Por qué es útil la sinceridad brutal de Alfredo Olmedo

  • Parece mentira, pero al diputado Olmedo hay que agradecerle que sea capaz de animarse a decir barbaridades de vez en cuando, porque no solamente señala el camino a mucha gente despistada, sino también porque involuntariamente despierta saludables reacciones de defensa en el seno de la sociedad que aspira a vivir en paz y bajo el imperio de la igualdad y la justicia.
  • La sociedad torcida
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En cualquier grupo humano atravesado por la enfermedad mental hay ciertos individuos que, de modo inconsciente, ejercen de portavoces de la patología colectiva y expresan, con gestos, actitudes o palabras, aquello que los demás, por cálculo o por incapacidad, intentan tapar o callar.


Cuando escuchamos al diputado nacional por Salta Alfredo Olmedo exponer sus ideas sobre la extensión que deben tener los derechos fundamentales de las personas y especialmente las soluciones que propone para acabar con los delincuentes, a la mayoría de las personas sensatas se les ponen los pelos como escarpias. Pero un universo bastante amplio de personas, menos sensatas, aplaude las medidas propuestas, las encuentran razonables y hasta deseables, incluso en situaciones normales.

Cuando cosas como estas suceden, muy pocas personas advierten que el exterminio y la negación de derechos -principios que inspiran casi todas las medidas radicales que propone el diputado- son los que han conducido a la humanidad a la más grande catástrofe colectiva no natural que ha conocido la historia.

No es muy diferente pedir ejecuciones sumarias en la calle y anulación de las garantías procesales fundamentales para los delincuentes que marcar a los judíos con estrellas amarillas, identificar con pintadas sus casas y comercios, tatuarles un número en el antebrazo, o perseguir hasta el exterminio a gitanos, negros y homosexuales. ¡Ah! ¿Que estas personas no han cometido delito? Es un detalle sin importancia, porque en la época en la que estos seres humanos fueron perseguidos con saña, el solo hecho de profesar una religión determinada, pertenecer a una raza diferente o tener una orientación sexual distinta era, para los perseguidores, un delito como cualquier otro. Y había leyes que así lo establecían, muy parecidas por cierto a las que quiere implantar el diputado Olmedo en la Argentina del siglo XXI.

Pero una vez puestas las cosas en este plano, al diputado Olmedo hay que agradecerle que sea capaz de animarse a decir semejantes cosas; porque no solamente señala el camino a mucha gente despistada (muchos acertarán con sus acciones solamente con hacer todo lo contrario a lo que propone el legislador), sino también porque involuntariamente despierta saludables reacciones de defensa en el seno de la sociedad que aspira a vivir en paz y bajo el imperio de la igualdad y la justicia.

Es mil veces preferible esta visión pueril y siniestra de los derechos humanos que la actitud fría y calculadora de otras personas que piensan exactamente como Olmedo -y como Hitler- que los derechos y libertades fundamentales del ser humano han sido concebidos para su disfrute por una selecta categoría de personas, previa exclusión -a poder ser violenta- de aquellos que se consideran indeseables, y que sin embargo operan en las sombras, fuera del foco de las cámaras y al amparo de un anonimato tan criminal como las conductas que dicen estar empeñados en combatir.

De esa clase de secretos cruzados contra la criminalidad y las «malas costumbres» hay miles en Salta y en su zona de influencia. Y no hay que rebuscar mucho para encontrarlos.

Hace no mucho tiempo, el Gobernador de la Provincia de Salta, Juan Manuel Urtubey, dijo que la misión de los porteros de discoteca (y, por extensión, de su Policía, una fuerza que cuenta casi con 15.000 hombres armados e investidos de unas amplísimas facultades para reducir a papel mojado en cuestión de minutos todos los tratados sobre Derechos Humanos que existen en el planeta) tenía como misión primordial luchar contra los «vicios y flagelos» de la sociedad.

Por cierto, ¿alguien se ha preguntado cuántas veces ha salido el gobernador Urtubey -tan empeñado él en construir en Salta un orden moral ajustado a sus gustos- a condenar las posturas de Alfredo Olmedo, o simplemente a distanciarse de ellas?

Si ya generan una desconfianza extrema aquellos «sanitaristas» empeñados en limpiar la sociedad de sus máculas, eliminando por la fuerza del Estado aquellos hábitos sociales que, según ellos, deslustran y desdoran a los seres humanos, mucha mayor desconfianza deben generar aquellos que disfrazan su discurso integrista para que la gente común no se dé cuenta del pequeño Hitler que llevan dentro.

Evidentemente, el señor Olmedo forma parte del primer grupo y no del segundo. Y aunque parezca un poco exagerado, se lo tenemos que agradecer.

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