
No estoy seguro de que estas respuestas estereotipadas se encuentren aún vigentes, porque me consta que en otros temas relacionados con el urbanismo, como por ejemplo esa delgada línea que en Salta y, en general en las ciudades altoperuanas, separa los conceptos de limpieza y suciedad, se están registrando algunos avances notables, a pesar de que, hasta hace poco, este problema era también considerado "una cuestión cultural".
Pero en materia de seguridad vial, dudo mucho que se estén dando los pasos correctos.
Hago esta afirmación todavía impactado y acongojado por el atropello y la muerte de la joven turista neoyorquina Shahnaz Taber, que se dejó la vida en el intento de cruzar la avenida San Martín, en Salta.
Tendrán los jueces ocasión de decir, en su momento, quién tuvo la culpa de tan infausto suceso, pero de lo que no caben dudas es que se trata de algo que no debió de suceder nunca en el mismísimo centro urbano de una ciudad que intenta aferrarse al turismo como a un clavo ardiendo para prosperar y sobrevivir.
¿Por qué Cerrillos?
Casi al mismo momento, me entero que Cerrillos, la devaluada y cada vez más suburbana y menos democrática "Capital del Carnaval" es el lugar elegido para celebrar el Primer Plenario Municipal de Tránsito y Seguridad Vial de los Valles, un esfuerzo seguramente loable y bien orientado.
Pero llama la atención que el lugar elegido sea Cerrillos, en donde desde siempre ha regido la Ley de la Selva en materia de seguridad vial y en donde las normas de circulación se parecen, más que en cualquier otro lugar del mundo, a las famosas "palabras para la meditación", aquellas a las que nadie ni siquiera atiende y no digamos ya, obedece.
En la Recta de Cánepa, en el Camino a Colón, en el de Rosario de Lerma, en Villa Los Tarcos y en el centro mismo del pueblo han perecido cientos de personas a manos de conductores convencidos de que aquello es un territorio salvaje, sin reglas de ninguna naturaleza.
Dos héroes civiles
Me hubiera gustado presentar y defender una ponencia en el Plenario, pero como la distancia me lo impide, recordaré en estas páginas a dos héroes civiles, uno vivo y otro muerto, que padecieron la inseguridad vial cerrillana en carne propia.
El primero, don Francisco Guanca, el camero de Cerrillos (fabricaba y reparaba elásticos de cama en un modesto taller que tenía instalado en su casa), que fue atropellado y muerto por una rastrojera, que no tenía luces ni frenos, cuando acababa de bajar del ómnibus en la parada de la Escuela de Villa Los Tarcos.
El segundo recuerdo es para Carlitos D. y para su madre Teresa D., una robusta campesina de allende el Pilcomayo, vecinos de la zona Sur de Cerrillos.
A mediados de los años ochenta, el travieso Carlitos, que tendría entonces unos cuatro o cinco años de edad, acostumbraba a cruzar la peligrosa calle principal del pueblo con un formidable desprecio por su seguridad. Lo llamativo no era tanto la irresponsabilidad del pequeño, sino la profunda indiferencia de su madre, que no parecía dispuesta a hacer ningún esfuerzo por enseñarle al niño la forma correcta de cruzar la calle.
Así que Carlitos D. realizaba diarias expediciones entre frenazos y paragolpes, mientras su madre mateaba tranquila y alegremente en la galería de la casa de la vecina de enfrente.
Un buen día, el tal Carlitos D. emprendió una veloz carrera partiendo agazapado desde la parte posterior de un tractor. Desde el sur y a toda velocidad se aproximaba en esos momentos un poderoso camión de transporte de tabaco, a plena carga, cuyo conductor se vio sorprendido por la audacia del pequeño. A duras penas el camión consiguió frenar su marcha, no sin antes hacer sonar una especie de sirena de barco y dejar el tendal de fardos de tabaco rubio de primera calidad esparcidos por el pavimento.
Semejante espectáculo era presenciado por la madre de Carlitos D. que no pareció impresionada en absoluto por aquel olor a neumático quemado y sólo se limitó a comprobar que el travieso Carlitos hubiera salido indemne del envite.
Mientras el camionero era asistido por una "crisis de ansiedad" y su vehículo, convertido en una gigantesca letra zeta, quedaba semiempotrado en un muro de la casa de don Salim Alí, la fornida cerrillana, sin dejar de matear, le dijo a su vecina: "Ay, doña... Cualquier día de estos va a quedar el triperío".
Es de esperar que la "cultura vial" de Cerrillos haya evolucionado un poco de forma tal de hacer más provechosa la actividad de este interesante Plenario y que comportamientos como el de doña Teresa D. pasen a la historia como una excentricidad más a la que nos tienen acostumbrados los cerrillanos, pero nunca como un ejemplo de lo que se debe de hacer en casos como éste.