
Esa disimilitud conlleva otra: ellos son optimistas congénitos. Nosotros nacemos con la queja. La música lo patentiza. La del Brasil, alegre, la nuestra melancólica.
No se conoce la nostalgia en el canto brasileño. En el nuestro el pasado es recurrente. ¿Será por eso que nosotros tenemos dedicada a la costosa Justicia Federal para revisar hechos de hace más de treinta años y ellos no tienen un solo juicio de esa índole?
Un mulato de Recife vive prácticamente en la playa. Come de lo que pesca. Nunca se calza, pero su regocijo es admirable. En su vida pensó en otra cosa que no sea la satisfacción de ser brasileño, de disponer de su pródiga naturaleza y de gozar de la libertad que en ningún momento a nadie desde el poder se le pasó la idea de conculcar. Y hasta vota con urna electrónica, lo cual le brinda la sensación de ciudadanía y de modernidad. Digo sensación porque no se me escapa que no es la mejor calidad de vida. Empero, ¿es más recomendable la nuestra, llenos de derechos y convenciones legales incorporadas a la Constitución, pero plagados de conflictos, protestas y violencia social?
Por lo que conocemos, la puja ideológica no mete su cola cotidiana en la existencia de nuestro vecino. No es que sea desdeñable, pero es inaceptable que se erija en factor de discordia y de debate estéril. Uno no está todos los días caminando por el Brasil, pero tengo la impresión de que no se observan afiches saturados de ideología como el visto en estas jornadas: "Agoniza el capitalismo salvaje. Perón vive. La jubilación es estatal". ¿Qué le importa a nuestra gente? ¿Que sea estatal o que alcance para sobrevivir decorosamente? ¿Se debatió el fondo de la cuestión o se lo sobrevoló para embozar el objetivo de reforzar la caja en el año electoral venidero? ¿Es razonable que se persista en vivar a un liderazgo físicamente fenecido hace más de 34 años? ¿Nos hace bien esa persistencia o nos ancla tres décadas atrás? Ni siquiera se embalsama lo pretérito. Se lo pretende vital.
El presidente Lula saludó al electo Obama formulándole un reclamo que involucra a toda nuestra Región. Le pidió que levante el bloqueo, a estas alturas anacrónico, de Cuba. En un llamativo claroscuro, la presidenta nuestra lo llenó, a Obama, de ditirambos y subrayó el asunto del racismo de hace medio siglo. Lula apunto al corazón del futuro. Cristina a la médula del pasado. Como la zamba - pura satisfacción y canto a la esperanza - y el tango, tan nuestro y por ello querible, - quejumbroso y centrado en lo que fue - la desemejanza entre ambos jefes de Estado es inquietante.
¿Cómo reaccionarán Obama y sus asesores ante tan distintos mensajes sudamericanos? Uno platicando sobre la estrategia hemisférica. El otro respecto de un tema propio de la cátedra de Historia de la Universidad de Yale o de Tucumán.
Además, ¡qué paradoja! El Brasil se ubica con firmeza solicitando el desbloqueo de la Perla de las Antillas. La Argentina se exhibe complaciente ante Washington. No obstante, Brasil está en el mundo y nosotros aislados. El FMI le presta y nos excluye.
En las vísperas de la magna cumbre de los 20 - G8 más emergentes -, Lula reclamó que los poderosos compartan con nosotros la conducción de la economía mundial. "El G7 no está en condiciones de conducir", expresó, sin ambages. Se comportó como estratega. Y no anduvo con subterfugios. Fue directo.
Brasil fogonea el proyecto de la Unión Sudamericana, atiende especialmente al Africa y se relaciona intensamente con la China e India. Su clase media está en ascenso al igual que su progreso social. No sé si es un prejuicio, pero se intuye que se mueve al compás de un pensamiento estratégico. La Unión Industrial de San Pablo, por caso, no lloriqueó cuando el real se revaluó. Le mete en competitividad y sigue expandiéndose, cada día más esplendorosa, con el planeta como horizonte.
La disparidad de respuesta ante los emprendedores es asombrosa: allá, todo el respaldo pues se trata de los creadores de actividad y trabajo. Acá, mil trabas no vaya a ser que tengan éxito. El meridiano que deslinda la ideología de la estrategia pasa por cómo se aborda el éxito: la primera tiende a castigarlo, la segunda siempre lo premia.
Para ser y estar no bastan algunas palabras. Hay que obrar y hacerlo con planes y objetivos. Nunca ceder ante la tentación de los funestos vaivenes ni dejarse atrapar por la letal cuestión ideológica, inherente a las academias o a los libros especializados, pero ajena al arte de gobernar. Jamás lesionar, ni aunque sea tangencialmente, la seguridad jurídica y la confianza. La peor ley es mejor que su permanente violación. La más deplorable de las normas es más plausible que vivir como si las reglas fueran letra muerta o sólo para los 'giles'. Y desde ningún concepto, apichonarse, dejarse aprisionar por ese latiguillo de 'no se puede'. Tampoco alardear. En una palabra, no hacer la del pavo real, grandioso de lejos, pero un penoso de cerca.
El Estado no puede cruzarse de brazos ante el colapso del sistema financiero que devasta a las sociedades. Inclusive, frente a la envergadura del daño puede intervenir y hasta estatizar, como lo acaba de plasmar EE UU. Esto es diametralmente distante de meter mano en una masa de capitales privados so pretexto de que esos aportes deben ser solidarios. Al practicar este acto se produjo una conmoción financiera y de rebote en la economía real argentina sacudidas por la incertidumbre. ¿Cuál será el próximo manotazo? Este crucial interrogante es precisamente el que intenta despejar el Norte cuando los Estados intervienen.
Allá, el Estado mete mano para traer sosiego. Acá, para generar zozobra y sombras. Es la misma mano, pero con distinto arte y sobre todo con diversa meta. En el hemisferio septentrional, el Estado se desprende de capital para auxiliar al sistema privado. En el mundo argentino, el Estado se apropia de recursos particulares para engrosar los estatales. Allá, con oportunidad, acá con oportunismo, se hicieron cosas copernicamente divergentes.
La Argentina puede y debe respetarse más a sí misma. El primer paso es esmerarse en autodotarse de una dirigencia más preparada y con mayor amor al país y a sus habitantes. No es una faena exclusiva de las cumbres sociales. Si el llano no gesta el cambio, la cumbre a lo sumo lo amañará. Elaborará una falacia para simular que se hace algo. Sólo el pueblo podrá construir algo genuino.
No es una utopía. Sólo requiere ayudar a que madure en el ánimo y la voluntad colectivos. Y, por encima de todo, a que se margine la idea extremadamente corrosiva de que 'acá nada cambiará porque el cambio es imposible'. Es tiempo para que no oscilemos más entre una Argentina liberal y otra estatista. Es hora de la Argentina completa, sus sueños, sus intereses, su destino común.