La importancia de llamarse Wayar

El Instituto Salteño de Análisis Político (ISAP) nos entrega un pimer análisis del tiempo político que inaugura la elección del señor Juan Manual Urtubey como Gobernador de Salta. Wayar, el candidato derrotado que no puede ser arrinconado por el nuevo gobiernoSi bien aún falta el escrutinio definitivo, en los hechos las elecciones provinciales salteñas han concluido, con el triunfo -ajustado- del señor Juan Manuel Urtubey.

Se inaugura así un período apasionante y preñado de posibilidades de mejoramiento institucional, social y cultural.

Hay también, ciertamente, amenazas que -de no ser atendidas a tiempo- podrían complicar nuestro futuro como sociedad libre, equitativa y pacífica.

En efecto, las decisiones que el futuro Gobierno adopte sobre nuestros bosques y nuestro petróleo, sobre la expansión de la frontera agrícola y el biodiesel, sobre la pobreza, el baby boom y el equilibrio territorial, y sobre las migraciones desde y hacia Salta, serán vitales para delinear nuestro futuro.

El flamante Gobernador no cuenta con un Programa acabado que permita conocer sus planes con el imprescindible detalle. Bien es verdad que en sus discursos de campaña y en sus entrevistas con la prensa fue sembrando pistas sobre sus ideas y proyectos; y que han sido estas pistas las que han guiado al electorado, sobre todo al fluctuante electorado independiente, que ha sido quién, en última instancia determinó el resultado.

Tampoco se conocen nombres de probables ministros, aunque el señor Urtubey ha dicho que piensa convocar a los más preparados que, naturalmente, coincidan con sus postulados básicos. Y ha añadido que las adscripciones partidarias no serán un obstáculo para integrar sus equipos.

Por mucha que sea la ansiedad de algunos, lo prudente es conceder al nuevo mandatario un tiempo suficiente para presentar su Programa de Gobierno y sus equipos.

Mientras este tiempo de creatividad y definiciones transcurre sin sobresaltos bajo la dirección del señor Urtubey, es bueno que los salteños analicemos los problemas que nos aquejan y que queremos resolver; que fomentemos la lectura, en clave pluralista, de los últimos resultados electorales, y que -desde la libertad de pensamiento- construyamos mensajes dirigidos al nuevo gobernante aprovechando sus reiteradas expresiones a favor de esa misma libertad.

Soy de los que piensan que si hay algo que explica sobremanera la derrota de un gobierno que pudo presentar indudables logros relacionados con el progreso material (la gestión del señor Romero en materia de infraestructuras y de equipamiento urbano, al menos de la capital de la Provincia, supera a la de Ricardo J. Durand), es el rechazo de muchos salteños a los desvíos autoritarios del señor Romero, a su estilo antirrepublicano de gobernar y de estar en el poder, a su vocación hegemónica, a su preferencia por encasillar a los salteños en “listas” que premiaban o castigaban la actitud de cada ciudadano frente al Gobierno, tanto como la inadmisible mezcla de lo público con lo privado.

El señor Romero, fiel a una tradición poco edificante inaugurada en 1982, alternativamente destrozó, ignoró y cooptó a la oposición. No entraba dentro de su horizonte intelectual admitir la existencia de fuerzas políticas que aspiraran a reemplazarle democráticamente en el ejercicio de su cargo. Y donde surgía un amago de oposición en condiciones de convertirse en alternativa, allí se dirigían los poderosos dardos del poder y la afilada pluma de los profesionales que servían sin límites a ese mismo poder.

El nuevo Gobernador se ha comprometido a abandonar las prácticas principescas y a vivir su vida pública y cotidiana conforme a cánones de sobriedad, austeridad, publicidad y transparencia. No más cocineros de cabecera, no más decoradores perpetuos, no más esa flota aérea de rastacuero, no más niños arrodillados en los desfiles patrios, no más selección de los muertos a homenajear, no más distancias mayestáticas.

Ojala que el señor Urtubey haga, desde el primero y hasta el último día de su mandato, lo que ha prometido a los salteños en este sentido.

Pero todo esto, con ser importante, no alcanza para tranquilizar las conciencias republicanas. Hay muchos votantes, incluso muchos de los que votaron al candidato ganador, preocupados por ciertos vínculos entre el señor Urtubey y el pensamiento autoritario. Los hay también preocupados por su adhesión sin reservas al “transversalismo”, operación que puso en marcha el señor Kirchner para destruir el sistema de partidos y fundar un régimen personalista.

De allí que resulte oportuno preguntarse y preguntar: ¿Qué piensa hacer el señor Urtubey con la oposición?

Si el nuevo Gobernador es un demócrata inteligente, lo primero que tendría que hacer es tender puentes con el señor Walter Wayar basados en el respeto mutuo de los roles que el electorado les ha concedido respectivamente a ambos.

Es cierto que está por verse si el señor Walter Wayar es el jefe de la oposición, como sería natural, o si ese cargo es pretendido por los poderosos intereses cuyo eje es el Gobernador saliente.

A partir de aquí las dudas y las incógnitas se multiplican y agigantan.

Algunos observadores pretenden que, desde el inicio de la “operación Urtubey”, su líder cerró acuerdos estratégicos con el señor Romero y que, como fruto de los mismos, el entierro del señor Wayar era cuestión de calendario. Hay otros que sostienen que el señor Wayar, convencido de haber sido víctima de una doble traición desde Las Costas y desde la Casa de Moldes, dará batalla para revalidarse como jefe de la oposición.

En cualquier caso, mal haría el señor Urtubey en protagonizar o prestarse a maniobras orientadas a liquidar al señor Wayar. Tanto mal como ignorar a las restantes fuerzas de la oposición con representación (menguada merced a una legislación electoral anacrónica) en la Legislatura local.

Y no sólo porque tamaño comportamiento repugna las reglas de la democracia moderna, sino también porque la desarticulación de la oposición política reforzaría el ya enorme peso del Poder fáctico y corporativo que, más allá de las formas políticas, detenta el Gobernador cesante.

Por cierto, sería de suma importancia que el señor Walter Wayar expresara sus intenciones, afirmara su autonomía, y marcara las necesarias distancias con dichos poderes fácticos (prensa, bancos, empresas contratistas del Estado, nuevos ricos, sindicatos burocratizados, familias enquistadas en la Administración, jueces no independientes, red de punteros con capacidad de “ganar la calle”) que hasta aquí usaron y abusaron del poder provincial.