundas, donde hay mayor capacidad adquisitiva (incluso de basura) y donde hay mayor espacio para almacenarla. Y de hecho, cuando el muy brillante intendente de Salta ha emprendido la noble tarea de "descacharrar" la ciudad, ha empezado por la avenida Belgrano del 1200 hacia arriba, un barrio atiborrado de lujosas casas y chalets.
En definitiva, es el "cacharro" la verdadera endemia local. Nos gusta juntar porquería inservible, pero no ya solamente en nuestras casas: lo hacemos en el gobierno, en las instituciones, en las universidades, en las iglesias, en las escuelas... Y ello no debe conducirnos sino a pensar que vivimos (tanto ricos como pobres) en una sociedad pobre o empobrecida, y que muchos menos mosquitos (y dengue) habrían si no fuésemos tan pobres, tanto los ricos como los pobres.
Al gobierno le convendría revisar su idea de la pobreza, porque al equivocar el diagnóstico seguramente equivocará el tratamiento y se nos condenará a todos a convivir con esta auténtica patología social por los próximos cien años.