
En teoría del poder suele diferenciarse entre recursos tangibles e intangibles. Dentro de los primeros, los físicos o materiales, cabe computar la geografía, que incluye recursos naturales de todo tipo, y también la población. Resulta imprescindible que la dirigencia salteña en primer lugar y los salteños en general, tengamos conciencia de nuestros recursos humanos y materiales, y los conozcamos al detalle. Hace tiempo que acuñé una frase, repetida hasta el cansancio en la cátedra: no se ama lo que no se conoce y no se defiende lo que no se ama. En esta línea de pensamiento y desde hace tiempo me obsesionan estas cuestiones, las cuales se agudizan a medida que nos aproximamos al Bicentenario de la Independencia, sin nada para ofrecer a las generaciones venideras sumidos en la etapa histórica más torpemente coyunturalista de nuestra historia reciente. Bastante de eso está presente en la columna de la semana pasada (El cielo y el harnero).
El otro gran recurso tangible de poder, y más importante por cierto, es la población. Sin población para qué la geografía. Hay regiones europeas que en la misma superficie (155.488 km2) nos quintuplican en habitantes. Esta apreciación adquiere mayor sentido si se tiene presente la gestación del nuevo esquema de poder mundial para dentro de un cuarto de siglo: mandarán entonces los países con mucha extensión y mucha población. Argentina es la novena extensión territorial del mundo y no llega a 40 millones de habitantes. México, por caso, que ya está siendo convocado al reparto de los nuevos asientos, tiene en cifras redondas casi 800.000 km2 menos que nosotros pero superan los 105 millones de habitantes. A la fecha en Salta aún no pasamos el 1.100.000 en una extensión en la que debería haber el triple. Un mínimo ejercicio mental dará cuenta de cuánto cambiaría nuestra realidad política si diseñáramos la provincia a partir de un plan de aumento y redistribución poblacional. A nadie escapa que el crecimiento de la ciudad de Salta y su concentración en el conurbano obedece al arreo poblacional en busca de mejores oportunidades. Creándolas allí donde corresponde en función de una planificación provincial, hará que la gente ancle en sus cunas, porque allí podrá desarrollar sus capacidades y encontrar su destino.
En el sentido de lo expuesto habría que considerar -en principio y como aproximación- los siguientes ejes geoestratégicos: el del Valle Calchaquí bajo, medio y alto; el del triángulo Orán, Embarcación, Tartagal; Metán - Rosario de la Frontera; el eje transversal Valle de Lerma - Valle de Siancas; el eje González Lajitas, y sus respectivas zonas de proyección. Todos esos espacios a su vez cuentan con caminos y vías férreas en diverso estado de conservación. Lo expuesto tiene a su vez una justificación nacional importante relacionada al aún ignoto proyecto del Bicentenario: es imprescindible equilibrar geopolíticamente a la Argentina. Los ejes Buenos Aires - Rosario; Santa Fe - Paraná; Córdoba - Santa Rosa; Mendoza - San Juan, para mencionar los más evidentes, necesitan un contrapeso en el norte del país. Y ese balance tiene que ofrecerlo Salta, ya que -por lo expuesto- está en mejor condición de erigirse en centro vertebrador de unidades mayores (por ejemplo, el cuadrilátero Salta-Gral. Güemes-San Pedro-San Salvador; en otra escala, un vértice de la Zicosur). El eje integrador o núcleo geohistórico debe ser nuestra provincia por su extensión, variedad de recursos y población, dicho sin ningún desmedro de la historia y las contribuciones de las provincias hermanas; pero es ésta la vinculada con seis de ellas y con tres países del cono sudamericano. Son valores geoestratégicos que hay que aprovechar al máximo y en función de un proyecto de largo plazo, solidario y responsable. Téngase presente que después de la reforma de 1994, el poder nacional se concentró aún más en las regiones macrocefálicas, por eso el crecimiento no puede ser más desparejo.
El martes 2, el diario La Nación informaba en la Sección Comercio Exterior, págs. 4-5, sobre una iniciativa privada de la Corporación América del empresario Eduardo Eurnekian, que consiste en la implementación de un corredor para la integración física del Mercosur, cuya mayor expresión será un túnel de 52 km que horadará la cordillera de los Andes coincidiendo con el trazado de la carretera que une Mendoza con Santiago. Si bien se trata de un emprendimiento privado, inquieta saber cuál será el destino del corredor ferro-caminero que atraviesa nuestra provincia de norte a sur y de este a oeste. El proyecto de Eurnekian tiene aún pendiente varios estudios de factibilidad económica y geológica (ya lleva insumidos u$ 50 millones), pero no se me escapa que esa gran obra beneficiará sobre todo al cuerno de oro del Mercosur, el enorme espacio que arranca en Belo Horizonte, sigue por Río de Janeiro, San Pablo, Curitiba, Porto Alegre, Montevideo, Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza y concluye en Santiago. Allí se concentra la mayor cantidad de población de la subregión, lo mejor de su industria, servicios y su cultura: esa franja genera el 90 % de la producción y el 75 % del consumo de los cuatro países involucrados. ¿Por qué esa iniciativa privada no se presentó para reactivar nuestro corredor bioceánico? Por una cuestión de escala económica; pero para morigerar las asimetrías hace falta criterio, pensamiento, vocación y propuestas transparentes. Aunque tengamos el viento en contra, esta es la gran oportunidad para pensar en esas dimensiones, solo hace falta decisión, coraje y mucho seso. Por eso es tiempo de convocar en especial a historiadores, demógrafos, estadísticos, geógrafos e ingenieros: la meta es hacer de Salta, en una década, la sexta provincia de la Argentina y que talle fuerte en el rediseño de la Nación del Bicentenario.