Los indocumentados de Salta no viven, no mueren, no están, no existen...

El gobierno de Urtubey no solo hace realidad el sueño de la casa propia o el del emprendimiento anhelado. También se dedica a hacer realidad los delirios inconclusos de los dictadores que oprimieron al pueblo.

Si el finado general Videla aún viviera, vería con especial agrado cómo su famosa frase sobre los desaparecidos («no tienen entidad, no están ni vivos ni muertos, son eso, desaparecidos») se ha convertido en realidad en el norte de Salta, en donde las personas indocumentadas, por el solo hecho de carecer de identificación, no reciben ayudas del Estado, no figuran en la estadísticas oficiales, carecen de asistencia sanitaria y, cuando mueren, ni siquiera figuran en las listas de fallecidos.

La muerte de un indocumentado -especialmente cuando éste es un niño- no desencadena efectos civiles. Y lo que es todavía más importante: el indocumentado no vota. Su muerte entonces apenas si mueve a la compasión, pues algunos desalmados no se atreven a llorar a quien, para los registros oficiales (llámese Registro Civil o Padrón Electoral), ni siquiera ha nacido.

Así como el malvado general negaba entidad y alma a unos desaparecidos que para el Estado eran solo eso, «desaparecidos» sin existencia real y comprobable, el inclusivo gobierno realizador de sueños juveniles que dirige Urtubey parece empeñado en negar la existencia humana y el alma de los indocumentados, especialmente cuando estos no son capaces de acceder a una nutrición adecuada.

Pocos meses después de que un diputado nacional por Salta propusiera en el Congreso restringir los derechos humanos a los «humanos derechos», excluyendo del disfrute de aquéllos a los «torcidos», el gobierno de Salta nos muestra ahora que a los derechos fundamentales solo pueden aspirar aquellos que, con independencia de su apariencia humana, disfrutan de una existencia legalmente comprobada y comprobable.

Los que no pueden demostrarlo, no existen, no viven, no tienen entidad y, por supuesto, no mueren.

Es decir, el sueño de Videla hecho realidad, 38 años después.