
Si repasamos los diarios de los años 1960 y 1970, podremos comprobar que toda la sociedad se sintió agredida por la aparición de la violencia, encarnada en acciones de secuestros, asesinatos, robos, uso de explosivos, que no respetaron a nadie. Fueron víctimas simples ciudadanos, jóvenes policías o conscriptos, empresarios, comerciantes, profesores, militares, sacerdotes, periodistas y hasta niños, sin ninguna razón que lo justificase, salvo, claro está el objetivo revolucionario de sus ejecutores.
La historia enseña que la violencia engendra violencia y que en la guerra gana el que inflige más daño a su adversario. Esas fueron las reglas impuestas por los guerrilleros terroristas, no por la sociedad ni por las fuerzas policiales y militares, que reaccionaron frente a la agresión.
Ahora se pretende hacer olvidar el origen de la violencia y centrar la crítica no ya sobre los excesos de la justa represión frente al ataque, sino de la simple reacción ante la agresión. Todo ello como si los guerrilleros se hubieran comportado como frailes franciscanos y hubieran sido perseguidos por una banda de energúmenos sanguinarios.
La reacción de la sociedad, en su conjunto, fue la de detener la agresión y quienes se hicieron cargo de la tarea están sufriendo el abandono de esa misma sociedad, que le encargó un trabajo sucio y ahora se desentiende de ellos.
Han pasado muchos años desde que todo ello sucedió. Hubo juzgamientos, condenas, perdones y amnistías, consentidas por la inmensa mayoría de los argentinos, cansados de su anclaje en el pasado y deseosos de enfrentar el porvenir y sus reales problemas, en paz consigo mismos y con su historia.
Sin embargo subsisten bolsones pequeños pero poderosos de herederos de aquellos guerrilleros, que insisten en tergiversar la historia y someter a la sociedad y a algunos de quienes en su nombre, asumieron su defensa, a la ignominia de procesos judiciales viciados por la parcialidad, la ilegalidad y el propósito de venganza.
En esta hora en que nuevos vientos soplan sobre nuestras débiles instituciones, impulsados por la voluntad ciudadana, debemos centrar nuestros esfuerzos por terminar con la ignominia de juzgar a quienes nos defendieron, poner un manto de olvido sobre el pasado y tomar el futuro por asalto.
La dirección de Iruya.com desea expresar su agradecimiento al Dr. Lascano Quintana por su colaboración y advertir a sus lectores que no comparte algunos de los juicios vertidos por el autor en este artículo.