
A 33 años de aquel suceso, vengo a descubrir que los militares que usurparon el poder y acabaron con las instituciones legítimas, carecían de cualquier apoyo civil. Que nadie los acompañó en su aventura (ni aquel intendente de Cerrillos que fue socialista y procesista al mismo tiempo), que nadie aplaudió el regreso de "la ley y el orden", que nadie obedeció sus consignas, que nadie se plegó a sus políticas (liberales, primero, corporativistas, después y populistas, al final), que no hubo sindicalistas ni empresarios dóciles a los dictados del poder militar, que no hubo políticos confidentes enredados en su trama, que, en definitiva, los militares solos con sus almas, fueron los que dieron el golpe y lo llevaron adelante durante siete años.
Los que realmente sufrieron en carne propia la supresión de las libertades, los que pagaron con su vida o con las de sus familiares la feroz represión militar, los que vimos partir al exilio forzoso a parientes cercanos y amigos, los que en aquellas épocas no podíamos acceder a ningún empleo ni estudiar en condiciones normales, los que no podíamos ni siquiera acercarnos a un tribunal de justicia para defender nuestros derechos, no sabemos si recordar esta fecha del 24 marzo desde la misma tribuna que los procesistas que aprovecharon estos 33 años para lavar sus conciencias, para disfrazarse y para convertirse en campeones de los Derechos Humanos, o si, por el contrario, erigir una nueva tribuna que nos diferencie.
Si me dieran la más mínima oportunidad de elegir, dejaría a un lado el recuerdo de los militares, porque han sido condenados a perpetuidad tanto por la historia como por los tribunales civiles de este país y aprovecharía este 24 de marzo para dedicar un recuerdo -siempre menor- a los colaboracionistas, delatores y venales de turno que con el tiempo nos vendieron su inocencia y su total compromiso con la democracia. Hoy circulan entre nosotros con vitola de héroes, convencidos de haber ganado las dos batallas, lo cual es relativamente fácil considerando su habilidad para cambiar de bandos cuando las circunstancias así lo aconsejan.
Comenzaría por descreer profundamente del sospechoso viraje del diario El Tribuno, que apoyó el golpe desde el primer día, sin reservas, fue condescendiente con los militares que usurparon el poder y con sus aliados civiles, hizo jugosos negocios con ellos (muchos de ellos en el extranjero) y se valió de esa enorme plataforma de impunidad ideada por los militares (de la que formaba parte el juzgado federal de facto de Salta) para asestar al peronismo de Salta una puñalada de muerte en 1982.
Y como ellos... cientos o quizá miles.
Con demócratas con éstos, ¿quién necesita represores?