
Y lo sabemos, entre otros motivos, porque los magallánicos viajes transcontinentales de nuestro gobernador saliente nos impresionan muy poco; bastante menos de lo que podrían llegar a impresionar a aquellos salteños que aún contemplan el mundo circundante como algo lejano e inalcanzable y que reverencian a nuestro mandatario como a una reencarnación de Marco Polo.
Es probable que los frecuentes desplazamientos del señor Romero al extranjero hayan traído algún beneficio a la Provincia de Salta. Y ello es de desear, ya que no debe perderse de vista que todos estos viajes han sido generosamente sufragados con recursos del Estado, con dinero proveniente del esfuerzo de todos los salteños.
Sin embargo, hay dos factores que han oscurecido el éxito del despliegue internacional del gobernador de Salta:
El primero, la certeza en muchos de nuestros comprovincianos de que la ingente fortuna personal del señor gobernador ya no se encuentra en Salta y que, por tanto, sus largos periplos internacionales no sólo están motivados por sus obligaciones de tutelar los intereses del Estado Provincial, de promocionar Salta y de representar a todos los salteños, sino también -y en gran medida- movidos por un interés personal bastante justificado.
El segundo es la llamativa pobreza de los resultados obtenidos por la política exterior salteña, no sólo en términos económicos sino y muy especialmente- en términos de reconocimiento a su cultura, a la capacidad creativa de sus habitantes y a su desarrollo democrático.
La mayoría de indicadores señala que el proceso de aceleración de los intercambios de Salta con el mundo -aún en ciernes- se debe más a la mayor penetración de las Tecnologías de la Información que a los aciertos políticos.
Es probable que el carácter de minor celebrity, que como una gran cruz pesa sobre la imagen exterior de nuestro gobernador, explique su escasa presencia en los medios masivos internacionales, que no se ocupan de él, salvo para relacionarlo con negocios alejados de la ética republicana. Se conoce que la larga mano de ese formidable "constructor de mitos históricos" que es su secretario personal (con rango de ministro) se ha revelado corta a la hora de manipular a las redacciones de los grandes grupos mediáticos del mundo.
Pero también es probable que en esta ausencia clamorosa influya el hecho de que los contactos internacionales del señor Romero provienen de una agenda diseñada con la misma estrechez de miras que ha caracterizado su visión de la política interna.
Por tanto, dar por sentado que en los últimos doce años de gobierno se han abierto para Salta las puertas del mundo es un error que, tal y como están las cosas, los salteños podemos llegar a pagar a un precio muy alto.
Romero y su séquito han cubierto, con creces, muchos más metros cuadrados de boutiques, shoppings y malls que visitado universidades, sedes de gobierno y organismos internacionales; se han codeado con más diseñadores, decoradores y gourmets que con intelectuales o responsables políticos, y ello sin ser malo de suyo, porque puede contribuir a un cierto refinamiento personal sumamente necesario- no representa una gran contribución al bienestar de los cientos de miles de salteños que lo necesitan.
Tal vez porque Europa ha ignorado a Romero, Romero haya decidido ignorar Europa y hacer primar sus relaciones con los Estados Unidos de América, ufanándose a veces de su amistad con el presidente George W. Bush, uno de los líderes mundiales peor valorados a escala planetaria.
La opción de Romero por los EE.UU. no sólo se explica por tener allí el gobernador saliente la mayor parte de sus intereses patrimoniales personales y familiares, sino porque ideológicamente sintoniza con el modelo social neocon, que hasta aquí ha inspirado su política interna en Salta y, en especial, su particular visión del carácter estructural, necesario e ineluctable de la brecha entre la minoría rica y la mayoría pobre.
Las necesidades productivas de Salta, pero no sólo ellas sino también la dinámica cultural, el mundo educativo, el universo institucional y los procesos democráticos reclaman un giro hacia Europa.
Ha llegado la hora de dejar de regalar ponchos rojos y caballos peruanos por el mundo y de demostrar que nuestra Provincia está más interesada en cohesionar su sociedad y en reducir sus desigualdades, que en hacer coincidir los chalecos con el tapizado de los sillones y los cortinados palaciegos.
Salta necesita no solamente de inversores europeos y de turistas ávidos de empanadas y vino torrontés; precisa acercarse a un mundo en el que la cooperación internacional es un sector estructurado, que gira alrededor de la órbita estatal, es controlado democráticamente y está inspirado en los principios filosóficos del Estado del Bienestar.
El próximo gobierno de Salta necesitará encontrar modelos eficientes de políticas de igualdad y de reequilibrio interterritorial y debe buscarlos en un mundo en el que prima la diversidad social, étnica y religiosa, y en el que existe una conciencia medioambiental muy desarrollada.
Europa, por su parte, es hoy un espacio abierto para salteños con talento y bien formados. Allí donde parecen cerrarse las puertas para la inmigración masiva de mano de obra descualificada, se abren sorprendentes vías de acceso para jóvenes trabajadores con sólida formación. Salta deberá estar preparada para aprovechar estas oportunidades de una forma odenada y racional, porque de no estarlo, podría asistir en pocos años a un proceso de descapitalización humana sin precedentes en nuestra historia.
El gobernador Urtubey deberá tomar buena nota de los errores de su antecesor en esta materia y comenzar a diseñar una estrategia de inserción internacional compatible con los valores de Libertad, Igualdad y Justicia que ha pregonado a lo largo de su campaña electoral. Y debe hacerlo con la confianza que le dará el saber que muchos salteños residentes en el extranjero apoyarán este esfuerzo, en la medida en que no persiga la satisfacción de apetitos personales o de grupo sino la difusión del bienestar entre esa enorme masa de salteños postergados durante estos últimos doce años.