
Se sospecha, incluso, que muchos de los presuntos discriminados son discriminadores encubiertos, que acostumbran a ver la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.
Uno de estos casos podría ser el de una mujer que afirma hoy en un conocido diario de Salta, que a su hijo le fue denegada la matrícula en una escuela de Ciudad del Milagro "por ser morocho".
El presunto animus discriminatorio de la directora del establecimiento (a la que se acusa de admitir solo a alumnos rubios y de buena condición social) no está probado.
Pero no así el de la denunciante, quien al intentar defender la digna morochez de su pequeño hijo, dijo al medio en cuestión que el niño no fue anotado en la escuela simplemente por ser morocho (¡estas cosas de Dios!) a pesar de que "nosotros tenemos una buena condición social" (sic).
Es decir, que a la señora denunciante le parece lo más normal del mundo que la "condición social" sea tenida en cuenta para admitir a un niño en la escuela; tanto, que le extraña que el suyo, a pesar de su buena condición, no haya sido admitido.
Con esta forma de pensar, es muy fácil imaginarse qué haría esta buena señora -si fuese directora de una escuela o regenta de un kiosco de milanesas- con esos engañosos rubios de mala condición social, para no hablar de esos morochos que no tienen la suerte de haberles ido en la vida tan bien como a ella.