Argentina vive un reverdecer del enfrentamiento ideológico (II)

Es difícil ensayar una teoría acerca del diferente rol que juegan las ideologías y los enfrentamientos ideológicos en sociedades tan asimétricas como la argentina y las de la Europa occidental. Sí que es posible, sin embargo, señalar algunas diferencias, como por ejemplo la conciencia, mayoritariamente instalada en Europa acerca de que el pensamiento ideológico es, en realidad, una negación explícita y directa del pensamiento político. Enfrentamiento ideológicoMuy diferente es lo que sucede en la Argentina de estos días, en donde el pensamiento ideológico parece abarcarlo todo y en donde, correlativamente, el pensamiento político -que es libre, por definición- ocupa una parcela muy modesta en el cada vez más reducido espacio que destinamos a aquellos productos sociales que denominamos "ideas".

El problema comienza a emerger cuando entra en juego la valoración del carácter mayoritario -y, por ende, democrático- de la opción por un pensamiento ideológico fuerte, que en principio, por ser mayoritaria, es tan democrática como la opción de los países avanzados por el pensamiento político libre. Pero es sabido que la teoría que sostiene que el consentimiento del pueblo -base filosófica de los sistemas democráticos- comporta necesariamente libertad, es radicalmente falsa. Mill decía que la libertad necesita ser defendida, incluso, de la democracia y que es preciso inculcar a los demócratas el respeto por la libertad.

Por tanto, se puede apuntar una segunda diferencia en el hecho de que los demócratas europeos son, mayoritariamente, respetuosos de la libertad y conscientes de que la política implica objetivos limitados, mientras que los demócratas argentinos -cuando menos los que ejercen ahora el poder democrático- lo son bastante menos.

Esto se traduce en la práctica en la existencia en Europa de mayores espacios de libertad, sustraídos a la influencia de la política y en la correlativa tendencia de la sociedad argentina a tratarlo "todo" en términos políticos.

Me hubiera gustado recurrir a un ejemplo un poco más fino, pero no me queda otro remedio que rendirme ante el enorme potencial descriptivo del siguiente: En una cadena de discusión de las que se suele montar alrededor de los comentarios a los artículos de los periódicos online, se produjo un intercambio de opiniones acerca de la idoneidad de Diego Maradona para dirigir la Selección Argentina de fútbol. A alguien se le ocurrió entonces traer a colación una opinión muy negativa del alemán Franz Beckenbauer. No pasaron cinco minutos que un "comentarista" argentino descalificó duramente las opiniones del alemán diciendo que se trataba de "un burgués putito".

En Europa, y especialmente en Alemania, Beckenbauer recibe a diario muchísimos adjetivos (defensivo, calculador, oportunista, mujeriego...) pero la tacha de "burgués putito" supera cualquier expectativa.

Este exceso verbal contribuye a reforzar la impresión de que en la Argentina existe un empeño de politizar todas las relaciones sociales, que, en realidad, es un intento de eliminar la política, un clásico empeño marxista.

Parece imposible no recordar un pasaje del pensamiento de sir Bernard Crick cuando dice: "El arte, por ejemplo, no puede ser politizado y seguir siendo arte. El amor no puede ser politizado y seguir siendo amor. Si se nos exige que amemos al país o al partido antes que a la familia o a los amigos (de manera que en caso necesario demos la vida no por los demás sino por la causa), deberíamos ser conscientes de que se nos pide que sacrifiquemos la vida por la ideología. Y para que una situación parezca requerir medidas tan desesperadas antes tendrán que haber fracasado o haberse descartado las soluciones políticas".

Hay en Europa, cómo no, intentos de volver a instaurar el combate ideológico en toda su dimensión. En esta línea van los intentos del juez Garzón y de una fracción muy minoritaria de la sociedad española que apuntan a revisar judicialmente lo actuado por el bando vencedor en la Guerra Civil (1936-1939) y algunas propuestas no demasiado inteligentes de colocar a la lucha de clases o a la pureza racial -según el caso- en el lugar de las "claves históricas" con que sueñan los partidarios de las ideologías.

Sin embargo, son mayoría los que creen en una acción política limitada (no sólo en la limitación del Estado) y los que, consecuentemente, descreen de que todo sea incumbencia de los gobiernos y de que la misión de éstos sea la de reconstruir de arriba a abajo la sociedad de acuerdo con los objetivos de una ideología determinada. (Continúa).