Del Servicio Penitenciario al Canónigo Penitenciario

  • La circular que obligaba a los agentes penitenciarios de Salta a acudir a misa en la Catedral de Salta tiene una explicación histórica y semántica bastante razonable, que convendría conocer.
  • Respeto de los Derechos Humanos
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La «penitencia» consiste en varias cosas diferentes. Para empezar, es un sacramento de la religión católica, en virtud del cual, por la absolución del sacerdote, se perdonan los pecados cometidos después del bautismo a aquella persona que los confiesa con dolor, con propósito de enmienda y con todas esas reglas que los jueces suelen imponer a los imputados que acceden al beneficio de la suspensión del juicio a prueba, como por ejemplo, el compromiso de no volver a pecar.


Pero, entendido en otro sentido, también es «penitencia» la pena que impone el confesor al penitente para satisfacción del pecado. Es decir, que si traducimos las reglas de la religión al lenguaje de los agentes de tránsito, la penitencia es la «sanción» que el cura «labra» al infractor que, de rodillas, admite que ha estacionado en el lugar reservado a los discapacitados.

También es «penitencia» el acto de mortificación interior o exterior de una persona que cree que así su prontuario se evapora. Como cada vez hay menos personas que se hacen azotar en público para expiar sus culpas, se ha puesto de moda el remordimiento, con castigo «autopercibido» y «autoadministrado», ya que eso de hacer intervenir a un cura a algunas personas se les atraganta.

La aproximación de la «penitencia» al castigo, ha dado como resultado que el vocablo «penitenciario» se aplique a la ciencia de los castigos y, más precisamente, al Derecho Penal, pero solo a aquella parte del ordenamiento punitivo que se refiere a la ejecución de las medidas privativas o limitativas de la libertad personal.

O sea que, desde el comienzo de la era cristiana lo «penitenciario» tiene como dos dimensiones que se abrazan estrechamente entre sí: la civil y la religiosa.

Por esta razón, probablemente, es que al bueno del director del Servicio Penitenciario de Salta (fuerza de seguridad militarizada que controla las prisiones provinciales) se le ha ocurrido cursar -previo aplauso (luego revocado) del ministro López Arias- una circular a sus muchachos para que acudan obligatoriamente a la Catedral de Salta, no sin antes de que los uniformados se concentren previamente en el atrio del templo, allí donde suelen saludar los novios.

Habrá pensado en director en hacerle una visita a su colega, el Canónigo Penitenciario, porque entre bomberos no hay por qué andar pisándose la manguera. Al final, ellos dos y solo ellos, son los mayores penitenciarios de Salta y nada mejor que una convergencia pacífica para exteriorizar su coincidencia laboral en todo su esplendor. Es más o menos como que el Dalai Lama y el Papa se encuentren en una mezquita de Estambul y se intercambien allí consejos para lavar mejor las sábanas.

El diálogo entre los patriarcas penitenciarios podría ser el siguiente: «-Padre, ¿cuántos kilómetros hace un pecador suyo con veinticinco avemarías?» «-Y... más o menos la mitad de lo que hace un preso tuyo con dieciséis horas de chancho o tres minutos de submarino».

Este enriquecimiento mutuo se antoja imprescindible para el óptimo funcionamiento de ambas instituciones represoras. Por eso es que a las autoridades del Servicio Penitenciario de Salta se les ha ocurrido que la visita a la Catedral de los agentes no puede dejarse librada a su libertad de conciencia o a sus preferencias religiosas. Es necesario que vayan todos -incluso a contraturno-que se les pase lista y que nadie se escape. Porque en eso precisamente consiste la penitencia.

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