
Cuando en una sociedad aparece un nuevo poder fáctico que encarna el interés general de los ciudadanos, éste se convierte automáticamente en el nuevo poder político, que se supraordina y anula al anterior. Lo que no puede tolerar la "sociedad política", al menos en teoría, es que un poder sectorial, esto es un poder que emerge de intereses particulares, le dispute la supremacía sobre un territorio determinado.
Digo en teoría porque durante el último mes hemos asistido al espectáculo de la alarmante insuficiencia de la política para meter en cintura al poder financiero internacional, cuyas alzas y bajas, por la propia dimensión que aquel poder ha alcanzado, está amenazando con una enorme crisis económica, social y política a nivel planetario.
Si alguien se ha preguntado alguna vez si el hecho de que las grandes candidaturas en los principales países del mundo sólo se alcancen mediante un muy sólido respaldo financiero es malo para el sistema político, pues aquí tiene la respuesta. Cuando un líder político accede al poder por la fuerza incontenible de los millones, es más que razonable pensar que quienes prestan esos millones van a demandar al sistema la libertad absoluta para moverse y multiplicarse sin interferencias del poder político.
Éso es lo que buscan: un territorio (el planeta) libre del factor político para poder acrecer el lucro económico. El gran capital internacional disfruta así de una movilidad virtualmente infinita; la que no disfrutan ni el pequeño capital, ni los recursos -incluida la propia fuerza de trabajo- de cientos de miles de trabajadores que a diario buscan atravesar las fronteras de los Estados Nacionales.
Ningún Estado civilizado del mundo -como lo hizo la Argentina- puede declararse a salvo de una gran hecatombe financiera, porque su gobierno, como otros muchos gobiernos del mundo, sólo controla de aquellos procesos entre 0,5 y 1,5 %. Lo demás lo controla otro poder, que sólo tiene conexiones con el poder del Estado a través de mecanismos generalmente opacos al control ciudadano.
Cuando el señor Sarkozy llama a refundar el capitalismo financiero mundial lo que está haciendo es certificar su impotencia para controlar, con el poder que tiene, (no ya a la Bruni, que parece que puede) sino al capital financiero tal cual actualmente existe. Cuando este capitalismo visceral toca a crisis es porque sus "tome y traiga" resultan ya insuficientes para mantener al monstruo con vida; es entonces cuando se ven obligados a acudir a otros agentes que tienen, como ellos, abundantes cantidades de dinero: los Estados.
Países con una gran tradición abstencionista en materia económica, gobiernos liberales bien convencidos y otros partidarios del laissez-faire, han debido de tragarse sus principios y acudir, prestos y solícitos, al salvataje de bancos, prestamistas hipotecarios, grandes aseguradoras y otras enormes compañías que, hasta ayer, han venido jugando a diario con cifras que asustarían a cualquiera. Un juego siniestro, porque en muchos países sólo se les exige ridículos requisitos contables, encajes mínimos y otras nimiedades, pero no una auténtica "responsabilidad social empresaria", para hablar de un término de moda.
No es posible saber hoy mismo con certeza si aquella intervención "sistémica" ha conseguido conjurar la crisis; lo que parece más claro es que ahora los Estados están en mejor disposición de exigir sumisión al capital financiero. Es decir, que estamos frente a una oportunidad para que la política vuelva a ocupar el lugar que debe. ¿Cuánto tiempo durará esta oportunidad? Es imposible predecirlo. Como dijo aquel obeso profesor de economía de origen hebreo "no soy Nosferatu para saberlo".