El cielo y el harnero

Empezaré con un pensamiento políticamente correcto de quien -como el autor de estas líneas- mantiene una convencida actitud de oposición a la Presidente de la Nación Cristina Fernández, a su estilo de hacer política y a la insoportable levedad de las convicciones subyacentes en sus medidas de gobierno. Oposición que justificadamente se extiende en igual intensidad a su marido y gran elector Néstor Kirchner. Llegará el momento en que, al separar la harina de las piedras, pueda comprobarse que ambos unicatos (valga la paradoja) no han sido tan desastrosos como lo exige el libreto político diario de nos, los opositores. Todos los gobiernos del mundo han tenido aciertos y desaciertos, pero hay un termómetro -la cantidad de votos obtenidos- que nunca debe menospreciarse, aunque el pueblo cambie de humor cada dos años o cuatro años (véase el reciente caso norteamericano, si no). No hay otra forma de sostener un sistema democrático y republicano de gobierno aún enclenque como el nuestro, más allá del sepa o quiera o pueda el pueblo votar, bajo riesgo de saltar al vacío. El tiempo de la absolución o condena histórica viene luego, inexorable. Es que “no hay tiempo que no se acabe/ ni tiento que no se corte”, como decía Martín Fierro (263-264), y deuda que no se pague, sumó el ingenio popular quizás pensando en sus dirigentes. Gustavo BarbaránEl juicio histórico llega sólo, después que los protagonistas concluyen sus mandatos e independiente de cómo lo hayan hecho, si a pie o en helicóptero. Veamos casos: en el imaginario colectivo está instalado que el gobierno de Fernando de la Rúa fue uno de los más ineficaces de la historia argentina. Sin embargo, a casi diez años de su debacle, empiezan a surgir lecturas, datos escondidos, informes y revelaciones que explicarán mejor las razones del fracaso. Que fracasó no hay dudas, pero que todas las culpas le quepan solo a él o a sus colaboradores está por re-verse. Lo mismo se puede decir -con la mejor perspectiva de un cuarto de siglo- de la dura etapa que sobrellevó Raúl Alfonsín: veinticinco años -una generación- permiten un fallo para condenar o absolver, antes de la lectura de sus fundamentos dirían los abogados. RA, a mi criterio ya está absuelto, a pesar de los desastres económicos habidos en su mandato. Desde mayor perspectiva todavía, ¿acaso no corrobora lo dicho la reivindicación general que, a 50 años de derrocado, le llegó al gobierno de Arturo Frondizi? Desde luego que entre 1958 a 1962, a la par de una incomprensión supina, hubo marchas y contramarchas, aciertos y errores, éxitos y fracasos. Pero el juicio histórico casi unánime no solo lo absolvió de culpas y cargos sino que lo reivindica: no hay dirigente que no se proclame o haya proclamado en algún momento “desarrollista” e incluso seguidor y heredero de AF. Pues bien, esto mismo le ocurrirá a los Kirchner, mientras tanto sus coetáneos vamos acumulando pruebas para ese juicio ineludible.

Hecha la salvedad del primer párrafo, me adentro ahora en la retahíla de desaguisados que ha cometido doña Cristina, desde que le transmitieron la formalidad del mando. Es cierto que los cuatro años de Néstor tienen todavía una aceptación social mayor que la conseguida en lo poco andado hasta hoy por la señora. En realidad, no corresponde separar los dos mandatos ya que se trata de uno solo y de ejecución continuada: los mismos protagonistas, el mismo libreto a lo mejor con mucha acción pero con guión pobre. No se puede negar que él fue un hombre con suerte, ya que le tocó recoger una buena cosecha sin fatigarse demasiado en una época de bonanza que benefició a todos los países del mundo con economía similar a la nuestra, a más de otros beneficios del trabajo sucio que le tocó hacer a Eduardo Duhalde, su antecesor y patrocinante pentito. Las rentas que ella podría haber disfrutado se han escurrido como agua entre los dedos y se nota en toda su dimensión a partir de la descomunal crisis financiera mundial, que ella supuso nunca nos afectaría. Las retenciones de marzo, la privatización de Aerolíneas, la capujada a los fondos de las AFJP y el reciente plan de repatriación de capitales constituyen medidas desesperadas en cuya base no hay otra cosa que voluntarismo e improvisación.

Concedamos que ni en el gobierno ni en la sociedad argentina hubo quien tuviera la capacidad suficiente para prever una crisis ciertamente previsible, pero el solo hecho de que nos encuentre tan mal parados presupone pecados de omisión que van a costarnos muchos padrenuestros. Y esto pasma en un gobierno que se precia de ser  continuador del ciclo más exitoso de la historia patria. Basta analizar el discurso for export de la presidente en sus modestos periplos internacionales: lo que pregona afuera y no hace adentro, demuestra que tanto ella como su esposo jamás han podido mirar más allá de la coyuntura, que es un tramo menor que el corto plazo. Todos los actos de gobierno brillosos de este año son huidas hacia adelante, un querer tapar el cielo con el harnero.

El último trimestre de este año reflejará un cuadro de estancamiento y será de recesión lisa y llana el primero de 2009. Las medidas alocadas que mencionamos arriba requieren idoneidad para afrontar dos consecuencias deletéreas como son el desempleo y la desinversión. El desarrollismo ha propuesto utilizar sabiamente los escasos recursos del estado para promover el empleo o subsidiar a los parados mientras dure la crisis y a la vez alentar la inversión, para lo cual debe hacerse todo lo contrario de lo que se está haciendo en el clima de una sociedad exasperada. El superávit fiscal apenas rozará el 2,5% del PBI y la atención ineludible de vencimientos de la deuda externa es un condicionamiento con  ribetes de pesadilla. Por último, la repatriación de capitales se presenta con destino keynesiano, pero no logra aventar los fantasmas que encierra el origen de muchos de esos fondos, la fijación de prioridades (¿trenes bala?) y su posterior ejecución. En fin, un contexto demasiado complejo para resolver entre tres o cuatro personas encerradas en un cuarto lujoso. En esta emergencia es imprescindible que el gobierno escuche a los distintos actores sociales, que no tema discutir con ellos la restructuración de las cuentas públicas, un plan monetario no artificial y un plan económico adecuado para la economía de guerra que se avecina. 

La frase del epígrafe es una de las viejas enseñanzas del refranero español. Harnero es una abreviación de “harinero”, especie de cedazo o colador empleado para separar la harina de cualquier otro residuo material. La sabiduría popular campesina aprendió esa frase para indicar la inutilidad de ocultar una realidad tan vasta como el cielo, con un simple pedazo de tela.