
Casi al mismo tiempo en que se hacía pública su presencia en un foro de reflexión científica en Washington, se han conocido unas extravagantes declaraciones del diputado nacional por Salta y aliado part time del gobernador Urtubey, Alfredo Horacio Olmedo, en las que se muestra partidario de que los agentes de la policía maten por la espalda a los delincuentes que no obedezcan la voz de alto.
Según publica el diario salteño El Tribuno, el señor Olmedo ha dicho en una entrevista a la agencia Noticias Argentinas que «si un delincuente no quiere ser abatido por la espalda, es simple, que no salga a delinquir». Para agregar a renglón seguido: «si un asaltante se resiste a la voz de alto y efectúa un primer tiro al aire, lamentablemente el policía tendrá la oportunidad de tirarle».
Cualquiera de las dos apreciaciones, sea en su contexto o fuera de él, son bárbaras e inhumanas. No solo para los «delincuentes» (calificación que el diputado salteño otorga sin que ningún juez o autoridad se haya pronunciado sobre los hechos), sino especialmente para los policías, para quienes, en condiciones psicológica normales, no resulta para nada agradable andar matando a tiros a otros seres humanos, ni siquiera a los que cometen delitos.
Obsérvese que Olmedo propone tirar a matar, incluso cuando la vida del agente del orden no se encuentra en peligro, y con la sola condición de que el «delincuente» ignore sucesivamente la voz de alto y el disparo al aire. Es decir, al que huye, bala; a ser posible, en la nuca.
La solución que propone el diputado Olmedo es también tremendamente peligrosa, pero no tanto para los delincuentes, sino para los agentes del orden, pues si quienes cometen delitos en la vía pública saben con certeza que ante la menor desobediencia a una voz de alto el policía le disparará, ellos no vacilarán en hacerlo primero, aun antes de que el honrado agente efectúe el disparo disuasorio al aire.
Lo que pretende el diputado Olmedo no es acabar con la inseguridad callejera ni con la delincuencia organizada, sino instaurar una especie de terror, una cortina de balas cruzadas entre policías y ladrones, para que el ciudadano que no es ni lo uno ni lo otro ni siquiera pueda asomar las narices a la calle por miedo a quedar atrapado en un tiroteo olmediano.
En esta línea de terrorismo y contraterrorismo de Estado se inscribe también el horrible proyecto del legislador salteño de instaurar el toque de queda para los menores de edad no acompañados a partir de las 23 horas, y su iniciativa de extraer ADN a todos los ciudadanos.
No está demás recordar aquí que el mismo diputado que aboga por la reinstauración de la pena de muerte en la Argentina y por los fusilamientos callejeros sumarísimos, es el que propone que la Constitución de Salta sea reformada inmediatamente, bajo la luminosa y señera guía de los gobernadores Urtubey y Romero.
Para no entrar en el detalle de otras «propuestas» del señor Olmedo en materia de seguridad, que presentan un nivel parecido de sensibilidad humana, diremos que solamente estas cuatro (que, por cierto, no rigen en ningún país civilizado de la Tierra) serían suficientes no solo para que la Cámara de Diputados le inicie un proceso de exclusión de su seno por inhabilidad moral, sino para que expertos profesores de Viena ganen el Premio Nobel de Medicina 2019 con una elaborada y bien fundamentada supertesis sobre el caótico funcionamiento del cerebro humano.