Yo cáncer

El compañero, desde el principio de la vida es nuestro cuerpo, que a través de la piel es nuestra mejor y más compleja identidad. Lo que conocemos como esquema corporal es simplemente el conjunto de sensaciones internas que nos van dando señales de nuestra existencia y que tomamos como lo dado, para los creyentes, lo que Dios nos regaló, para otros, lo que la genética se encargó de proveernos. Enfermedad

La imagen corporal


En la creación de la realidad, la idea del propio cuerpo desempeña un papel especial. Al principio no existe más que la percepción de una tensión, es decir de “algo interior”. Más adelante, cuando se advierte que existe un objeto destinado a aplacar esa tensión, tenemos “un algo exterior”. El cuerpo propio constituye las dos cosas a la vez. A causa de la concurrencia de las sensaciones táctiles externas y los datos sensoriales internos, el cuerpo propio se transforma en algo diferente del resto del mundo y se hace posible distinguir entre lo que es uno mismo y lo que no es uno mismo. La suma de las representaciones síquicas del cuerpo y de sus órganos, la llamada imagen corporal constituye la idea del yo (como opuesto al no-yo) y tiene importancia básica para la formación del “yo propiamente dicho”. 

Una vez adquirido e instalado el esquema corporal  como eje de la organización de la propia personalidad, mantiene la conciencia, y la relación entre los diferentes aspectos de uno mismo, en donde está presente el cuerpo y su imagen permanentemente.


La presencia de un malestar


Con el tiempo nos convencemos de que la genética fue generosa, o a veces, extremadamente cruel con el destino que nos jugó en suerte. Descubrimos que ese cuerpo no es para siempre, pero antes de expirar el último suspiro de su condición simbólica, va dando signos de que hay cosas “adentro” que no concilian, partes de ese cuerpo simbólico (o sea atravesado por la cultura que sostiene al sujeto) que reniegan con nuestra integridad, y nos hace darnos cuenta de que no estamos enteros en alguna parte del mismo, que algo falla, y determina como mecanismo defensivo que se instale el Yo-cáncer, caracterizado por un estado de profunda confusión e invasión, en donde predomina el dolor y la entrega a una dependencia, que en su deterioro progresivo se entrega (las más de las veces) a la confianza del entorno (los médicos, los familiares, los amigos, etc.). La lucha contra los fantasmas internos invasores se vuelve desigual, como si las fuerzas reales se fueran debilitando para dejarse apoderar por ese mal que vulnera. El Yo-cáncer va vulnerando los restos de reserva personal, desde el miedo inicial, hasta un suplicante “no doy más” de claudicación, algo así como “me voy entregando a lo peor”. El Yo-cáncer le demuestra al ser en cuestión que esa máquina corporal no es la semejanza a un reloj mecánico, sino lo más cercano a una suave hoja o pluma enfrentando al viento denodado de la vida. El Yo-cáncer abofetea con la dramaticidad de lo particular e individual que condena a la intimidad personal a reconocerse como víctima de la desgracia del hado. El Yo-cáncer suplica la ayuda del grupo de referencia para apoyo final de una película que empieza a desandar vertiginosamente. En el otro extremo están las manos generosas de los especialistas y el grupo de los afectos.


Un manto de sospecha


El médico, es un rol social idealizado, con alta jerarquización en todos los tiempos. Si hay en la escala profesional, una profesión admirada y respetada, es la del médico; otra cosa es la mirada comercial de la Medicina de la época, en donde la incorporación del avance tecnológico, obliga a la Institución donde trabajan los médicos a mover imperiosamente esos costosos aparatos que no resuelven la salud humana. No confundir el médico, como personas intachables, de la Medicina y su avidez comercial. La persona humana del profesional es una cosa, el ansia de ganancia o la Medicina lucrativa es de otro orden. En la persona humana del médico rige el juramento hipocrático, en la Medicina moderna las estrictas reglas del mercado que busca su rentabilidad en la humanidad del paciente. Entre uno y otro, entre el médico y la Medicina, está el Estado con sus políticas de salud social y el límite a la voracidad de las máquinas que deben salvar costos. El Yo-cáncer es puente, entre el ser humano profesional y la pirámide tecnológica que ausculta en la fragilidad del enfermo vencido, que queda sometido al discurso tajante de lo oneroso que es prender esas sofisticadas maquinarias por una inservible orden médica o una inoperante obra social.- El desplazamiento de la inutilidad institucional, se encarna en el  Yo-cáncer-paciente, en un progresivo sentimiento de no ser merecedor de la vida misma.