¿Floggers bailando el Himno Nacional en Salta? ¡Esto es el colmo!

¿Floggers?Antes que nada, debería pedir perdón a nuestros usuarios y lectores por maltratarlos con un titular al estilo del insufrible ciber-periódico del arty-dentite, pero es que nos ha llamado mucho la atención la noticia de que un periodista de un medio radial salteño denunció, como escandaloso, el que un grupo de 'floggers' hubiera bailado al son de los compases del Himno Nacional Argentino en la Plazoleta Cuatro Siglos de Salta. Desconozco lo que sean los 'floggers', pero por lo poco que puedo alcanzar a saber ahora, se trata de ciudadanos, con trazas de personas humanas; es decir, no hablamos de animales ni de vegetales. Podrían ser, además, argentinos de nacionalidad.

Lo que no entiendo bien ahora -por falta de información- es qué diferencia existe -además de la calidad artística, claro está- entre un flogger danzante y el bailarín Maximiliano Guerra. ¿Por qué este último puede bailar el Himno Nacional y los primeros carecen de este derecho? ¿Por ser floggers? Alguien tendría que explicarlo.

Quien critique la 'bailabilidad' del Himno Nacional Argentino no tiene la más remota idea de lo que es la música, por un lado, y de lo que son los símbolos nacionales (que no 'patrios'), por el otro.


La composición de Blas Parera es una invitación a bailar, como la Marsellesa lo es a degollar al enemigo, o el Star Spangled Banner a hacer tronar la artillería a la madrugada.
Muchos ya se han dado cuenta de ello, y basta como prueba el vídeo que ilustra esta página.

¿Qué cosa se puede reprochar a esas floggers bien proporcionadas cuando la letra del Himno dice aquello de 'a estos tigres sedientos de sangre fuertes pechos sabrán oponer'?

Salvo que el baile de los floggers estuviese directamente dirigido a menoscabar al Himno como símbolo, lo cierto es que bailar a su compás en una ejecución no oficial, en un acto en el que no se participa y que se celebra a varios cientos de metros, no debería ser reprochable bajo ninguna circunstancia.

La obligación de permanecer de pie, en posición de firmes, mientras se ejecuta, es propia de los actos militares y militarizados en particular y de los actos oficiales del Estado en general, pero no de los actos sectoriales como el que propició el baile de los floggers.

Hay que recordar que, a diferencia de lo que sucede en otros países, nuestro Himno se canta en mítines políticos, en fiestas privadas, en actos religiosos, en manifestaciones callejeras y hasta en funerales. A veces se canta, simplemente, como una provocación y este uso del "símbolo" no es precisamente el que previeron los prohombres y promujeres que lo entonaron por primera vez en casa de Mariquita Sánchez de Thompson.

No hay razón para obligar a los ciudadanos -sobre todo a los que no participan del acontecimiento- a inmovilizarse cada vez que alguien suelta al aire aquello de "Oíd mortales..." El Himno no es como la primera campana que pone fin al recreo de la escuela y que obliga a los niños a convertirse en una estatua de sal hasta que suene la segunda. El sonido de sus acordes no equivale al toque mortal de la salvadera, que nos obligaba a quedarnos inmóviles en medio del juego hasta que alguien viniera a rescatarnos.

Si el Himno fuese, en sí mismo, un llamado a la autopetrificación, ningún sentido tendría aquel su verso que dice "el valiente argentino a las armas". El Himno es una convocatoria a movernos, no a quedarnos quietos.

Pretender lo contrario, es decir, que el sonido del Himno Nacional paralice todo lo que se mueve dentro de su radio de cobertura acústica, equivaldría a que las hermanas Ulloa, o Zulemita Herrera, los difuntos de La Piedad, otros vecinos del templo y hasta los transeúntes de la calle Alberdi al 400, se pusiesen de pie cada vez que el padre Celso Molina decía en voz alta aquello de "¡Oremos!" desde su púlpito de La Viña.

Pero si esto sucede con el Himno Nacional, cuya ejecución está regulada por leyes del Estado, qué pensar del himno al general Güemes (otra pieza magníficamente bailable) o del himno al Señor del Milagro (de imposible coreografía). ¿Tampoco somos libres para bailar estos himnos?