
Diecisiete años atrás, por ejemplo, la Unión Europea dispuso la virtual eliminación de la Ñ, apoyándose en la presunta practicidad de su ausencia en los teclados de las computadoras, postulada por algunos fabricantes. Se trataba de fabricantes de áreas lingüísticas no españolas, claro.
La regla tuvo una eficacia práctica limitada. La insólita resolución, además de ignorar que uno de los países miembros de la UE ostenta la letra Ñ en su propio nombre, estaba pésimamente fundamentada: ¿Qué cosa más práctica puede haber que usar un solo signo gráfico para simbolizar sonidos que a otros idiomas les requieren dos letras?
La Real Academia Española (junto a una legión de hispanoescribientes) puso el grito en el cielo y España debió acudir a un recoveco del Tratado de Maastritch y a una Ley de sus Cortes para salvar a la Ñ bajo el paraguas de una excepción de orden cultural.
Pese a su fragilidad argumental y a las sólidas objeciones recibidas, aquella norma tuvo consecuencias duraderas. En nuestro país, por caso, recién a partir de septiembre de este año de gracia de 2008 será admitido el registro de sitios de Internet que en su dominio usen la letra Ñ. Hasta ahora, la letra ha estado proscripta.
En este escrito venimos a fundamentar una reforma que creemos mucho más sustancial. No postulamos la proscripción de una letra, sino su total anulación. Nos referimos a la K y la causa que invocamos para proponer su remoción es su total inutilidad y redundancia.
Somos concientes de que, al hacerlo, desafiamos nada menos que a uno de los padres de la ortografía castellano, don Gonzalo Correa y Duhalde, que en el siglo XVII propuso a la inversa- la entronización de la K y la eliminación de la C y de la Q en su famoso Ortografía Kastellana Nueva i Perfetta (1630) que sostenía una reforma de la ortografía castellana basada en la fonética.
La ilusión de una ortografía simplificada recorre la historia de la lengua y en esa quimera han incurrido grandes hombres como nuestro Domingo Faustino Sarmiento, el venezolano Andrés Bello y, más recientemente, el colombiano Gabriel García Márquez. En rigor, el autor de Cien años de soledad sostuvo una postura mucho más radical que una reforma: alegó la necesidad, lisa y llana, de "sin más trámite, jubilar la ortografía". Lo hizo en Zacatecas, México, en 1992, como eje de su ponencia ante el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española.
Un siglo y medio antes, en 1843, Sarmiento presentó en Chile un proyecto de nueva ortografía que sugería eliminar la Y (reemplazable por la I latina), la C y la Z, allí donde éstas dos letras pudieran ser reemplazadas por la S: Se escribiría "caserola", con ese en el medio; o "situasión mui difísil"; o: "Estoi cansado de D'Elía y los Fernandes".
La reforma de Sarmiento aspiraba a simplificar la grafía, dado que en el idioma español un solo fonema puede escribirse con más de una letra: la Y o el signo dígrafo LL expresan en la Argentina un único fonema (en "yo" o en "lluvia" ); las letras G y J (y en México también x) expresan un mismo fonema en "Méjico, México, gema, jirafa o gente".
Lo mismo ocurre con las letras C, K y Q, que encarnan un idéntico fonema en "capitalismo, crisis, Cristina, campo, piquetes, Kirchner, corrupción, cárcel".
Nuestra propuesta no es tan ambiciosa como la del Gran Maestro, aunque no excluye ulteriores anulaciones.
Lo que postulamos es que, en la búsqueda de simplificación y de economía de recursos, es obvio que lo primero que hay que eliminar es la K. Grafía importada, tiene usos reducidos. No es indispensable adscribir a escuelas proteccionistas para admitir que, puestos a poner prioridades, preferiremos letras genuinamente nacional por sobre una que es importada. Por otra parte, comparada con las redondeces contenedoras de la C y la Q, el diseño espinoso, cornamental y agresivo de la K transmite una agresividad estéril que invita a su eliminación.
Anular la C, como sugería el gran Sarmiento parece un despilfarro: ¿Por qué privarnos de una letra que cumple con eficacia dos funciones fonéticas (por ejemplo: en condena y en celda)? Es apreciablemente más sencillo y redituable apartar la K, que se inscribe en un reducido grupo de palabras y en todos los casos puede ser sustituida por la Q. Más aún, una vez eliminada la inservible K, podría destinarse en exclusividad la Q (inclusive sin necesidad del incómodo acompañamiento auxiliar de la vocal U delante de la E y la I), para expresar en exclusividad el fonema correspondiente en palabras como "qien, qerido, qrimen, Qirchner, qilo o qerosene".
No se trata de jubilar la ortografía, entonces: ni calvo, ni tres pelucas. Alcanza con poner en su lugar a la árida, ineficaz, redundante, inútil K. Ni más ni menos. Esperamos que la Real Academia y todos aquellos que tengan capacidad de veto y anulación sobre la susodicha K nos atiendan y apoyen.