
Hecha la salvedad del primer párrafo, me adentro ahora en la retahíla de desaguisados que ha cometido doña Cristina, desde que le transmitieron la formalidad del mando. Es cierto que los cuatro años de Néstor tienen todavía una aceptación social mayor que la conseguida en lo poco andado hasta hoy por la señora. En realidad, no corresponde separar los dos mandatos ya que se trata de uno solo y de ejecución continuada: los mismos protagonistas, el mismo libreto a lo mejor con mucha acción pero con guión pobre. No se puede negar que él fue un hombre con suerte, ya que le tocó recoger una buena cosecha sin fatigarse demasiado en una época de bonanza que benefició a todos los países del mundo con economía similar a la nuestra, a más de otros beneficios del trabajo sucio que le tocó hacer a Eduardo Duhalde, su antecesor y patrocinante pentito. Las rentas que ella podría haber disfrutado se han escurrido como agua entre los dedos y se nota en toda su dimensión a partir de la descomunal crisis financiera mundial, que ella supuso nunca nos afectaría. Las retenciones de marzo, la privatización de Aerolíneas, la capujada a los fondos de las AFJP y el reciente plan de repatriación de capitales constituyen medidas desesperadas en cuya base no hay otra cosa que voluntarismo e improvisación.
Concedamos que ni en el gobierno ni en la sociedad argentina hubo quien tuviera la capacidad suficiente para prever una crisis ciertamente previsible, pero el solo hecho de que nos encuentre tan mal parados presupone pecados de omisión que van a costarnos muchos padrenuestros. Y esto pasma en un gobierno que se precia de ser continuador del ciclo más exitoso de la historia patria. Basta analizar el discurso for export de la presidente en sus modestos periplos internacionales: lo que pregona afuera y no hace adentro, demuestra que tanto ella como su esposo jamás han podido mirar más allá de la coyuntura, que es un tramo menor que el corto plazo. Todos los actos de gobierno brillosos de este año son huidas hacia adelante, un querer tapar el cielo con el harnero.
El último trimestre de este año reflejará un cuadro de estancamiento y será de recesión lisa y llana el primero de 2009. Las medidas alocadas que mencionamos arriba requieren idoneidad para afrontar dos consecuencias deletéreas como son el desempleo y la desinversión. El desarrollismo ha propuesto utilizar sabiamente los escasos recursos del estado para promover el empleo o subsidiar a los parados mientras dure la crisis y a la vez alentar la inversión, para lo cual debe hacerse todo lo contrario de lo que se está haciendo en el clima de una sociedad exasperada. El superávit fiscal apenas rozará el 2,5% del PBI y la atención ineludible de vencimientos de la deuda externa es un condicionamiento con ribetes de pesadilla. Por último, la repatriación de capitales se presenta con destino keynesiano, pero no logra aventar los fantasmas que encierra el origen de muchos de esos fondos, la fijación de prioridades (¿trenes bala?) y su posterior ejecución. En fin, un contexto demasiado complejo para resolver entre tres o cuatro personas encerradas en un cuarto lujoso. En esta emergencia es imprescindible que el gobierno escuche a los distintos actores sociales, que no tema discutir con ellos la restructuración de las cuentas públicas, un plan monetario no artificial y un plan económico adecuado para la economía de guerra que se avecina.
La frase del epígrafe es una de las viejas enseñanzas del refranero español. Harnero es una abreviación de harinero, especie de cedazo o colador empleado para separar la harina de cualquier otro residuo material. La sabiduría popular campesina aprendió esa frase para indicar la inutilidad de ocultar una realidad tan vasta como el cielo, con un simple pedazo de tela.