
He aquí un claro avasallamiento a los Derechos Humanos de una gran mayoría (los pelotudos en la Argentina lo son) y de una gran minoría: las señoras putas. Y que conste que con esta protesta no estoy dando por buena la descalificación hacia Sandro y hacia Susana Giménez, ni diciendo que ésta sea lo uno y aquél lo otro.
Casi todos los pelotudos -al menos los que uno conoce y portan diploma de tal- votan en las elecciones. La reforma del Código Electoral que propone el gobierno no pretende limitar el derecho de sufragio pasivo de los pelotudos, los cuales -al igual que las putas- siguen concurriendo con "piolas" y "señoras honestas" a formar parlamentos y gobiernos. No hay por qué hacerlos a menos.
Me gustaría escuchar la voz del INADI y la mayoría de las organizaciones argentinas de Derechos Humanos sobre este punto. No sobre la Giménez y Sandro sino sobre la pretensión de la señora Bonafini de monopolizar el debate sobre la pena de muerte en la Argentina y su más que discriminatorio juicio sobre nuestros pelotudos más isignes y sobre nuestras "señoras locas", como se les llamaba en Salta en una época.
Y si el caso fuera que en la Argentina en que vivimos ni los pelotudos ni las putas pueden disfrutar de Derechos Humanos, vamos a tener que creer que la señora Bonafini y sus homólogos propician la pena de muerte para aquéllos.
La Argentina podría vivir sin putas. Pero sin pelotudos es casi imposible.